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“Music For Animals” se anuncia como el nuevo material en estudio registrado por Nils Frahm durante los últimos dos años. Sale en Leiter –“escalera” en alemán–, sello propio del artista. En él han ido apareciendo recientemente recopilatorios como “Durton” (2022, original de 2006) o los habituales ejercicios neoclásicos de piano-glitch como “Old Friends New Friends” (2021). El prolífico músico alemán todavía tiene tiempo de saludar cada mes de diciembre con una resonante colección de arqueología navideña gracias a sus extraordinarios “Xmas Mix”.
La temática animal –no humana– ha sido una constante fuente de inspiración para músicos de todas las épocas. “El carnaval de los animales” (1886), de Camille Saint-Saëns, “The Animals Film” (1982), de Robert Wyatt, o “L’apocalypse des animaux” (1973), por el cada vez más olvidado Vangelis, son tan solo tres ejemplos queridos. La propuesta que plantea ahora Frahm se emparenta sonoramente con este último, cuyo score, por cierto, solo se conoce parcialmente. Frahm, sin embargo, ha querido aprovechar las ventajas de la era digital para expandir su obra hasta las tres horas de duración.
El cambio de registro en el músico berlinés es significativo. Darle tantas vueltas a la seminal, agotada e inagotable pieza de John Cage “4:33” debe de producir un cansancio morrocotudo. Pero “Music For Animals” no abandona su tesis principal –la vierto de forma simplista– de que “todo suena”. La textura acuática de “Mussel Memory” –“memoria de mejillón”, algo parecido a la inmunológica de los vertebrados– es un buen ejemplo de ello. Otros temas, como “Stepping Stones”, optan por el crujido analógico del no menos marino acordeón y por unos sonidos de jarcias que ponen rumbo a la isla secreta de Eden Ahbez.
Se podría decir que Frahm se ha pasado momentáneamente a la música drone más oceánica. Viene al pelo el álbum “Sound Of The Sea” (1981), de Joanna Brouk. También cosas de Pauline Oliveros y, especialmente, de Steve Roach. Creadores de mundos meditativos y envolventes que giran alrededor de los estratos inferiores de la música, básicamente el timbre –no es que no haya ritmo, pero aquí tiende al infinito–, adornados con un componente temático más bien liviano. Frahm dirige esta música a quienes gustan de escuchar “el susurro de las hojas y el movimiento de las ramas” mientras los pensamientos van y vienen. En la nota de prensa se menciona a Erik Satie, pero ni rastro de Brian Eno.
No menos etéreo parece el ataque del músico hacia el utilitarismo que percibe en algunas playlists modernas. Razón poco elocuente a la hora de concebir, según cuenta, durante la pandemia, un disco –en realidad, tres CDs y cuádruple LP– con grandes posibilidades de recalar en la discoteca virtual del maestro de yoga más próximo a tu domicilio. Eso sí, habrá dado con una colección de piezas electrónicas de gran calidad. Por momentos, pura psicodeliage no exenta de humor –“Briefly” dura 27 minutos– con la que Frahm dibuja un paisaje sonoro interior en el que perderse sin la obligación de pasar por animal racional. ∎