Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
El viejo tópico de la industria del difícil-segundo-disco viene a decir que, tras el éxito del debut, el artista se encuentra ante la (complicada) tesitura de volver a encontrar la inspiración de su debut, añadiendo alguna novedad que lo haga todavía más interesante. Más allá de que se podría argumentar que hoy en día ya es una hazaña que un artista llegue a su segundo trabajo, lo que hace Olivia Rodrigo en “GUTS” es triturar ese lugar común con un álbum que es puro carisma, valentía, entusiasmo e iluminación. Un salto de gigante que destruye cualquier idea preconcebida o prejuicio que se pudiera tener sobre la californiana.
Pero rebobinemos un poco para situar a Olivia y por qué resulta tan meritorio el paso adelante que está dando. De origen filipino por parte de padre, de niña empezó a tocar la guitarra y mostrar inclinaciones artísticas. Aquello desembocó en un fichaje por la factoría Disney y aparición en programas de televisión como ‘Bizaardvark’ y ‘High School Musical’. Como era de esperar, pronto combinó su faceta como actriz con una incipiente carrera musical que dio como primer fruto en 2021 una ópera prima titulada “SOUR”. La propuesta ya mostraba que alrededor de la perfecta dirección artística y regusto a producto concebido para triunfar había una mujer –literalmente con la mayoría de edad recién cumplida– que no tenía reparos en mostrar una inusitada sinceridad en sus letras, lo que la hacía cercana y real para sus compañeros de generación. Sus fans querían ser amigos de Olivia porque la consideraban una de las suyas. Lejos de la estrella misteriosa e inalcanzable, Rodrigo resultaba creíble y –concepto clave– auténtica.
Todo eso está subrayado y amplificado en “GUTS”. Olivia no tiene problema en abrir su alma y confesar sus miedos y deseos. No hay miedo a parecer insegura o a reconocer que la ha cagado con una pareja (¿quién no lo ha hecho?). Aunque seas una estrella te pueden romper el corazón y puedes meter la pata, viene a decir. Pero el gran hallazgo está en lo musical, donde las buenas sensaciones que ofrecía aquel debut dejan paso a un nuevo estado de (auto)confianza y gracia compositiva. Rodrigo tiene 20 años, pero a tenor de las influencias que se aprecian aquí, su cultura musical es vastísima y atemporal. En las doce canciones del elepé se cuelan ecos de Blondie, Hole, Weezer, Avril Lavigne, Taylor Swift y Lorde –quizá las dos referencias recientes más claras–, Courtney Barnett, Alanis Morissette, Fiona Apple y muchos otros. Olivia no es la estrella adolescente que te imaginas. Dan Nigro, que ya estaba presente en “SOUR”, repite en la producción y cocomposición.
“all american bitch”, con título inspirado en Joan Didion, abre el disco con un arpegio de guitarra acústica que recuerda a “My Name Is Jonas” (Weezer), antes de transformarse en un estribillo gigante que es un puro punk pop noventero. Blink-182 o, inevitablemente, Courtney Love hubieran matado por una canción así. “Sé qué edad tengo y me comporto tal cual”, afirma como declaración de intenciones, antes de encontrar uno de los grandes versos del disco: “Botellas de Coca-Cola que utilizaba para rizarme el pelo / Tengo clase e integridad / Como un maldito Kennedy”. Ser uno mismo, funcionar al margen de las expectativas sociales y a la vez resultar sexi si una quiere.
“bad idea right?”, uno de los grandes triunfos de la colección, recupera un tema ya tratado por ella (y por un millón de posadolescentes): el ex, la pulsión de recurrir al amante conocido una vez que el alcohol empieza a circular por tu cuerpo y la noche aprieta, la tentación, el arrepentimiento del día después. “Me tropecé y me caí en su cama”, dice la letra. La travesura (no tan) inocente. La conclusión a la que llega: “Fuck it, I’m fine” (no necesita traducción). “vampire” es candidata automática a canción del año. Una balada confesional de piano y voz que va creciendo al más puro estilo Lorde (o incluso St. Vincent) hasta acabar a lo grande. El estribillo es sensacional, el desamor adolescente en su más pura y extrema expresión: “Chupasangres, follador de fama / sacándome la sangre hasta dejarme seca como un maldito vampiro”. Vale que la metáfora del vampiro no es nueva, pero wow.
“lacy” vuelve a coger su senda más folk e intimista. Es aquí donde se nota la influencia de Taylor Swift en Olivia y, probablemente, en una generación entera de artistas. Funciona, pero resulta la parte quizá menos exuberante de “GUTS”, junto a cortes como “making the bed”, “the grudge” y “logical”, cercanas al terreno de la balada típica de corazón roto. A cambio, quizá estas canciones abran nuevas puertas para el futuro. “ballad of a homeschooled girl” es la pieza más abrasiva de la colección. Perfecta para una película teen. “Todos los chicos que me gustan son gays”, confiesa.
No sabemos si el chaval de “vampire” es el mismo de “get him back!”, pero lo parece. La canción hubiera sido un éxito brutal en cualquier momento desde 1997 y en 2023 no va a ser diferente. Beck + Avril Lavigne, algo así. Hay que tenerlo claro y atreverse para meterse en el rap rock y salir airosa. Los versos van rapeando la historia de la relación. Una de esas que desde fuera se sabe que va a acabar mal, pero que hay que vivir igualmente. El estribillo es sencillamente irresistible y los versos “Quiero una venganza dulce / Lo quiero a él de nuevo” definen perfectamente cómo se ha sentido casi cualquier joven en una situación análoga. “love is embarrasing” es igualmente efervescente, con un toque casi new wave que demuestra su intuición natural para la melodía. El final del álbum es una maravilla: “pretty isn’t pretty” la podrían haber firmado los mejores Real Estate, The Pains Of Being Pure At Heart o Alvvays: la perfección de la canción pop. “teenage dream” es otra balada al piano, pero esta con una secuencia de acordes evocadora y unos arreglos que crecen. Balada, sí, pero no power.
Un triunfo incontestable. 20 años, el mundo a su pies y toda la vida por delante. ∎