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El góspel continúa siendo una fuente abundante que desparrama talento en diferentes direcciones. El góspel alimentó el rock’n’roll más primigenio y el rhythm’n’blues de los lejanos años cincuenta, asimismo fue la base para desarrollar esa música mayúscula que es el soul. Toda su esencia encontró una enorme autopista expresiva cuando tiró abajo las puertas de las congregaciones religiosas de las distintas comunidades afronorteamericanas para salir al mundo y cantar a las relaciones carnales sin cortapisas, permitiendo así que la sensualidad encontrase un espacio natural de expresión. Jackie Wilson, Ray Charles o una figura plenipotenciaria como Sam Cooke siguen siendo referencias.
Es ahí donde encontramos a Tanya y Michael Trotter Jr. Ellos son The War And Treaty. Lo antedicho está contextualizado y verbalizado de manera fastuosa en “Angel”, un compendio de americana. Quizá es la canción más country del repertorio, a partir de la steel guitar y la suavidad vocal del cantante, junto a “Yesterday’s Burn”, que supone la vuelta a casa, lugar donde encontrar a alguien en el porche, con los brazos abiertos. Pero la explosión sensual se abre con “Lover’s Game”, pieza que da título al álbum. Es rock’n’roll, maridado de soul, en estado puro. La banda empuja a Tanya Blount-Trotter hasta las mismas cotas de la mejor Etta James. Y como clausura despachan una balada soul, “Have You A Heart”, comparable a las de los mejores tiempos de la Tamla Motown, Atlantic o Stax. Él remite a Ray Charles y Otis Redding y ella a la Aretha Franklin más desatadamente góspel.
El disco contiene diez canciones, la mayoría compuestas por el dúo, que desbordan sentimiento, cuyo ensamblaje descansa en la arquitectura pop y el country contemporáneo. Además, de la mano de Dave Cobb –que como productor ha trabajado con Jason Isbell, Brandi Carlile y Chris Stapleton–, el matrimonio alcanza cotas que sirven al country para volverlo más elástico mediante el color, las tonalidades y la flexibilidad del canto del dúo. Pero el repertorio evoluciona en la dirección deseada por los vocalistas, desde el rock, el góspel, el soul y el blues. Ese es su sello natural, pero, al mismo tiempo, respetan, enriquecen y abrillantan la americana. “I let my blood be my ink, I got a song for you only I can bleed”, cantan en “Blank Page”. Así y todo, el country tiene donde mirarse más allá del ombligo. Por ejemplo, en la angulosa interpretación del dúo en “The Best That I Have”, digna de Lucinda Williams.
Para el matrimonio ha sido un largo viaje. Él es un veterano del ejército que padeció depresión y estrés postraumático para quien la música supone una terapia. Ella, en su adolescencia, despuntó como actriz y cantante de R&B. Sus letras son un ejemplo de la vulnerabilidad del amor y de su capacidad de sanación. “Five More Minutes”, de “Hearts Town” (2020), su anterior disco, es un ejemplo. Y ese patrón compositivo se extiende a lo largo de “Lover’s Game”.
Todo el soul y el country intergeneracional e interracial que mostraron en esa gema de sentimiento, juegos vocales y bautismo góspel que es “Down To The River” (2017), su primer disco, se abre de par en par en este su cuarto álbum. El dúo entiende que la música es un transmisor de esperanza y el country los necesita para dinamizar sus fundamentos. Pensar en los próximos Grammy no parece descabellado. ∎