En la cultura del Mardi Gras de Nueva Orleans, la “second line” de los desfiles es la segunda línea de espontáneos y gente de la calle que sigue a una primera fila formada por profesionales. Es una verdadera fiesta en la que los habitantes de la ciudad vuelcan celebraciones personales y las transforman en catarsis colectiva. Y, si algo nos ha faltado en el último año, ha sido precisamente celebraciones que refuercen el sentimiento de pertenencia a la colectividad.
No es casual, entonces, que el nuevo disco de Dawn Richard se titule “Second Line” y que se esfuerce con ahínco en el encapsulamiento de todo un conjunto de valores implícitos en la “segunda línea” del Mardi Gras: diversidad, desinhibición, diversión, libertad… De los dieciséis cortes del álbum, tan solo ocho superan los tres minutos de duración. Y esto tiene bastante que ver con el pasado de la artista como integrante de Danity Kane (grupo Frankenstein surgido del reality “Making The Band”) y Diddy Dirty Money (banda / extravaganza en la que Puff Diddy se hizo rodear de artistas femeninas e hizo sentir bastante vergüenza ajena).
Desde aquella intentona de carrera masiva teledirigida, Dawn Richard se ha aficionado a poner en tela de juicio las presunciones de la industria. Por eso mismo no sorprende que se haya marcado un disco como este, en el que los temas de menos de tres minutos no es que sean skits, sino que directamente destacan como ráfagas evocadoras: pinceladas poéticas que, a veces usando la palabra, otras veces recurriendo a las texturas sonoras, componen un retrato impresionista de la celebración colectiva.
No son estos los únicos valores que encapsula “Second Line”. Aquí también hay vida y muerte. Pasado, presente y futuro. Rebasar los límites de los géneros musicales es algo que la artista ya practicó en su anterior “new breed” (2019) y que aquí sigue lubricando una visión del formato canción como trenza de pasado (soul y afrodisco, principalmente), presente (desde la producción algodonosa de Solange hasta el pop negro hipersexuado de Janelle Monáe, pasando por referencias fugaces pero poderosas como Santigold, Lulu James, Ebony Bones, Azealia Banks o Kelis) y futuro (afrofuturismo y electrónica).
Pero mientras que el anterior trabajo de Richard sonaba a intento algo desesperado de facturar su “A Seat At The Table” (2016) particular, en la diversidad aperturista de “Second Line” se intuye una identidad mucho más sólida y genuina. La artista sigue explorando su herencia racial y su raigambre en Nueva Orleans. Y, aunque todavía le sobra carga conceptual y le falta concreción, esta “segunda línea” deja una buena ristra de temazos (esa gozosa tanda formada por “Boomerang”, “Bussifame” y “Pressure”) con la que creer, aunque sea por un instante y desde la virtualidad más absoluta, que realmente estás bailando en la “segunda línea” del Mardi Gras. Que es algo que nos viene genial a todos aquí y ahora. ∎
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