Two Door Cinema Club, por fin una banda internacional. Foto: Òscar Giralt
Two Door Cinema Club, por fin una banda internacional. Foto: Òscar Giralt

Festival

Cruïlla: verbena catártica

Del 8 al 10 de julio, el festival Cruïlla logró sortear el embiste de la quinta ola del COVID con una edición que despertó el deseo irrefrenable de comunión con la música y los propios. Ocurrió en el Fòrum de Barcelona.

Mientras los indicadores en rojo del COVID seguían acelerándose en territorio catalán y, especialmente, en el área de Barcelona, los asistentes del Cruïlla seguían, por su parte, atentos a su canal de noticias predilecto a la espera del último lote de medidas planteado por el PROCICAT con tal de aplacar la enésima acometida del virus. Finalmente, la Generalitat optó por atajar el problema en los focos originados en el ocio nocturno e indultar los eventos de ocio al aire libre que han adaptado sus modus operandi a las exigencias de este año en que la salida del túnel pandémico fluctúa en constante zoom in/out.  

Descartado el temor de la cancelación, la organización no escatimó esfuerzos en blindar (¿será suficiente?) la seguridad sanitaria de los más de 50.000 asistentes que desfilaron por las instalaciones del Fòrum. Y lo hicieron con un sistema de cribado cuya implantación resultó ejemplar a lo largo de las tres jornadas. Un espacio enorme en el vecino Centro de Convenciones Internacional de Barcelona (CCIB) daba la bienvenida al asistente, guiado por multitud de voluntarios, señales y hasta altavoces en esta nueva normalidad en constante intento por ser dejada atrás. Dotaciones de personal sanitario se responsabilizaron de llevar a cabo una ronda de test de antígenos que disipó las temidas aglomeraciones, incidencias mayores y, en definitiva, escenas propias de “La guerra de los mundos” en la retina de muchos tras la experiencia de la primera jornada del Vida. Tras quince minutos de espera para el resultado y con el negativo (un total de 289 positivos se quedaron sin entrar) asociado a la pulsera cashless, procedía internarse en territorio Fòrum, donde aguardaba ese añorado terreno de festividad y comunión, ambas activadas  por las fragancias sonoras programadas. 

Pese a la sensación de seguridad que se quiso impulsar con el cribado de antígenos, no todo los asistentes (por suerte) se fiaron de su efectividad. Primó la prudencia y el balance entre portadores de FFP2 como bozal y los de su uso como odiosa vestimenta de codo fue bastante parejo. Parapeto reforzado con la presencia de un ejército de controladores haciendo hincapié en la importancia de llevar puesta esta vestimenta de familiaridad indeseable. Al menos resultó así de equilibrado durante las jornadas del viernes y el sábado, con un público más adulto. Porque el Cruïlla volvió a diseñar su cartel en jornadas-compartimento que le permite dirigirse a un target específico para cada una de sus tres convocatorias. El jueves 8, por ejemplo, fue el turno de los parroquianos del hip hop. Chavalada joven, tatuada a discreción, y dieta alta en esteroides que acudieron bajo las promesas de Rayden, Lágrimas de Sangre, Natos y Waor, y el plato fuerte de la jornada, el venerado Kase.O.

Kase.O: sofisticado, nostálgico y lúdico. Foto: Òscar Giralt
Kase.O: sofisticado, nostálgico y lúdico. Foto: Òscar Giralt

Natos y Waor consiguieron calentar el pavimento del escenario Cruïlla Enamora con su batiburrillo de rap, sonidos urbanos, flamenco y EDM. Pastiche despreocupado y rimas generacionales que calaron entre el público formado por la “generación perdida”. La institución del rap español, Javier Ibarra aka Kase.O, subió la apuesta con un show que puso el punto y final de la jornada. El zaragozano acudió a la plaza barcelonesa para defender su “Kase.O Jazz Magnetism” (2011) con motivo del décimo aniversario del emblemático trabajo. Su puesta en escena se llevó a cabo con la banda con que se grabó el susodicho álbum. Una formación que imprimía nubes jazz y funk sobre las que Ibarra dibujaba sus afiladas y certeras rimas. Fue un recital sofisticado, nostálgico y lúdico, como manifestó ese codo con codo de “Ringui Dingui” con “Sopa de Caracol”.

El viernes le llegó el turno a la camada indie, sedienta de su reencuentro en un marco que ahuyentara los fantasmas vividos en el último curso. Y los primeros en cortocircuitar los empalmes con la pesadilla vírica fueron Carolina Durante, la banda madrileña que se ha erigido en la principal repisa para la prevalencia del indie de guitarras en suelo español. Su angst juvenil, las letras maliciosas y la predisposición garagera de sus instrumentos en alineación clásica (voz, guitarra, bajo y batería) fueron los chispazos necesarios para llevar al público a la euforia. Tal fue así que hasta un espontáneo logró subirse al escenario poco antes de ser retirado. Dulce reencuentro con sensaciones congeladas demasiado tiempo. No fueron los únicos beneficiados de una premisa inmejorable, y, esperemos, irrepetible. El largo letargo de la causa hedonista, esas bolsas de contención prolongadas en la línea temporal, las reservas de dopamina acumuladas durante un período tan sufrido quedaron expuestas a los designios musicales de unos artistas con todo a favor para embolsarse a un público necesitado, como nunca, de diversión. No hizo falta esperar demasiado para ver esa buscada recompensa mutua entre público desabrochado y artistas agradecidos por volver a su hábitat predilecto. Guille Milkyway y su La Casa Azul derribaron los muros de contención con su ya sabida, pero infalible, fórmula de electropop infeccioso. Ni siquiera importaron algunos nudos técnicos con los que tuvo que lidiar su líder en algunos instantes de la velada. “La revolución sexual”, con un breve intermedio del “Rumore” de la desaparecida Raffaella Carrà, explosionó como necesario ritual pagano catártico.

La Casa Azul homenajearon a Raffaella Carrà. Foto: Òscar Giralt
La Casa Azul homenajearon a Raffaella Carrà. Foto: Òscar Giralt

La siguiente cita llegaba como un logro autoasignado por la organización ante tamaña tesitura pandémica. El concierto de Two Door Cinema Club suponía el primer show de una banda internacional de peso en territorio patrio desde que estallara toda la pesadilla. Los británicos acudían con honores de cabeza de cartel y ante una multitud congregada expectante en el escenario principal, tal y como requiere el protocolo de las grandes ocasiones. Sin embargo, su repertorio reconocible quedó fusilado a las primeras de cambio para poder recrearse en la nueva munición del que sigue siendo su más reciente LP, “False Alarm” (2019), con el que buscaron desvincularse de la imagen de banda de rentas para, en su lugar, abrazar un sonido más multicorde, algo más caudaloso gracias a aportaciones de funk-pop y funk-disco, y cierta voluntad por buscar el garante de calidad del sello David Byrne. Otros que parecían invocar al ex Talking Heads fueron Manel, al menos con su apuesta escénica. La formación barcelonesa volvió a sellar su superioridad dentro del pop contemporáneo estatal con un sonido resplandeciente, equilibrado y crujiente. Incursiones a su pasado folk desde los conductos experimentales que definen su último trabajo, y un pop chisposo que alumbró rostros extasiados entre el respetable gracias a misiles como “Sabotatge”, “Formigues” o “Boy Band”. El tono juguetón de la velada encontró su cúspide en ese irresistible mash-up entre “Al mar!” y “Mi gente” de J Balvin.

También llevan tiempo jugando en la liga de los grandes de la música española moderna Novedades Carminha. El combo gallego es un valor seguro a la hora de activar las glándulas suprarrenales. Su funk-pop y power-pop sintomático con raíces en el pop español de los 80 y dejes garageros contagió a los presentes a mayor velocidad que la variante Delta. Una verbena exquisita. La jornada la cerraron los belgas 2 Many DJ’s, los ocupantes del slot que la organización había reservado para Editors antes de que su llegada a Barcelona resultara inviable. El dúo facturó una electrónica algo pesada, poco confluente con el ambiente del momento.

Morcheeba, sedoso downtempo. Foto: Òscar Giralt
Morcheeba, sedoso downtempo. Foto: Òscar Giralt

La jornada del sábado trascendió sin mayores sobresaltos. Un último programa con pocos alicientes que parecía devolver el festival a su idiosincrasia original mediante un conglomerado de artistas heterodoxos, algunos portadores de esa odiosa etiqueta de música fusión y mestizaje. Por ahí desfiló el madrileño Coque Malla, intercalando su perfil de rockero de la vieja escuela con algún que otro éxito de su etapa al frente de Los Ronaldos. En el mismo escenario, Fuel Fandango lograron conectar con los presentes con su brebaje de flamenco y una electrónica que tiró de BPM para infiltrase en la espina dorsal de los asistentes. León Benavente contribuyó a la tercera jornada con su rock incandescente de garito nocturno; una carga anímica tenebrosa que embistió con virulencia en temas como “Amo”, “Ayer salí” o “Ser brigada”. 

La intensidad se desaceleró con la otra banda internacional del cartel –tras la caída de Tom Walker a última hora–. Los británicos Morcheeba llevaron su downtempo al escenario Time Out. Frecuencias de baja intensidad que evocaron noches de veladas musicales pasadas desplegadas en el mismo recinto. Quizá no era la apuesta más cabal para esas horas de la madrugada, pero los efluvios del reciente “Blackest Blue” (2021) fueron una sedosa caricia para los más pacientes. La noche concluyó con el pop melancólico y bailable de Dorian y la gramola de hits indies y rock de DJ Amable.∎

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