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La bendición musical de un sabio desprejuiciado. Ilustración: Carlos Aquilué
La bendición musical de un sabio desprejuiciado. Ilustración: Carlos Aquilué

Artículo

En busca del groove perdido

Luis Lles, uno de los colaboradores históricos de Rockdelux, se ha jubilado en 2021 como gestor cultural del Ayuntamiento de Huesca, desde donde trabajó en la creación del festival de autor Periferias. Por eso, le hemos pedido que haga memoria y escoja una veintena de momentos musicales que han definido su itinerario vital y personal. La selección es un fiel reflejo de la mirada que ha proyectado siempre en sus textos: abierta de orejas, generosa y siempre excitada por los sonidos que han de venir.

20. 12. 2021

E

l vértigo de la vida diaria impide a menudo practicar el sano ejercicio de la nostalgia. Así que, aprovechando mi reciente jubilación como gestor cultural en el Ayuntamiento de Huesca, aprovecho para echar la vista atrás y recuperar, aun a riesgo de una comprensible amnesia, los 20 grandes momentos musicales –por riguroso orden cronológico- de una trayectoria vital, la mía, marcada por una acérrima, casi enfermiza, melomanía.

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Eurovisión, estado mental (1968)

En mi vida existen numerosos momentos epifánicos, pero, sin duda, el primero tuvo lugar justo un mes antes de que estallara el Mayo del 68 en las calles de París. Massiel ganaba con “La, la, la” el festival de Eurovisión, y yo, un chaval de 10 años, lo viví como si fuera la final de un Mundial. Eurovisión es una suerte de estado mental, y su virus me infectó para siempre. Durante un tiempo fue una fábrica de hits insuperables, y sus votaciones (un juego de componendas político-musicales) siguen siendo uno de los entretenimientos más emocionantes que se conocen.

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T. Rextasis (1971)

Aunque ya desde un par de años antes las casetes que grababa mi hermano mayor con discos de los Beatles, John Mayall, The Rolling Stones, Janis Joplin o Santana habían comenzado a hacer mella en mis todavía tiernos oídos, la escucha de temas como “Hot Love” o “Get It On” de T. Rex en los jukeboxes de los salones recreativos de mi ciudad, Huesca, constituyó toda una conmoción. El irresistible brillo del glam –tan bien descrito por Todd Haynes en “Velvet Goldmine” (1998)– contribuyó a dar color a los avatares de mi adolescencia en plena grisura franquista. Lo decía Marc Bolan: “I want to make life more exciting”. ¡Y vaya si lo consiguió!

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La fuente de la sabiduría (1972)

Llevaba yo ya unos años devorando la revista ‘Mundo Joven’ que compraba mi hermano. Pero cuando descubrí el ‘Disco Expres’ (así, sin tilde), fue una verdadera revelación. Fui alcanzado por el fulgurante rayo de Jordi Sierra i Fabra (¡llegó el momento de reivindicarlo!) y su furibundo enciclopedismo “rockista”. Recuerdo los nervios cada jueves al ir al quiosco a por mi dosis semanal de conocimiento. La fuente de la sabiduría. Al fin y al cabo era lo más parecido al ‘New Musical Express’ que hemos tenido nunca en este país. Y faltaban todavía muchísimos años para que llegara internet.

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La decepción del directo (1974)

En la España de los años finales del franquismo, los conciertos de artistas internacionales eran toda una anomalía. El de King Crimson en Granollers en 1973 fue saludado como un hito absoluto. Yo allí no pude asistir. Pero al año siguiente mi amigo Jesús y yo conseguimos que sus padres nos llevaran a Zaragoza para ver en directo a nuestro adorado John Mayall, mi primer gran concierto. Pero tuvo lugar en el Pabellón Salduba, un polideportivo en el que el sonido rebotaba por todos los lados y conseguía hacer los temas casi irreconocibles. ¿Esto es un concierto? ¡Qué decepción! Afortunadamente, la vida me iba a deparar maravillosas sorpresas en el futuro en forma de directos.

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Londres en llamas (1978)

La eclosión punk había convertido Londres en el lugar de peregrinación por excelencia. Así que cuando en mi curso de la Facultad de Económicas de Zaragoza se decidió que iríamos allí de viaje de estudios, mi alegría fue estratosférica. Vi otros conciertos (Meal Ticket, Henry Cow en un festival de Rock In Opposition), pero nada tan fascinante y magnético como un triple concierto en el London Lyceum con John Cooper Clarke, los Buzzcocks y The Slits, con Ari Up golpeando con su micro a los punkis de las primeras filas, que la cubrieron de escupitajos en medio de un pogo salvaje. ¡Inolvidable!

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Virgo inseminada (1978)

La última edición del (auténtico) Canet Rock, realizada bajo el lema “Contrita Contradictio Virgo Inseminanda” (con un polémico cartel con la Virgen dentro de una pirámide inseminada desde el cielo), fue comisariada por Pau Riba. El line-up era espectacular: los Gong de Daevid Allen en su etapa más mística, una Nico depresiva llorando ante la incomprensión del público, Blondie en su mejor momento, una trepidante Banda Trapera del Río, el porno-show de los Masturbadores Mongólicos o unos Ultravox! electrizantes y sublimes en el cambio de la noche al día. Al final teníamos la impresión de haber asistido a un sueño. Mesmerizante.

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El Rey del Pop (1982)

Rendido admirador del cancionero de la Tamla Motown y de toda la historia de la música negra, yo había seguido la carrera de Michael Jackson desde la época de sus inicios con Jackson 5 y adoraba perlas como “I Want You Back” o “ABC”. Pero no fue hasta la edición del álbum “Thriller” cuando Michael demostró ser el irrebatible e invencible Rey del Pop. Un monstruo en toda la amplia acepción de la palabra. Un mago capaz de levantar monumentos de pluscuamperfecta arquitectura pop del calibre de “Billie Jean”, “Human Nature” o “Wanna Be Startin’ Something”. Los 60 son de los Beatles y los 70 de Bowie. Pero los 80 son de Michael. Más allá del bien y del mal.

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Majestades pasadas por agua (1982)

7 de Julio, Estadio Vicente Calderón de Madrid. No llegué a tiempo de poder ver en directo a mis queridísimos Beatles. Pero no iba a dejar pasar mi primera oportunidad de ver en acción a The Rolling Stones, cuya actuación fue bendecida por una vivificante tromba de agua. El de sus Satánicas Majestades fue mi primer stadium concert. A él le seguirían otras experiencias religiosas con Bruce Springsteen, Prince, U2 (¡deslumbrante “Zoo TV”!), Madonna o Michael Jackson. Una práctica que, en todo caso, cada día me seduce menos. Salvo raras excepciones, demasiado incómoda.

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Misión imposible (1983)

Mi primera incursión en las ondas hertzianas se produjo en Radio Huesca, con mi programa “Misión Imposible”, típico vehículo posmoderno de los 80 donde podían sonar Esplendor Geométrico, Cheb Khaled, Simple Minds, Neil Young o Grandmaster Flash. También daba cancha a las maquetas de los grupos locales, y así es como surgió mi relación, por ejemplo, con Mestizos, grupo pionero en muchos sentidos. Después he seguido cultivando la faceta radiofónica en distintos medios (entre otros, con mi programa “Días del futuro pasado” en Radio Primavera Sound), y en la actualidad conduzco el programa “La caja de los truenos” en Hit Radio Huesca. Lo del veneno de la radio es estrictamente cierto, al menos en mi caso.

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Rockdelux: mi caaasaa (1988)

Llegué a Rockdelux cuando todavía no era el oráculo en que luego se convertiría. Unos años antes había comenzado a colaborar con la revista zaragozana ‘Menos 15’ y después con ‘Ruta 66’. Un macroinforme sobre música africana que hice para esta revista sirvió para que Santi Carrillo me llamara para colaborar con Rockdelux. No me costó nada aceptar la invitación. Mi primer artículo para la que ya después ha sido mi casa fue una entrevista a John Landis Fans. Creo, modestamente, que siempre he aportado diversidad a la revista. Guardo un excelente recuerdo de mi sección Ritmo Global o de mis contribuciones a ‘Dancedelux’. Y no me arrepiento de seguir en este barco.

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La (nueva) era de la margarita (1989)

Aunque mi relación con el hip hop data del mismísimo primer momento de su creación, 1979 (guardo como oro en paño los singles originales de Sugarhill Gang, Grandmaster Flash o Kurtis Blow), la edición del primer álbum de De La Soul, “3 Feet High And Rising”, con su hippy hop y su daisy age, significó la confirmación del género como excitante vehículo de comunicación intergeneracional y el respaldo definitivo a una forma abierta y no sectaria de entender el hip hop. Después vendrían el afro-rap, el chip-hop, el grime, el trap, el drill y tantas otras contorsiones de la palabra.

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La rebelión de los hombres máquina (1991)

Siempre me fascinaron Kraftwerk. Su inquietante imagen, su relación con las máquinas, su sonido robótico, el misterio de si eran o no humanos. He de reconocer que casi me daban tanto miedo como placer auditivo. Pero hasta 1991 no conseguí verlos en directo. Fue en el desaparecido Teatro Fleta de Zaragoza. Y aunque ya llevaba años escuchando música electrónica, el impacto fue brutal. Sin duda, uno de los conciertos más gozosos de mi vida. Después les he visto otras cuatro o cinco veces. Pero nunca fue igual que el shock de la primera vez.

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Siempre nos quedará Bristol (1991)

Ya desde finales de los años 70, con The Pop Group y Rip Rig + Panic a la cabeza del fenómeno punk-funk, la escena musical de Bristol me había parecido especialmente seductora. Esa mágica confluencia entre dub, punk, funk y electrónica precedería a Smith & Mighty y a los magistrales Massive Attack, cuyo álbum de debut, “Blue Lines” (del que se cumple su 30º aniversario), es uno de mis discos de cabecera. Un melancólico y ensoñador destilado de las músicas que más me apasionan. Años más tarde, viajaría a la ciudad para entrevistar a Up, Bustle & Out para Rockdelux y su brumosa atmósfera portuaria me hechizó.

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De Kinshasa a Sofía (1993)

Toda mi vida he pensado que había vida más allá del universo musical anglosajón. Incluso cuando siendo adolescente estaba abducido por el rock, disfrutaba también con la canción italiana y francesa. Después, huyendo de la visión eurocéntrica, me acerqué a la música cubana o hindú y, a comienzos de los 80, comencé a experimentar una desmedida e infinita pasión por la música africana. Pero mi flash definitivo lo obtuve en la segunda edición del festival Pirineos Sur al ver al congoleño Ray Lema compartiendo escenario con el Ensemble Pirin de las Voces Búlgaras. Uno de esos momentos mágicos que se perpetúan en la retina, en los oídos y en la memoria. África es el futuro.

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Soñar Sónar (1994)

Ocho años antes ya había experimentado el inmenso placer de colocar la aguja sobre el maxi “Move Your Body” de Marshall Jefferson y, de repente, descubrir un mundo nuevo con el house. Por eso anhelaba poder asistir a un festival que pudiera replicar esa misma excitación. Sónar surgió en 1994 en Barcelona y fue como un sueño cumplido. Poder disfrutar en directo y a tiempo real del vértigo que producían las inagotables nuevas tendencias del techno y la música electrónica era impagable. Su labor como sónar o radar de nuevos sonidos y artistas solo es comparable a la de otros dos de mis festivales favoritos, Primavera Sound y Les Trans Musicales de Rennes. Y Periferias, claro.

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Orgullo periférico (2000)

Cuando en el cambio de milenio Juanjo Javierre (Mestizos, Soul Mondo, Nu Tempo) y yo planteamos al Ayuntamiento de Huesca crear un nuevo festival, tuvimos en cuenta algunos modelos europeos, pero en definitiva queríamos crear un festival distinto, que no se pareciera a ningún otro. Ese festival soñado al que nos hubiera gustado asistir como espectadores. Y así surgió Periferias, un festival temático y multidisciplinar que es, sin duda, mi creación preferida de mi etapa como gestor cultural. Ese primer año, Huesca, una ciudad de 50.000 habitantes, acogió a Jeff Mills, DJ Assault, Sr. Coconut, The Delgados, Esther Ferrer, V/VM, Arto Lindsay, DJ Spooky, AntiPop Consortium o Terre Thaemlitz, muchos de ellos por primera vez en España. El festival ha celebrado este año su 21ª edición.

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Justicia poética (2005)

Enamorado de las verbenas desde pequeño, no tardé en caer en las redes del raggamuffin latino de El General y Vico C en primer lugar y del reguetón después. En mis incursiones como DJ intruso, en el verano de 2005 me encontraba pinchando en el Monegros Desert Festival en el stand de Máxima FM mi menú habitual a base de Stockhausen, T. Rex, Michael Jackson y electrónica de diverso pelaje. De repente, pincho el “Papi chulo” de Lorna y el encargado de la emisora me echa de la cabina alegando que “eso no es música electrónica”. Haber sido expulsado por pinchar esa joya que es el “Papi chulo” cuando nadie daba un duro por el reguetón es algo que llevo con gran orgullo. Hoy en día es, como diría Nick Lowe, el pop de ahora para la gente de ahora. Justicia poética.

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OFI/Huesca (2010)

En 2008 la edición “Futuro” de Periferias invitó a Juan Atkins para que participara en dos noches del festival: una como DJ y la otra al frente de los míticos y por entonces reactivados Model 500, lo más parecido a una versión black de Kraftwerk. Ni qué decir tiene que fueron dos sets brillantísimos. Pero la sorpresa vino cuando dos años más tarde, el no menos mítico sello belga R&S editó un nuevo maxi de Model 500, su primer material nuevo en once años. Incluía dos versiones del tema “OFI” (el original y un remix de Mad Mike) y otro tema titulado… ¡“Huesca”! Que mi adorado godfather of techno titulara uno de sus temas con el nombre de mi ciudad fue, sencillamente, un subidón inigualable.

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Una choza futurista (2012)

Sin duda, una de la experiencias más impactantes y alucinantes de toda mi vida ha sido asistir a una sesión en el club Fendika de Adis Abeba. Gracias al programa Vis a Vis de Casa África, he podido viajar a numerosos países africanos. Pero, desde luego, nada es comparable al Fendika, el club que gestiona el bailarín Melaku Belay, colaborador habitual de The Ex. Coincidí allí con mi amigo Javier Díez-Ena, que inesperadamente estaba en la ciudad para ofrecer un concierto con su grupo Dead Capo en la embajada española en Etiopía. En una gran choza africana reconvertida en club interplanetario, los dos contemplamos absortos y fascinados cómo una música hipnótica, tan tribal como futurista, sumía a todo el público africano, abducido por el ritmo, en un inagotable trance, extasiado en medio de un ritual inexplicable. Un chute de vida.

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Resumen y coda final (2017-2018)

Está claro que los momentos de mi vida musical son muchos más y que me he dejado en el tintero varios de ellos. Pero, a modo de coda final, me gustaría aportar un momento de 2017 y dos momentos de 2018 que resumen mis tres grandes pasiones musicales: la experimentación, el ritmo y la melodía. La primera se vio colmada en el espeluznante concierto que Ben LaMar Gay ofreció en Les Trans Musicales de Rennes: free jazz, world beats, electrónica y locura creativa en un cóctel de pura big black music. El ritmo (y la imaginación) lo puso Rosalía con esa joyaza del sincretismo español y latino que es “El mal querer”. Y antes de esos dos instantes epifánicos ocurridos en 2018, el año anterior la melodía la puso mi venerado Franco Battiato con uno de los últimos conciertos de su vida. Me hizo llorar varias veces. ¿Dónde fue? En el festival Pirineos Sur, del que yo era por entonces su director artístico. Como diría el Emérito, me llenó de orgullo y satisfacción. Y la vida sigue. Llena de música, afortunadamente. ∎

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