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El productor tranquilo. Foto: Pip Bourdillon
El productor tranquilo. Foto: Pip Bourdillon

Entrevista

James Ellis Ford: “Una canción, un álbum, es una polaroid de un momento vital”

Productor y compositor de grandes nombres como Arctic Monkeys, Gorillaz o Depeche Mode, James Ellis Ford siempre ha estado en la trastienda del éxito musical. A causa de un parón con su dúo Simian Mobile Disco, ha decidido salir del armario, musicalmente hablando, y ponerse bajo los focos con su primer álbum en solitario: “The Hum”. Lo presentará el 3 de junio en Primavera Sound Barcelona y el 10 de junio en Primavera Sound Madrid.

29. 05. 2023

No me gusta Zoom. Odio usar Zoom. Me pone de mala leche Zoom. Alargar la mano y no poder acariciar incómodamente la mejilla de mi interlocutor no es satisfactorio. No siento que estoy allí. Es sintético y remoto. No es unificador, ni compatible, ni cohesivo. Con todo, a veces tienes que hablar con China, Taiwán o Reino Unido, que no es un viaje muy largo pero no está el horno para bollos. Así que mueres al palo. Mandas el enlace. Esperas el tintineo luminiscente del que cuelga una campanilla de sonido metálico. Abres y ¡tachán! Lo primero que ves es tu cara de nabo vía webcam y te preguntas por qué tu madre no te hizo la de los espartanos, tirándote a un nido de peces escorpión nada más verte. Luego ves al otro. La facha que le plancha la pantalla no es mucho mejor que la tuya y te dices: “Oye, pues tampoco es para tanto... ¡Exagerado!”.

El asunto es que, organizado el aquelarre tecnológico, me reúno, yo en Madrid y él Londres, con James Ellis Ford. “¿Y quién es este tío?”, pensaréis muchos, con ese nombre de marine en una película de John Hyams o de gran empresario en una de Wes Anderson. Lo cierto es que es un interrogante lógico si tenemos en cuenta que James ha sido el titiritero, el domador, el estratega que coordina el ataque, pero está lejos de la gloria en la contienda musical durante casi toda su carrera.

Ahora, si os digo que Ford ha producido y compuesto con los Arctic Monkeys, Gorillaz y Depeche Mode, ¿a que la cosa os suena más jugosona, eh…? ¡Pues no seáis cretinos! Porque James, el bueno de James, con un gesto de monaguillo protestante, de pillastre con pelo de lana, va mucho más allá. No se marca la de Buzz Lightyear, porque el infinito es solo para Dios (o sea, Elvis), pero fundó el grupo Simian –del que únicamente los más onanistas melómanos habrán oído hablar– y forma parte del dúo Simian Mobile Disco, del que es más fácil que alguien se haya dejado atrapar por sus armónicas frikadas de “Encuentros en la tercera fase” volcadas en una Thermomix con electrónica, techno y house.

“¿A qué viene todo esto?”, os preguntaréis… Lo de la entrevista y ese rollo. Pues ¿a qué va a venir, hostias? A que James Ellis Ford, alfarero en la sombra del éxito, capitán silencioso de los barcos de la fama, ha salido a jugar de delantero. ¡Qué narices, de delantero no, de uno contra once! ¡De Yo versus El Mundo! Décadas, un porrón de años labrando los terrenos de lo discreto y lo instrumental y al gachó no se le ocurre nada mejor que plantarse en mitad del escenario como una colegiala nerviosa y hacerse la de Juan Palomo. Porque sin potenciadores de sabor postizos, ni manipulaciones externas, colaboraciones o coleguillas entertainment, Ford se ha cascado un álbum entero él solito llamado “The Hum” (Warp-Music As Usual, 2023).

En la piel del artista. Foto: Pip Bourdillon
En la piel del artista. Foto: Pip Bourdillon

La Tierra llena de pajilleros atontados y vagos de toda índole, y este corsario con famosa cabellera a lo Rob Tyner decide regalarle al mundo un repertorio concienzudo, variado, cochinamente bien compuesto, en el que él lo hace todo. Canta, compone, revisa, mezcla, cose, acuesta a los niños, hace la cena, la colada, el amor a su mujer y, si tal, se toma una pinta tibia. Y todo ello no ha sido una decisión baladí, os lo advierto…

James se conecta. Compruebo su cara de nabo y me tranquilizo por la mía. Vaya, ¡el camarada se ha podado el seto capilar! Ya no parece tanto un brujo lozano con ojos tiernos como un respetable hípster inglés. Ahora, sigue proyectando buenas vibraciones. Es esa mirada de advenedizo divino.

Segundos después de digerir ese aura como de rosetón gótico, descorcho la conversación con unas salutaciones corteses. A estos ketamínicos bebe tés hay que tratarlos con extrema cortesía. James hace lo propio. Me recibe telemáticamente en su estudio. ¡Vaya galería! Parece una tienda de música. La orquesta entera se ha ido de copichuelas a ese cuarto y de la cogorza se han dejado los instrumentos: “James, menuda colección que tienes, ¿no?”. Él otea el infinito horizonte de vientos, cuerdas y cables repartidos por la estancia. Si uno se imagina la cueva de un productor famoso, la imagina tal cual es esta: “Es verdad que aquí tengo de todo. Cuando me di cuenta de ello, porque creé este estudio allá por 2017, fue uno de los momentos en los que comencé a pensar que llegado el día podría montármelo por mi cuenta. También la pandemia ayudó”.

Como si fuese un ganadero fardando de los huevos que gastan sus toros, me enseña un oboe, una flauta, un clarinete (¿o es un fagot?), toca un poco un piano, luego otro, saca el bajo... Vamos, que la carnicería musical está cargada. Tiene el escaparate como el día después de la matacía. “Ah, y otra de las razones principales de este disco solitario”, prosigue el músico, “fue porque a Jas (se refiere a Jas Shaw, la otra mitad del dúo Simian Mobile Disco) le diagnosticaron una enfermedad rara. Tuvimos que parar. Jas no podía viajar y me vi de pronto, tras tanto viaje y ajetreo, encerrado en casa. ¿Qué iba a hacer? No puedo estarme quieto. Así que empecé a hacer pequeños experimentos sonoros. De pronto, me vi creando algo solo. Toda la vida colaborando con otros y, no sé, pensé: ‘¿Qué coño?, vamos a ver qué pasa’. Nunca me he visto como un artista. Me siento muy cómodo en la posición de productor. Pero, oye, era el momento”.

“Empecé a hacer pequeños experimentos sonoros. De pronto, me vi creando algo solo. Toda la vida colaborando con otros y, no sé, pensé: ‘¿Qué coño?, vamos a ver qué pasa’. Nunca me he visto como un artista. Me siento muy cómodo en la posición de productor. Pero, oye, era el momento”

James nunca se ha visto como un artista… Pues vaya, no sé en qué lugar deja eso a los demás. Imagino que se refiere a la condición de famoseo. Los focos, quizá, le hayan dado un poquito de urticaria a lo largo de su vida: “En mi caso es lo opuesto a la mayoría de músicos. Yo no quiero el centro del escenario. Sé que así es como llegan las presiones, la ansiedad, la incapacidad de vivir tu vida para ti. Lo he visto. No quiero abrir las puertas de la fama. Disfruto recibiendo los beneficios de la música sin pagar ese peaje”.

“Pero, James, querido”, le vengo a decir, “con este disco te acabas de poner en mitad de la plaza a gritar, te va a ver todo cristo”. “No, no, no es el mismo nivel”, responde Ford, quien, imagino, piensa en colegas suyos como Alex Turner, quien no podrá permitirse ni mear en un callejón oscuro. “Mi capacidad de atracción se mantiene similar con este álbum. Quiero decir que, aunque se escuche, no va a llegar a mucha más gente de la que llegaba con Simian Mobile Disco… O tal vez sí, no sé”. Para llevar veinte palos en la música de vanguardia británica el tipo es como un humilde comerciante de diamantes. Sabe la calidad de su producto, tanto como sabe que dárselas de especial es quedar de cenutrio.

Le confieso mi sorpresa por su multinstrumentalidad. Hay músicos que se pasan la vida pegándole al mismo trasto y no alcanzan a pisarla bien con él. Ford, en cambio, da la impresión de mimetizarse con cualquiera. “Tengo justo la confianza para tocar”, dice. “No domino ninguno. Los toqueteo todos. Para lo que yo hago es suficiente. En los temas de estudio, con saber desenvolverte levemente ya puedes hacer composiciones alucinantes”. Y no hay más que escuchar el disco para pisparse de ello. Le pregunto, no obstante, si considera que tiene oído absoluto, lo que explicaría mucho esa versatilidad tan dulce. “¡No! ¡No!”, contesta, como si le hubiese contado mi plan de magrearme con la reina de Inglaterra… Sí, quede lo que quede de ella: “Simplemente tengo cierta facilidad musical. Llevo toda la vida en esto, y eso, quieras o no, es lo que me permite sentir esa comodidad. La experiencia es sin duda la mejor materia prima para experimentar. Por eso, además, estudio siempre cosas nuevas. Para mí aprender es como un fractal. Conozco un elemento que me lleva a otro y así sucesivamente”.

James Ellis Ford: “Squeaky Wheel”, vídeo realizado por Ark Studios.

Aprovechando que ha estado, codo con codo, detrás de la mesa de mezclas, con la guitarra o la batería, con hitos como los Arctics o Gorillaz, en cuyos últimos trabajos es palpable una deriva hacia la musicalidad más jovial, melódica, hippie flower power incluso, le pregunto al respecto. “Sí, bueno. No sé. Es cierto que hay un viraje hacia algo más melódico y más ‘dance’ en vez de tan rockero. Pero es que las bandas no son lineales. Varían. Son montañas rusas de las que no puedes esperar que hagan lo mismo siempre. Necesitan evolucionar, ponerse retos, moldearse para no pudrirse. ¿Ahora la ola va en esa dirección? Sí, es posible. Pero no puedo analizar por qué”. Mi gozo en un pozo. Pero oye, no le falta razón. Las cosas cambian. La mutabilidad es la única constante del universo. “Una canción, un álbum, es una polaroid de un momento vital. Una fotografía de lo que eres y de lo que deseas en tu vida”, termina por sentenciar con grandilocuencia.

Aunque podía haberle hecho llama-cuelgas a una cantidad desproporcionada de artistas que habrían puesto su disco en el trampolín de la fama y la visibilidad, se ha decidido por la discreción sobria de lo personal. Lejos del triquini fosforescente que hubiera sido colaborar con, no sé, Depeche Mode, llamando la atención de millones de viandantes musicales, se ha vestido con unas sencillas zapatillas con vaqueros y camiseta. Eso sí, todo ello de marca. De marca cara. De la juena, juena. “No puedes pensar en un producto comercial cuando compones. Si buscas un éxito en la radio lo más seguro es que o no lo consigas o que lo que has hecho sea una mierda. Has de ser honesto con tu creación”, responde cuando le pregunto si no le hubiese sido conveniente seguir una línea más fácil de cara a la atención sobre su trabajo. “Si ni tú te crees lo que haces, nadie se lo va a creer. Yo admito haber tenido suerte porque como productor mi trabajo ha sido exitoso. Por tanto nunca he tenido que claudicar ante la presión ‘comercial’. Me he mantenido fiel. Y lo mismo para este nuevo proyecto”.

Ahhh… la ambición. Qué caprichosa compañera. Tan pronto te sienta el culo en un géiser como te empuja escaleras abajo. En ocasiones, un poco de ambas. Por ejemplo James, en esta nueva entrega de sus aventuras, se ha decidido a hacer lo que nunca había hecho: “Confieso que soy bastante vergonzoso. Lanzarme de pronto, sin haber cantado nunca, a hacerlo en un álbum… Pues sí, es un reto de la leche. Y es gracioso estar en el otro lado aplicándote el cuento. Te das cuenta de que hay cosas que es mucho más fácil decir que hacer. Bien, ya sabía que no eran tan sencillas, pero una vez te ves puesto a prueba te haces más consciente de la tridimensionalidad de lo que se les exige a los músicos”.

“El álbum juega con una musicalidad más dulce sobre un contenido letrístico bastante oscuro, diría. ¿Melancolía y nostalgia? Sí, seguro, hay de ambas. No puedes ser ni muy feliz ni muy triste, es imprescindible que la música esté en el medio. Si no, corre el riesgo de hacerse insoportable”

Puede que antes se les exigiera menos. Yo qué sé, en aquella onda punk o grunge no veo al domador de leones de la pecera lanzando escupitajos rabiosos si un compás salía torcido. Hoy día en cambio todo parece tener que medirse hasta en la roña de las uñas. Sobre todo en lo que respecta a la música electrónica, en todos sus derivados: “La perfección tecnológica es muy peligrosa”, aclara al respecto. “Lo que permite generar una sensación orgánica son los errores. Yo dejo algunos deliberadamente porque es la forma de que la musicalidad sea tu confidente. De cara al absoluto tecnológico, donde todo está medido y manipulado, no puede haber confianza con la canción. Es imprescindible permitir el error en la música. Es lo que diferencia el arte humano de lo artificial”.

Es cierto que cuesta pensar en una máquina con sentimientos conflictivos. Triste o feliz, bah, tira que te va. Pero, no sé, melancólica… Ummm, eso suena más inefable. Humano. Y es a lo que le digo que me recuerda su trabajo. “El álbum juega con una musicalidad más dulce sobre un contenido letrístico bastante oscuro, diría. ¿Melancolía y nostalgia? Sí, seguro, hay de ambas. No puedes ser ni muy feliz ni muy triste, es imprescindible que la música esté en el medio. Si no, corre el riesgo de hacerse insoportable”. Y que lo digas, James, y que lo digas…

Como colofón a tan brillantes alegatos, le pregunto a este párroco del sample si aspira a algo. ¿Algún logro? ¿Algún objetivo vital? ¿Morir con las botas puestas? ¿No tener que usar jamás pañales para adultos?: “Mi única y segura ambición en esta vida, más allá de mi familia, es seguir haciendo música con mis propias reglas. No perder nunca ese poder. Esa libertad”. Pues dicho queda. Y si uno duda de esta última afirmación, siempre puede recurrir a documentarse a la fuente... Porque ya lo decían Los Chichos: “¡Libre, libre quiero ser! / ¡Quiero ser, quiero ser libre!”. ∎

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