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Compositora, poeta e intérprete de primer nivel.
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Joni Mitchell y “Blue”: la flor del dolor

Trovadora, pintora y gran observadora de su tiempo, Joni Mitchell es una de las mejores cantautoras de la generación Woodstock. Su talento ha dejado huella en el folk, el soft rock y el jazz. “Blue”, una de sus obras maestras incuestionables, celebra su 50º aniversario este 2021, y será nombrada como Persona del Año en los Grammy de enero de 2022. Razón más que suficiente para volver a ella.

06. 09. 2021

Desde hace unos años, la discografía de Joni Mitchell es objeto de periódicas reediciones. Ahora le ha llegado el turno a “The Reprise Albums (1968-1971)” (Rhino, 2021), caja compuesta de versiones remasterizadas de “Song To A Seagull” (Reprise, 1968), “Clouds” (Reprise, 1969) y “Ladies Of The Canyon” (Reprise, 1970), que incluyen canciones de alto nivel, más el extraordinario “Blue” (Reprise, 1971). Ilustra la caja un autorretrato inédito de Mitchell, pintado en aquella época, e incluye un ensayo de la cantante de country Brandi Carlile, que tocó en 2019 la totalidad de “Blue” en el Disney Hall, la sede de la Filarmónica de Los Ángeles. Carlile considera a Mitchell su mayor influencia.

“Blue” es un disco sin etiquetas, que con el paso del tiempo no ha hecho más que crecer. En el año 2000, ‘The New York Times’ lo señaló como uno de los 25 álbumes que representan “puntos de inflexión en la música popular del siglo XX”. En 2002, en el Rockdelux 200, especial donde elegimos los mejores álbumes del siglo XX, ocupó el puesto 31: “Probable culminación de la canción de autor de los años setenta y de la carrera de la propia Mitchell, es tan estratosférico, personal e incomparable que prácticamente escapa a una valoración racional”, se escribió en la crítica correspondiente. En 2020, ‘Rolling Stone’, que suele marear su canon a gusto, situó el álbum en la tercera posición de los 500 mejores discos de la historia. “Las canciones tristes son como tatuajes”, opinó del disco su autora. Ante tamaños halagos, no se recomienda perder de vista la obra anterior y posterior de Mitchell, incluyendo etapas como la de su incursión en el jazz.

Mitchell no entra en los sitios: se entromete en lo que le interesa. Su etapa jazz rezuma pasajes de exquisitez. Es una guitarrista consumada. De la concepción armónica y la contención melódica que proponía y que no entendieron algunos de sus músicos, Mitchell llegó a Jaco Pastorius y a Wayne Shorter, mentes privilegiadas para entender su manera de expresarse. Ejemplos de ello son “Hejira” (Asylum, 1976) y “Mingus” (Asylum, 1979). Pero quien mejor la ha entendido es Herbie Hancock, prendado de “River”, ese triste cuento que constriñe la Navidad. La canción, que pertenece a “Blue”, dio pie mucho después a “River. The Joni Letters” (2007), homenaje de Hancock a la cantautora; un referente más allá de estilos musicales y del tiempo. Ambos han colaborado y actuado juntos antes y después de este reconocimiento. Aquel mismo año, 2007, el pianista de Chicago realizó el discurso de introducción al Panteón de cantautores canadienses, afirmando que “la carrera de Joni Mitchell es la historia de la libertad de expresión”.

La dama del desfiladero. Foto: GAB Archive / Redferns (Getty Images)
La dama del desfiladero. Foto: GAB Archive / Redferns (Getty Images)

Joni Mitchell, nacida como Roberta Joan Anderson el 7 de noviembre de 1943, en Fort Macleod, Alberta, Canadá, tenía 27 años cuando publicó “Blue”. Para entonces, ya había escrito “Big Yellow Taxi”, donde ponía de manifiesto su preocupación por el medio ambiente –la canción fue regrabada en el que es, por ahora, su último trabajo de estudio, “Shine” (Hear Music, 2007)–, y “Woodstock” (aunque no acudió al festival), incluidas en el estimulante “Ladies Of The Canyon”. Como persona y compositora, ama la libertad. Es una dama de la canción y una señora del jazz, en mitad de un hábitat tan masculino, como es el musical, del que no salió indemne. Asumió el rol de superviviente y francotiradora. Mitchell tomó nota del desastre que realizó David Crosby como productor en su álbum debut. Desde entonces, ella ha asumido el control de su obra discográfica.

El repelús que le ha provocado durante décadas la industria musical se ha ido conteniendo. Hostigada por la vida, aprendió a devolver los golpes. En la calle, en las giras y en los estudios de grabación. Femenina por naturaleza, está atenta a las situaciones desabridas. Los millennials hablan poco de ella y la Generación Z, menos. Pero sí lo hacen cuando Mitchell rechaza la etiqueta de feminista y critica a Madonna.

Esa frase rancia y acomodaticia de “cambia de hombre como se cambia de camisa” se le ha propinado durante años para denigrarla. Su inteligencia y su manera de aplicar aquello de no hay mayor desprecio que no hacer aprecio ponían de los nervios a más de uno, mujeres incluidas. Esta actitud permitió a Mitchell dos cosas: hacer con su vida lo que considerase y, en lo compositivo, explicar las relaciones humanas. Al respecto, dicen que en “Blue” existe demasiada transparencia. “The Last Time I Saw Richard” y “Carey” pueden servir de ejemplo.

Siendo poco más que una adolescente, ya había acumulado una carga infinita de dolor. No es posible evaluar qué supone haber dado en adopción un bebé si no se ha vivido semejante experiencia. Y más cuando tu mundo se envuelve de incomprensión (la familia) y de abandono (el novio). No tenía dinero para mantenerlo.

Mitchell había dicho que en sus discos dejaba mensajes sobre el dolor de ese acontecimiento que se solventó treinta años después, a finales de los años 90, con el reencuentro con su hija. Aseguró que nunca antes habló con nadie de ese suceso: “He recuperado a una hija y he ganado un nieto”. “No soy su madre. Somos amigas”, han sido algunos de los pensamientos que ha ido haciendo públicos la vocalista en entrevistas y grabaciones. Todo empezó con “Little Green”, una carta a la hija desconocida que forma parte, también, de “Blue”.

La salud también es un factor recurrente en su vida. De niña fue víctima de poliomielitis. Su vida cambió, abandonó la natación y se inclinó por la música y la pintura, como se puede apreciar en el trazo, el color y el detalle de muchas de las portadas de sus discos, de las cuales es autora. La enfermedad tuvo consecuencias en su cuerpo. La compositora tiene unas manos peculiares, dignas de El Greco, cosa que le ha permitido desarrollar una habilidad para la afinación abierta, que le permite desarrollar un lienzo sonoro más complejo y con más posibilidades a la hora de tocar la guitarra, pues puede colocar los dedos donde otros no llegan.

Voz aguda y cristalina, sincera y desestabilizadora. Foto: Roy Jones (Getty Images)
Voz aguda y cristalina, sincera y desestabilizadora. Foto: Roy Jones (Getty Images)

En ese sentido, “Blue”, producido por ella misma, es un compendio de voz, piano, un dulcimer de los Apalaches y guitarra para vestir diez letras originales, llenas de pasión, esperanza y desasosiego. En otro sentido, es un libro abierto para Graham Nash, James Taylor y Leonard Cohen, con quienes mantuvo relaciones más o menos estables en aquel tiempo. Según parece, Mitchell, conocida por su acidez para según qué cosas, los suspendió a los tres. Y a unos cuantos más, también.

Otro tema de conflicto es el hogar y la residencia. No es una canadiense errante. Mitchell es esa clase de personas que traza su vida a partir de echar raíces en alguna parte. Solo hay que escuchar “California”, donde enfatiza su sentido de pertenencia. Otra cosa es que considere Canadá su hogar.

“Blue” expone un amplio tapiz de sentimientos, que de manera natural conducen a la vulnerabilidad. Y esa es, precisamente, su fortaleza. Una actitud demasiado abierta, según el parecer de los hombres de su entorno. “My Old Man”, “Carey”, “A Case Of You” y “The Last Time I Saw Richard” hablan de ellos. La cantante lo hace aquí, lo hizo antes y en discos posteriores. “Blue”, como canción central, la quinta del álbum, es triste. Cómo no va a serlo. Cómo olvidar el entorno de sus emociones.

La grandeza de Mitchell está en cómo procesa los golpes que recibe, y en el coraje que imprime para rehacer su vida. Sus estados de suspensión se liberan mediante la composición, la canción y la actuación. Mientras creaba este histórico álbum, una nueva relación se desvanecía. A pesar de ello, la voz, sea amable, ronca, áspera o un tanto aguda, se mantiene en pie, en el canto y en el susurro.

Quizá por afinidad cromática, esta obra se ha ganado comparaciones con “Kind Of Blue” (1959), de Miles Davis. Permítanme una discrepancia: “Blue” es al folk y al country, ahora americana, lo que “Music From Big Pink” (1968), de The Band, fue para el rock’n’roll: una guía para expresarse sin ataduras. Un caos controlado que tumbó unos códigos caducos.

A la luz de los hechos, la vida de Joni Mitchell habrá sido muchas cosas, pero ha tenido poco de convencional. Muchos creen que están aquí porque tienen una misión. Se diría que, en su caso, Joni Mitchell tuvo una visión, que nos alcanza hasta nuestros días. ∎

1971 en clave femenina

Tenemos el mal hábito de asegurar que fueron los chicos quienes radiografiaron los Estados Unidos pos-Woodstock. Sigue pasando. A quien le interese Bob Dylan sabrá que Joni Mitchell estaba ahí, en la escena, y no precisamente como mera espectadora. No era la única. Ese año, Carole King editó “Tapestry” (Ode, 1971), que fue un bombazo. Ambas se relacionaron con el mismo hombre, James Taylor, que cantó “You've Got A Friend” de King y colaboró en diversas fases de “Blue”, de Mitchell. Pero se casó con otra cantante de gran éxito, aunque de menor enjundia, Carly Simon, de familia multimillonaria, que empezaba su exitosa carrera en solitario también entonces.

El año empezó bien para la industria, pero mal para la música. En el albor de aquel calendario se publicó “Pearl” (Columbia), el álbum póstumo de Janis Joplin, fallecida meses antes. También se produjo un debut que ha marcado la canción de autor, el blues y el pop hasta alcanzar el epicentro de la industria musical, a base de ventas y premios Grammy, el de Bonnie Raitt, con su álbum homónimo para Warner Bros. Tal vez, la más olvidada, con una voz singular por cautivadora, es la compositora y pianista de NYC Laura Nyro, fallecida en 1997, una apasionada del soul y el R&B, que aquel año firma un álbum con Patti LaBelle, “Gonna Take A Miracle” (Columbia), que va camino de ser considerado un clásico.

Con la excepción de LaBelle, todas estas mujeres eran blancas y estaban en el radar de Aretha Franklin, que ya había grabado la monumental “(You Make Me Feel Like) A Natural Woman”, de la citada King y su marido de entonces, Gerry Goffin, en 1967. Cuatro años después, Franklin nos dejó un directo espléndido, “Live At Fillmore West” (Atlantic). El año también marcó el inicio de un largo silencio por parte de Bobbie Gentry, pero su “Ode To Billie Joe” (Capitol, 1967), la memoria oral de un suicidio, sigue ahí. Volvió mucho después. El dolor también tiene nombre de mujer. ∎

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