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Los granadinos volvieron el viernes 17 de septiembre a Barcelona para echar el cierre a las Nits del Fòrum y salieron a hombros entre himnos innegociables, estrenos cargados de ironía y una aplastante puesta en escena. J y los suyos, en plena forma.
Noche grande para clausurar las Nits del Fòrum y, ya puestos, para empezar a despedir un verano que anda apurando sus últimos tragos. Los Planetas, en formato fully equipped (nada que ver, menos mal, con la versión portátil de sus “Conciertos esenciales”), de regreso a uno de los escenarios de sus grandes gestas; ahí donde, por ejemplo, dejaron boquiabierto a parte del público extranjero en 2013 con su hercúlea revisión de “Una semana en el motor de un autobús” (1998). O donde, ya en 2018 y sin necesidad de demostrar nada, acudieron raudos a cubrir la baja de última hora de Migos y aprovecharon que Yung Beef andaba por ahí para invitarlo a subir al escenario. Los Planetas, fetiche del indie y talismán del Primavera Sound, ejerciendo como tal una vez más e invitando a trasnochar a un público entre los treinta y tantos y los cuarenta y muchos encantado de reencontrarse durante un par de horas con parte de su historia. Los Planetas, en fin, en su salsa y en su primer concierto con repertorio no conmemorativo ni formato sinfónico en Barcelona en casi tres años.
¿Un buen día? Sin duda, aunque podría haber sido aún mejor sin esos altibajos marca de la casa y, bueno, si a J no se le hubiese olvidado que después de leer el ‘Marca’ tocaba bajarse a tomar unas cañas. Un traspiés que no fue a mayores –si hay que volver a empezar “Un buen día” se hace y no pasa a nada– y que si acaso quedará como anécdota simpática, inocuo desliz, de una noche que la banda granadina descorchó enigmática y somnolienta, con la épica flotante de “Islamabad” despegándose aún las legañas, y remató eufórica y con el público fuera de sí con “De viaje”. Entre ambas canciones, lo que vendría a ser la historia reciente de Los Planetas: negociación constante entre tensión instrumental y ensalmo melódico, entre la magia de las raíces y el milagro del estribillo; puntuales momentos de desconexión que si apenas se notan es por el oficio que gastan; y un generoso surtido de himnos generacionales que, colocados uno detrás de otro en la recta final del concierto, le acaban haciendo sombra a casi todo lo demás y, aún más importante, determinan la naturaleza y el rumbo del concierto.
Y es que, por más que lleven ya unos cuantos años jugando a escapar de su pellejo y revolviendo el arcón de los antepasados en busca de verdiales, seguiriyas y fandangos, Los Planetas son plenamente conscientes de lo que tienen entre manos. De que no es lo mismo la implicación emocional de “Segundo premio” que el salto sin red de ‘‘Seguiriya de los 107 faunos”. Lo saben ellos y lo sabe también un público que, después de un primer tramo de nuevas sensaciones no tan nuevas, de climas y texturas pegadas a las guitarras flotantes y crujientes de “Ya no me asomo a la reja” y “Si estaba loco por ti”, se volvió loco con “Santos que yo te pinte”. Literalmente: todo el mundo en pie como eyectado de su asiento, algún que otro intento por avanzar un par de filas para arrimarse al escenario, brazos en alto para no dejar escapar esos santos que demonios se tienen que volver... El ritual de lo habitual, de nuevo en plena forma. Porque si de algo había ganas era precisamente de eso: de distorsión enmarañada, baterías de ritmo marcial y estribillos para dejarse los pulmones. De volver a tener veintipocos y toda una vida por delante.
A partir de ahí, la consigna parecía clara: manejar esas dos velocidades sin perder tensión ni intensidad. Y, sobre todo, sin tropezar con el fantasma del piloto automático, el mismo que asomó la cabeza entre el surf galáctico de “Corrientes circulares en el tiempo” y la acuosa y algo desinflada “Zona Autónoma Permanente”, pero que no tardó en volverse cabizbajo al camerino. “A veces veo que se va / dormida por el desagüe / y lo veo todo negro / a veces me falta el aire”, cantaba J en “Amanecer”. En el Fòrum, sin embargo, todo se volvía brillante y cegador gracias a las cristalinas “Espíritu olímpico” y “Hierro y níquel”, ejemplos perfectos de cómo renovar el arsenal de hits con material de primera.
Los granadinos también aprovecharon su paso por el Fòrum para reivindicar su presente más inmediato con cuatro estrenos: “El rey de España”, presentada por J como “una canción sobre la estructura de poder en el mundo”; “El antiplanetismo”, poco memorable en todos los sentidos; la traviesa y jovial “Alegría de Graná”, y “El negacionista”, flamante torpedo pop que sonó aún mejor encajada entre “Prueba esto” y “Segundo premio”. También es verdad que para entonces la banda ya había abierto el grifo de la nostalgia y la memoria andaba salivando con “David y Claudia”, “Un buen día”, “Pesadilla en el parque de atracciones”, “Alegrías del incendio”, “De viaje”... Golpes maestros entre los que injertaron las alegrías electrificadas y turbulentas de “Señora de las alturas” para demostrar que, también en directo, también en pandemia, siguen siendo unos clásicos en permanente transformación. Y que dure. ∎