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A orillas de Buenos Aires, entre el 9 y el 13 de noviembre, se materializó la primera edición de Primavera Sound en tierra argentina. Con una primera noche que celebró a las mujeres en la música y un fin de semana destinado al pop-glitter, al trap del mosh y al pop de cantantes, el festival se hizo un lugar diferencial en la noche porteña.
Al filo de la Ciudad de Buenos Aires, el cartel luminoso de Primavera Sound a ras del pasto, en el inmenso predio de Costanera Sur, fue la bienvenida para la primera edición del festival en Argentina, que brindó una semana de música, reencuentros e historia.
La nube con forma de corazón en el cielo despejado del miércoles mientras Björk cantaba con la orquesta del Teatro Colón fue como si la ciudad le diera like al festival. El bautizo natural a la orilla del Río de La Plata –que no se veía desde el recinto, pero se sentía cerca en aroma y vegetación– tuvo un sábado caliente con shows celebrados como si fuera una pista de baile. Y el domingo precipitó un cierre apurado bajo la lluvia.
Así, este primer Primavera Sound Buenos Aires tuvo alegrías, desatinos y dejó un sabor agrio en la boca: un último día precipitado, lluvioso, con algunos shows cancelados o disminuidos en horario. Sin embargo, el miércoles y el sábado tuvieron un despliegue de primer nivel. Sumen esto a la oferta de Primavera en la Ciudad, que copó todas las salas porteñas con pequeños shows a la carta del público. Inolvidable e intenso, solo queda esperar la revancha de 2023. RZ
La primavera al fin llegó a Buenos Aires para celebrar la primera de las tres jornadas del festival, con una noche especial protagonizada por mujeres en el escenario Flow. El cartel de la primera fecha era, además, un orgullo multicolor para la comunidad LGBTIQ+, que llegó bien temprano al recinto preparada para la fiesta, que tuvo a una sola reina, la audaz Björk. Ella no se quedó atrás: salió a escena vestida como si hubiera explotado un sinfín de brillantes sobre la bandera de la diversidad que parecía su vestido, o tal vez era un traje mitológico de una cabra cruzada con todas las flores del universo. Antes, dos figuras internacionales que se sintieron como en casa y una local Feli Colina dieron la inauguración oficial. Si Road To Primavera Sound había sido una prueba que se aprobó con dificultades de producción, esta vez la jornada fue solo de disfrute en un recinto extenso, acondicionado para recibir a miles de fans y vivir a pleno la experiencia que promete la franquicia de Barcelona.
El sol estaba radiante sobre Javiera Mena, toda de rosado como una pantera de la pampa porteña. El público la ama desde “Esquemas juveniles”, su disco debut de 2006 que editó en Argentina antes que en su Chile natal. Entre los hits recientes, como “Isla de Lesbos” y “Otra era”, le hizo honor a esa historia mutua al cantar “Al siguiente nivel”, uno de los éxitos de aquel primer álbum que, según dijo, le pidieron por Instagram “como en la era del ICQ, del MSN”. Se la veía feliz, gozando el escenario frente a una gran cantidad de personas que la fueron a recibir bien temprano en la tarde del miércoles. Tan cómoda estaba que dijo que se iba a quedar un par de días más para respirar el aire rioplatense.
Un poco más nerviosa, tal vez porque ya juega de local, estuvo Julieta Venegas, la mexicana residente hace ya varios años por estas tierras. A dos días de publicar su flamante disco “Tu historia”, que salió el 11 de noviembre, la emoción que expresó sobre el escenario fue combustible para presentar sus canciones nuevas con una ejecución precisa y preciosa. “En tu orilla”, el tema que da inicio al álbum, fue con la que inició el set. Lo nuevo, producido por el chileno Álex Anwandter, convivió con clásicos como “Limón y sal”, “Eres para mí” y “Lento”, que le dieron al show un matiz de alegría ideal para tramitar la ansiedad por ver a la islandesa.
Björk salió a escena después de tres shows con una fuerte carga bailable, ante una multitud de cuerpos comprimidos que llevaba horas esperándola, por no decir años: su última presentación en Buenos Aires fue en 2012 y varios fueron los discos que se publicaron desde entonces. Su entrada, bajo una luna llena que iluminó el escenario, no hizo nada para contradecir todas las observaciones fetichistas que han recaído sobre la islandesa desde hace tres décadas: es una bruja élfica, una sacerdotisa technopagana o, como dicen ahora los hombres LGBTIQ+ que aún constituyen la mayor parte de su público, es mother.
Aunque el consenso alrededor de la propuesta “Orkestral” fue que se hubiese adecuado más al espacio acústico que ofrece una sala de conciertos, lo de Björk fue una clase magistral de art-pop sinfónico que ratificó aquello que sus fans siempre supieron: nada le calza mejor a la artista que un conjunto de cuerdas. En este caso, encarnado por la Orquesta Estable del Teatro Colón, conducida por Bjarni Frímann.
El repertorio inició con “Stonemilker”, de “Vulnicura” (2015), y Björk entró con cierta timidez. Con el pasar del concierto, sin embargo, fue ganando confianza: alcanzó notas mucho más agudas que las que había esquivado inicialmente (hubo compases en “Hunter” que, si cerrabas los ojos, parecían llegadas de 1997), jugueteó con el público y, alejándose de la solemnidad, regaló un repertorio complaciente y repleto de hits: “Freefall”, del reciente “Fossora” (2022), tuvo su debut en vivo; “Pluto”, el clásico raver de “Homogenic” (1997), fue el que cerró la noche y una Björk risueña volvió al micrófono para regalar algo que quizá no estaba en los planes, el gutural icónico de la canción. Retomando aquello que dijo ella a lo largo de la velada, el público argentino no pudo sino gritar “¡grrracias!”. RZ
Como cabeza de cartel, Travis Scott tuvo un explosivo show de cierre del escenario principal, digno de uno de los artistas más influyentes de la última década. Pero si hay algo que fue evidente en el público en esta segunda jornada –desde el pogo frente a Charli XCX en “Vroom Vroom” hasta el mar de lágrimas que generó Mitski nada más pisar el escenario con “Love Me More”– es que hubo otras primeras visitas, mayormente femeninas, de igual o mayor importancia según a quién se le pregunte.
Por ejemplo, la de Jessie Ware abriendo el escenario Flow. La británica llegó con su cuarto álbum, “What’s Your Pleasure?” (2021), una de las piezas más sofisticadas del revival disco reciente. Su show funciona como un set coreografiado de una diva house de movimientos elegantes, con un tono formado en el R&B, entre Lisa Stansfield y Sade. La acompañaban dos coristas que bailaban y dos bailarines de ballroom que ocasionalmente hacían coros, todos fluyendo coordinadamente entre beats sensuales y poses de vogue. Hacia el final de su turno, con el pie de micrófono convertido en látigo, Ware tenía al público completamente dominado. Las opciones para bajar de ese subidón fueron la iraní-holandesa Sevdaliza, que se contoneaba con un vestido de red al ritmo de su trip hop oscuro, entre sensual y espeluznante en el escenario Primavera. O José González, que amenizaba la tarde con su propuesta folk intimista a seis años vista de su último recital por estas tierras, desde el Samsung. O Father John Misty, que vino a presentar su quinto disco, “Chloë And The Next 20th Century” (2022), en modo vodevil, sobre la tarima del Flow.
La rotación de público fue evidente cuando terminó Charli y los fans de Travis Scott fueron a “hacer valla” frente al Flow. El glitter se disipó y el campo se fue llenando de remeras de Cactus Jack, la marca de Scott, un mercader como pocos que, en la pandemia, llegó a vender hasta alcohol en gel. Hay que decirlo sin rodeos: en cuanto a valores de producción, no hay dudas de que su show fue el más grande de todo el festival. Llamaradas, láseres, una rampa móvil, una pantalla circular que podía transformarse en portal de “Stargate” o una plataforma que lo subía y bajaba de lo más alto del escenario. El debut de Scott en Argentina ocurre a un año de la avalancha de personas en uno de sus shows que dejó varios muertos por asfixia. Ya no están las arengas al mosh que caracterizaban sus conciertos, pero el público no necesito órdenes. Travis fue y volvió por todo el escenario y por todo su repertorio: los hits del fundamental “Astroworld” (2018), sus colaboraciones con Drake, Kanye West, Young Thug o SZA y singles recientes que podrán formar parte o no de su esperado cuarto disco, “Utopia”. Se podría decir que el constante ajetreo en el escenario perjudicó su performance vocal, y que las sutilezas que lo hacen uno de los grandes estilistas del trap quedaron tapadas en un tono ronco y por momentos de balbuceo, pero la sensación es que la multitud encontró en el show justo lo que fue a buscar.
Los créditos nacionales que completaron la noche fueron Miranda!, a los que se les quedó chico el escenario Heineken. También Hernán Cattáneo, el más célebre DJ argentino tocando en vivo con producciones propias, músicos invitados y homenajes a David Bowie y Gustavo Cerati en el Samsung. Y, por supuesto, Damas Gratis, que recorrió sus más de dos décadas de hits y sumó a L-Gante, marcando el trayecto histórico de la cumbia villera al RKT. Imposible pensar en un fin de fiesta más argentino. GO
Pasó lo más temido. La jornada de clausura amaneció con una lluvia pronosticada que amenazó con convertirse en diluvio. La organización del festival modificó los horarios para evitar que los cabezas de cartel quedasen en el ojo de la tormenta, adelantando y acortando algunos shows y finalmente cancelando los planificados para el cierre.
A pesar de los inconvenientes, Shygirl estuvo a la altura abriendo una fecha impredecible, ofreciendo un set que indujo al baile en el que “B.D.E.” –la colaboración de la londinense con slowthai– se certificó como hit festivalero en el escenario Flow. Juana Molina, otra maestra en la confección de bangers de auricular, se enfocó en los dos discos que publicó en la década anterior, “Wed 21” (2013) y “Halo” (2017). Acompañada por su fiel Diego López de Arcaute, desplegó en el escenario Samsung la iteración electrónica más reciente de aquellas canciones, privilegiando sus dotes como teclista sobre la veta más guitarrera que, con todo, dejó entrever en “Sin guía, no” y que dominaría el resto de la velada.
En contraposición a la jornada del sábado, que estuvo más abocada a celebrar las tendencias del hyperpop, el rock de guitarras fue la sonoridad que sirvió de argumento la mayor parte del domingo. A veinte años vista de “Turn On The Bright Lights” (2002), Interpol pisó el escenario Samsung para que el barítono de Paul Banks, con un excelente español, reafirmase a su agrupación como la que mejor ejecutó el revival del post-punk: “P.D.A.” es una canción que mantiene su contundencia. Contemporáneos a ellos pero emergidos al otro lado del Atlántico, Arctic Monkeys oficiaron como cabezas del domingo y del cartel, entrando a escena con un ligero retraso, en sincronía con la tormenta. Fue un show particular, de alta calidad sonora pero entorpecido por cortes que propuso la banda desde el escenario al ver avalanchas peligrosas en una circunstancia complicada, de lluvia y barro. La propuesta crooner de Alex Turner fue recibida con situaciones de mosh pit –“Potion Approaching” fue la más extrema– que provocaron la parada del concierto tres veces. A diferencia de Chile, donde los de Sheffield tocaron más de veinte canciones, el repertorio argentino terminó limitándose a catorce.
Pese a las dinámicas downtempo y a sus estilizaciones a la manera de Elliott Smith, Phoebe Bridgers brindó el punto culmen en lo que respecta a la música de guitarras. Desde “Motion Sickness” hasta “I Know The End”, pasando por el debut sudamericano de “Savior Complex” a petición del público, la responsable de “Strangers In The Alps” (2017) y “Punisher” (2020) encarnó el perfil de rockstar con total solvencia: promulgó causas nobles (Roe versus Wade fue blanco de sus objeciones), se bajó del escenario en dos ocasiones (Japanese Breakfast también lo hizo, por circunstancias menos positivas: la suspensión de su presentación no le impidió asomarse al campo a saludar fans) y cedió su micrófono al público para que purgase su sentir en la coda del set. Bridgers fue la que más vendió la experiencia de un show de rock.
En paralelo al formato bajo-guitarra-batería se congregó un aquelarre en el escenario Heineken, donde Arca brindó su primera actuación en Argentina. A diferencia de Björk, que siempre rechazó las nóminas de la exotización, la descendiente venezolana fue inmediata en abrazar y solicitar el mote de bruja. “Una convocatoria de brujas típicamente se da con circunstancias atmosféricas torrenciales como esta, así que prepárense y agárrense. Ustedes no entienden cómo yo valoro saber que están aquí con esta lluvia. Vamo’ a darle, ¡con todo!”, expresó antes de dar inicio a un show híbrido. La primera mitad del set siguió las lógicas de un DJ mix que empujó las posibilidades tímbricas y rítmicas de lo que puede llegar a ser la música bailable. La segunda parte, más estandarizada bajo la forma de un show cantado y de reguetón, llevó al público a un lugar más familiar pero no por eso menos impresionante. Curiosamente, la lluvia no hizo más que realzar la experiencia inmersiva de su hechizo; el acto de ver capuchas de plástico en una multitud de colores se presentó como una extensión de la bandera no binarie que Arca se calzó en sus hombros.