La segunda jornada “grande” de esta edición extraordinaria del Primavera Sound extendida hasta los once días empezó tocada por la baja a última hora de The Strokes –Fabrizio Moretti pilló el COVID– y por los problemas de funcionamiento en las barras, que habían dejado un sabor agrio la noche del jueves. El presagio de nubarrones sobre el Fòrum se disipó desde el principio. La organización no tuvo margen de maniobra para cubrir el vacío dejado por el grupo neoyorquino –al final tampoco se le echó tanto de menos, la verdad–, más allá de emplazar a los poseedores de la entrada de día a verlos en segunda instancia. Y el asunto de las barras se intentó enmendar con celeridad, procurando que todo funcionara con mayor fluidez, mejorando el movimiento de las aglomeraciones de público por los conductos de hormigón de este enclave marítimo. La sintonía musical también contribuyó a sellar una de esas jornadas que garantizan un regreso a casa con excedente de endorfinas en el cuerpo.
Los componentes de Pond debieron flipar con la cantidad de gente que se congregó frente en el escenario Ouigo, porque la riada humana que bajaba por las escaleras de la placa fotovoltaica parecía no tener fin. Más aún si lo comparamos con el concierto que en 2019 ejecutaron en esa misma localización. Pese a una deficiencia en el sonido, el grupo australiano volvió a erigirse en la más loable escisión de Tame Impala. Su sonido sigue circulando en paralelo al de Kevin Parker. Han pasado del acid trip sixties de sus inicios a un revestimiento sintético predominante. Pese a las inevitables comparaciones con su nave nodriza, la banda de Perth ya acumula un cancionero –“Tasmania”, “Avalon”, “Daisy”– que exige actuar en infraestructuras con mayor capacidad, como quedó constatado en el día de ayer.
Con el sol ya en el ocaso, fue momento de recuperar las sensaciones más épicas, festivas y memorables en los escenarios destinados a los grandes arranques de efusividad. Beck cumplió de sobra con el compromiso, ejecutando un show pluscuamperfecto. Arrancó encadenando una batería de color saturado: “Devils Haircut”, “Dreams” y “Up All Night” se fueron sucediendo sin respiro. Llegó el turno de “WOW” y ya no quedó espacio para los descreídos: el californiano, con pintas de doble de Wes Anderson, acogió en su credo a todos los presentes mediante su pop hipervitaminado y luminoso. Un show sinestésico en el que demostró su increíble versatilidad: dub, tropicalismo, hip hop con bases que parecían lanzadas por DJ Premier, electro y raciones notorias de funk y disco-funk. Selló el recuerdo perenne con una traca final que aunó emoción, diversión y desconcierto admirable. Primero, interpretando a solas con guitarra acústica “Everybody’s Got to Learn Sometime” (The Korgis): la versión de Beck fue incluida en la banda sonora de “Olvídate de mí” y aquí estuvo cerca de silenciar a todo el personal. Después, con la irrefutable “Loser”, una escapada al country y un cierre de fiesta vía “Where It’s At”. Un concierto que guardaremos para el álbum de “momentos inolvidables” cuando llegue el trigésimo aniversario del festival.