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El trap, que había ejercido como elemento aglutinante de prácticamente todas las músicas urbanas desde 2015 y que, como hemos comentado en el anterior volumen, sirvió en parte para dar alas a un nuevo paradigma de artista con formación underground y vocación masiva, empezó a aplicar una fuerza centrífuga y a vomitar aproximaciones diferentes, espoleado por el mayor protagonismo de los beatmakers y su formación cada vez más electrónica, que les hacía permeables a los cambios en las tendencias clubber globales. Pero también por su propia heterogeneidad estilística. Sirva como ejemplo el concierto de PXXR GVNG en Primavera Sound 2016, ofreciendo un mix de salsa y ritmos latinos con una aproximación neoquinqui, para reflejar esa “muerte del trap” como algo con vocación de solidez o espíritu centralizador. Fue el envite de lo urbano al mainstream, el jaque mate aventajado en varios movimientos a la industria musical.
Esa falta de complejos a la hora de combinar ritmos que ya se confundían en la calle –el reguetón, el flamenco, la salsa, el mambo o el merengue, el rap o el pop– sirvió para dotar al género de una naturaleza tan plástica, tan permeable, tan asimilable y al mismo tiempo tan indefinida y equívoca que, hacia 2018, cuando el mainstream acude al trap para agrandar sus audiencias, ya notamos signos de una verdadera decadencia. Un proceso de fragmentación que ya había empezado a expandir violentamente sus pedazos y que rastreamos en este capítulo. Cada esquirla es importante para entender la escena que tenemos hoy.
Formados por Papi Trujillo –también conocido como Big Jay, pionero, desde 2013, en la incorporación de los ritmos dembow, pero antes miembro de Corredores de Bloque y de Tetuán Most Wanted junto a Científico, BaboonStudios y M. Ramírez– y un Cuban Bling aka Vicious que venía del rap underground madrileño –había colaborado con Nate Nites y con Yako Muñoz sobre un sonido muy californiano–, sirvieron de pegamento para la onda reguetonera y para arrancar las carreras de El Perla o de Tomasa del Real.
La conversación entre Latinoamérica y España, a la manera de los cantes de ida y vuelta, se intensificó en los años venideros, con el dúo gaditano de productores Beauty Brain introduciendo el latin trap y presentando a Ms Nina. O con Los del Control llevando a nuevos niveles de repercusión las trayectorias de Kaydy Cain y Dellafuente. Con Bea Pelea organizando la fiesta “La Cangri” en Barcelona, con La Zowi, con Shainny, con Akasha Kid –actualmente Constanza– o, últimamente, con Ptazeta. Pero también con la irrupción de los ritmos favela funk brasileños gracias a productores como Limabeatz y artistas como MC Buzzz.
Mientras Bad Gyal construía su imperio del blin blin a base de dancehall, dembow e imparables ganchos pop –gracias en parte a los beats aventajados del valenciano Fake Guido y, más tarde, junto a Merca Bae–, Soto Asa asentaba las bases de su cibernético reguetón club –a lo largo de tres trabajos irresistiblemente adictivos coronados por “Coupé” (La Vendición, 2020)– y C. Tangana iniciaba su fase latina. Yung Beef, por su parte, seguirá dando continuidad a lo largo de sucesivas entregas a la idea de “Perreo de la muerte” (La Vendición, 2015), que terminará derivando en la aparición de dos beatmakers fundamentales, Marvin Cruz y Mark Luva. El vasco, fogueado en la música industrial y el deconstructed club, fue fundamental en llevar la trayectoria de La Zowi a la nobleza urbana gracias a aunar sus estilos –trap, dembow, reguetón, música experimental– en una bomba de after-perreo que resonó después en el reguetón experimental de Arca. Su legado puede rastrearse en Taichu, una de nuestras promesas más refulgentes. Y, cómo no, en los mandos de Kabasaki, el último gran productor de España y conector entre el reguetón canario y artistas de Madrid como Israel B, Kaydy Cain o el también beatmaker Garzi, que ha trabajado, por ejemplo, con Fusa Nocta.
Pero no es perreo todo lo latino, e igualmente se nota en España un diálogo entre las distintas formas del trap de aquí –más experimentales– y el latin trap, sucio y engrasado en beats de dembow y de reguetón clásico, mucho más cerca de las barras que del suelo. JC Reyes es un gran ejemplo y por su “Los Green Lanterns” (Pit Money Inc, 2021) desfilan otros MC interesantes como El Jincho o Pedro Calderón. También lo son Gloosito y Baby Pantera. O Rvfv y RaffMa. Si a la fórmula le añadimos luz, brillan las producciones de Selecta –versátil, ha pasado de hacer city pop con Recycled J al ecléctico EP “Sex & Pills” (Helsinkipro, 2022) junto a Israel B– y el mediático Quevedo, último heredero del OVO Sound y líder de una nueva y jovencísima escena canaria con fuerte penetración en Latinoamérica en la que también están destacando La Pantera, Ptazeta y el productor BlueFire junto a clásicos de las islas como Bejo o Cruz Cafuné.
Es en estos clubes donde, con nocturnidad y alevosía, se desarrollaron el perreo industrial o el reguetón electrónico. Y donde los sonidos extremos, los subgraves apocalípticos y la cultura del soundsystem se hicieron, por un momento, con el control de la escena urbana. Ya hemos hablado del experimental trabajo de Merca Bae respaldando a Bad Gyal en los directos, por ejemplo. Su síntesis de sonidos británicos o con gran influencia en Reino Unido –como el dub y el dancehall jamaicanos– resultó, además, en una exitosa dupla con el MC vallisoletano Erik Urano de la que han salido referencias interesantes como “Qubits” (Sonido Muchacho, 2022) y un single, “Molecular” (Flat Bits, 2019), en el que demuestran que el rap clásico no está reñido con los ritmos caribeños. Una idea que, desde Madrid y con un enfoque más afro, también defendieron Afrojuice 195.
Y ya hemos hablado, por otro lado, del “Perreo de la muerte”, de la dupla formada por La Zowi y Mark Luva, o de Soto Asa. En su estela se dio la aparición en 2018 de Chico Blanco con una fórmula puramente discotequera, cargada de tech-house y de breaks progresivos que le abrió camino en las bases al bombo a negras, y con ello, a la mákina y al hyperpop. La rave y el after, poco a poco y desde distintos puntos, hacían su aparición.
Es inevitable cerrar el círculo con Pedro LaDroga y Yung Beef, seguramente los dos nombres más importantes del underground español durante la última década con permiso, cómo no, de Dano, Elio Toffana, C. Tangana, Bad Gyal y Dellafuente. Radicales expresionistas del sonido, ambos eligieron siempre la opción C, la tercera vía, cuando el mundo trataba de encasillarlos. Y de sus mentes surgiría la corriente plugg, su propia forma de enchufarse a la matrix. En ese universo paralelo, en cuya construcción fue fundamental $kyhook, vimos crecer también a Sticky M.A. o al zaragozano Rico Snchez. Vimos formarse un sonido hiperagudo, ultramelódico, digital, pegajoso… También triste, nostálgico, romanticón. Vimos surgir un lago y, en sus aguas cada vez más pantanosas, cocerse la corriente del emo, pero también la del hyperpop.
Fue un sonido que al principio, en torno a 2017, tuvo una gran repercusión en Galicia: los miembros del colectivo vigués Banana Bahía lo recibirán con brazos y oídos bien abiertos, y tanto Royce Rolo como IAMTOMMY serían importantes en los trabajos de Sticky o en el lanzamiento de la carrera en solitario de Danni Ble, que a su vez lo sería en la evolución de Tekilas. En A Coruña, y mirándose en el espejo de Dellafuente, surgió un rapero muy especial que siempre se mantuvo en flotabilidad gravitatoria entre estos sonidos tan extremos como melosos: DL Blando.
A la emoción a flor de piel le siguieron tres evidencias. Primero, esta es una generación triste, enseñada a imaginar siempre futuros distópicos y medicada por necesidad, asolada por la depresión y la ansiedad; segundo, ante situaciones como esa, el escapismo y la nostalgia siempre son lugares confortables a los que acudir, y esta generación había crecido con el metal alternativo, el nu metal, el emo o el pop punk, y tercero, la epidemia de ansiedad y depresión –con sus correspondientes excesos y adicciones– que lleva asolando toda la década a Estados Unidos encuentra un reflejo –casi siempre trágico– en una oleada de artistas que ahora puede contarle al mundo su experiencia sin salir de su dormitorio. Esto terminó provocando que algunas tendencias que habían pasado por el cloud rap y por la digitalidad del plugg empezaran, a partir de 2017, a abrazar esa estética y esa intención triste, dando a luz en nuestro país al sad trap. El EP “Sad Volumes I” (Autoeditado, 2017), de la rapera Albany, es una de las primeras referencias claras, como los primeros temas de Rojuu, aunque existían precedentes en las inabarcables discografías de Yung Beef –“Ready pa morir”– o de Pedro LaDroga. Después, podemos seguir trazando líneas hacia Clutchill, hacia Dafresito y su unión con Ambeats o hacia Bon Calso, pero sobre todo podemos asumir una evolución natural –o quizá una pequeña escisión– hacia el emo rap.