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Pimp Flaco y Kinder Malo, VVV [Trippin’you], Rojuu, Queralt Lahoz y Bad Gyal.
Pimp Flaco y Kinder Malo, VVV [Trippin’you], Rojuu, Queralt Lahoz y Bad Gyal.

Informe

Rap español contemporáneo (5): la fragmentación del trap y su fuerza centrífuga

Latinos, raveros, flamencos, quinquis, emos, traperos, clubbers e incluso poperos de querencia psicodélica coprotagonizan esta nueva entrega del informe Rockdelux sobre el estado de las cosas en el rap español. La blindada ortodoxia que caracterizaba el hip hop de aquí fue dando paso a enriquecedoras aleaciones estilísticas que, durante el último lustro, parecían neutralizar cualquier tentativa purista. Aunque quizá también estaban contribuyendo a fraguar una paulatina vuelta al canon del género.

05. 04. 2023

El trap, que había ejercido como elemento aglutinante de prácticamente todas las músicas urbanas desde 2015 y que, como hemos comentado en el anterior volumen, sirvió en parte para dar alas a un nuevo paradigma de artista con formación underground y vocación masiva, empezó a aplicar una fuerza centrífuga y a vomitar aproximaciones diferentes, espoleado por el mayor protagonismo de los beatmakers y su formación cada vez más electrónica, que les hacía permeables a los cambios en las tendencias clubber globales. Pero también por su propia heterogeneidad estilística. Sirva como ejemplo el concierto de PXXR GVNG en Primavera Sound 2016, ofreciendo un mix de salsa y ritmos latinos con una aproximación neoquinqui, para reflejar esa “muerte del trap” como algo con vocación de solidez o espíritu centralizador. Fue el envite de lo urbano al mainstream, el jaque mate aventajado en varios movimientos a la industria musical.

Esa falta de complejos a la hora de combinar ritmos que ya se confundían en la calle –el reguetón, el flamenco, la salsa, el mambo o el merengue, el rap o el pop– sirvió para dotar al género de una naturaleza tan plástica, tan permeable, tan asimilable y al mismo tiempo tan indefinida y equívoca que, hacia 2018, cuando el mainstream acude al trap para agrandar sus audiencias, ya notamos signos de una verdadera decadencia. Un proceso de fragmentación que ya había empezado a expandir violentamente sus pedazos y que rastreamos en este capítulo. Cada esquirla es importante para entender la escena que tenemos hoy.

España es latina

Ya hemos hablado de las Islas Canarias y su natural posición como puerta de entrada de las influencias latinas en la Península, que también se reprodujo en una penetración fuerte de las cadencias urbanas del R&B a través de artistas como Maikel Delacalle, con eco en Burze, en Leïti o en Abhir Hathi. Sus flujos hacia el continente, eso sí, siempre han sido relajados y, en un primer momento de impacto, en torno a 2015-2016, tuvo más peso en la escena nacional la vía granadina levantada en torno a Yung Beef y su órbita artística, Maka y Dellafuente. Si estos últimos hacían gala de una intención mucho más melódica, el primero estaba llevando la conexión Granada-Barcelona al terreno del reguetón a través de la unión de La Mafia del Amor –formada por El Seco (Yung Beef), Kaydy Cain, Khaled y Steve Lean– y El Combo Perfecto, con Sergi “El Suave” Gil y Unai Sánchez. “La disco resplandece” es uno de los primeros grandes estandartes de una corriente en la que tendrá una gran importancia el productor Kevin Swing, partícipe en el “Cunnilingus” de Hispany (Autoeditado, 2015) y, sobre todo, en el “Gipsy Lovers” de Los Zvfiros (Autoeditado, 2015).

La Mafia del Amor y El Combo Perfecto: “La disco resplandece” (2015).

Formados por Papi Trujillo –también conocido como Big Jay, pionero, desde 2013, en la incorporación de los ritmos dembow, pero antes miembro de Corredores de Bloque y de Tetuán Most Wanted junto a Científico, BaboonStudios y M. Ramírez– y un Cuban Bling aka Vicious que venía del rap underground madrileño –había colaborado con Nate Nites y con Yako Muñoz sobre un sonido muy californiano–, sirvieron de pegamento para la onda reguetonera y para arrancar las carreras de El Perla o de Tomasa del Real.

La conversación entre Latinoamérica y España, a la manera de los cantes de ida y vuelta, se intensificó en los años venideros, con el dúo gaditano de productores Beauty Brain introduciendo el latin trap y presentando a Ms Nina. O con Los del Control llevando a nuevos niveles de repercusión las trayectorias de Kaydy Cain y Dellafuente. Con Bea Pelea organizando la fiesta “La Cangri” en Barcelona, con La Zowi, con Shainny, con Akasha Kid –actualmente Constanza– o, últimamente, con Ptazeta. Pero también con la irrupción de los ritmos favela funk brasileños gracias a productores como Limabeatz y artistas como MC Buzzz.

Cartel de la fiesta mensual “La Cangri”, gentileza de Bea Pelea, en el Apolo (2018).
Cartel de la fiesta mensual “La Cangri”, gentileza de Bea Pelea, en el Apolo (2018).

Mientras Bad Gyal construía su imperio del blin blin a base de dancehall, dembow e imparables ganchos pop –gracias en parte a los beats aventajados del valenciano Fake Guido y, más tarde, junto a Merca Bae–, Soto Asa asentaba las bases de su cibernético reguetón club –a lo largo de tres trabajos irresistiblemente adictivos coronados por “Coupé” (La Vendición, 2020)– y C. Tangana iniciaba su fase latina. Yung Beef, por su parte, seguirá dando continuidad a lo largo de sucesivas entregas a la idea de “Perreo de la muerte” (La Vendición, 2015), que terminará derivando en la aparición de dos beatmakers fundamentales, Marvin Cruz y Mark Luva. El vasco, fogueado en la música industrial y el deconstructed club, fue fundamental en llevar la trayectoria de La Zowi a la nobleza urbana gracias a aunar sus estilos –trap, dembow, reguetón, música experimental– en una bomba de after-perreo que resonó después en el reguetón experimental de Arca. Su legado puede rastrearse en Taichu, una de nuestras promesas más refulgentes. Y, cómo no, en los mandos de Kabasaki, el último gran productor de España y conector entre el reguetón canario y artistas de Madrid como Israel B, Kaydy Cain o el también beatmaker Garzi, que ha trabajado, por ejemplo, con Fusa Nocta.

Pero no es perreo todo lo latino, e igualmente se nota en España un diálogo entre las distintas formas del trap de aquí –más experimentales– y el latin trap, sucio y engrasado en beats de dembow y de reguetón clásico, mucho más cerca de las barras que del suelo. JC Reyes es un gran ejemplo y por su “Los Green Lanterns” (Pit Money Inc, 2021) desfilan otros MC interesantes como El Jincho o Pedro Calderón. También lo son Gloosito y Baby Pantera. O Rvfv y RaffMa. Si a la fórmula le añadimos luz, brillan las producciones de Selecta –versátil, ha pasado de hacer city pop con Recycled J al ecléctico EP “Sex & Pills” (Helsinkipro, 2022) junto a Israel B– y el mediático Quevedo, último heredero del OVO Sound y líder de una nueva y jovencísima escena canaria con fuerte penetración en Latinoamérica en la que también están destacando La Pantera, Ptazeta y el productor BlueFire junto a clásicos de las islas como Bejo o Cruz Cafuné.

España es flamenca

La relación entre el flamenco, el pop urbano y el reguetón en España es estrecha; no hay más que ver el viaje de Rosalía, de “Los Ángeles” (Universal, 2017) a “El mal querer” (Columbia-Sony, 2018) y a “Motomami” (Columbia-Sony, 2022). Las carreras de Maka y Dellafuente son un ejemplo claro de esta fusión tan nuestra. Y más recientemente Pepe : Vizio, con temas como “El patio”, o artistas como Camin, Cano o Frathos. Pero fue en Madrid, concretamente en el barrio de Pan Bendito, donde se organizó un verdadero movimiento en torno al flamenco urbano gracias a los artistas de la órbita de Moncho Chavea. Uno de ellos destacaría por encima del resto: Omar Montes“Quejíos de un maleante” (Sony, 2022) es la sublimación de algo que, en parte, también encarna el C. Tangana de “El Madrileño” (Sony, 2021) y a su manera, más funk-soul, Queralt Lahoz, siguiendo la estela de Mala Rodríguez.

El Coleta, rap quinqui.
El Coleta, rap quinqui.

España es quinqui

Realmente llevamos un buen rato dando vueltas sobre lo quinqui. En definitiva, lo quinqui no es más que la realización patria de la thug life, un estilo de vida callejero marcado por el trapicheo de mayor o menor escala, los delitos y la supervivencia. Hablábamos de quinquis cuando lo hacíamos de Kefta Boyz, de Cecilio G o de la crew de Pan Bendito. Pero lo quinqui, como estética surgida de un tipo de cine concreto, va necesariamente un paso más allá y tiene que adecuarse a esos códigos artísticos bien definidos, mezclando el imaginario sonoro con un fuerte apartado visual que recrea los días del macarreo, los maderos, los navajeros, las cundas, la heroína… El rapero madrileño Ramsés Gallego, alias El Coleta –y anteriormente D-Lito–, siempre fue un visionario en este sentido. Desde “Iberikan Stafford” (Voltaje, 2009) representó la idea de rapero barriobajero interesado en ese cóctel de sonidos urbanos formado por la rumba, el flamenco de temática carcelaria, el rock andaluz, el punk o el mundo rural. Es una figura fundamental para entender la cada vez mayor apreciación de nuestros distintos folclores por parte de la escena y carreras posteriores como la de Jarfaiter e incluso la de La Élite. El choque cultural entre el barrio y el pueblo lo resolverán con una rave Chill Mafia, desde Euskal Herria.

España es clubber

Durante los años del trap y sobre todo por influjo de Yung Beef, el mundo de la noche se convirtió en hábitat natural de la escena urbana. El hecho de que algunos artistas pasaran a organizar fiestas más que conciertos tiene mucho que ver con todo esto, al igual que sesiones como “Infierno” –auspiciada por Beef– o la ya mencionada “La Cangri”. Pero va mucho más allá: estos clubes de perreo oscuro sintetizaban dos influencias claras en la adolescencia de sus impulsores. Un madrileño como el que escribe estas líneas y que ha pasado alguna que otra noche por allí podría citar la discoteca Nuit de los bajos de AZCA y el parking de Fabrik, en Fuenlabrada. Y cada cual puede citar su sala de reguetón local y su macrodiscoteca de confianza en el extrarradio. En cualquier caso, dos espacios que poco o nada tienen que ver con la vieja escuela del hip hop. A esto, además, habría que sumarle el peso cada vez mayor de los beatmakers en la escena, con entidad propia como DJs en el circuito de clubes. Una tendencia que puede encontrar su punto de partida en el grime británico y en cómo avanzó gracias al desarrollo de sus beatmakers en el continuum rave, y en el interés, precisamente, de los festivales más orientados a este mundillo, empezando por el Cultura Urbana de Madrid o el Sónar de Barcelona.

Merca Bae: sesión con ritmos caribeños (2019).

Es en estos clubes donde, con nocturnidad y alevosía, se desarrollaron el perreo industrial o el reguetón electrónico. Y donde los sonidos extremos, los subgraves apocalípticos y la cultura del soundsystem se hicieron, por un momento, con el control de la escena urbana. Ya hemos hablado del experimental trabajo de Merca Bae respaldando a Bad Gyal en los directos, por ejemplo. Su síntesis de sonidos británicos o con gran influencia en Reino Unido –como el dub y el dancehall jamaicanos– resultó, además, en una exitosa dupla con el MC vallisoletano Erik Urano de la que han salido referencias interesantes como “Qubits” (Sonido Muchacho, 2022) y un single, “Molecular” (Flat Bits, 2019), en el que demuestran que el rap clásico no está reñido con los ritmos caribeños. Una idea que, desde Madrid y con un enfoque más afro, también defendieron Afrojuice 195.

Y ya hemos hablado, por otro lado, del “Perreo de la muerte”, de la dupla formada por La Zowi y Mark Luva, o de Soto Asa. En su estela se dio la aparición en 2018 de Chico Blanco con una fórmula puramente discotequera, cargada de tech-house y de breaks progresivos que le abrió camino en las bases al bombo a negras, y con ello, a la mákina y al hyperpop. La rave y el after, poco a poco y desde distintos puntos, hacían su aparición.

España es pop-rock

El secreto está en la melodía. Y la generalización del uso de Auto-Tune provocó, con los años, su omnipresencia. Como el náufrago que afila un hueso en alguna playa abandonada, el trabajo sobre la melodía fue configurando una estaca puntiaguda. Algunos nunca pararon de afilar hasta lograr casi una aguja tan fina como invisible, una especie de ultrasonido. Pero otros decidieron perfeccionarla y ofrecérsela al gran público: una rosa con espinas. ¿El primero? Pimp Flaco. Cuando aún formaba parte de Dora Black con Kinder Malo y los dos aparecían en el canal de YouTube COLORS con la canción de la avioneta –“Chemtrails”–, lo llamaron del Sónar y él decidió a plantarse con una banda de acompañamiento formada en el pop psicodélico, Solo Astra. 

Pimp Flaco & Kinder Malo: “Chemtrails” (2016).
Poco tiempo después el idilio se formalizó y juntos montaron Cupido, una banda de indie pop que, en palabras de Toni Díaz, guitarrista y teclista que militaba también en la banda de Christina Rosenvinge, tenía mucho más de Bad Bunny que de Tame Impala. Evidentemente, el “Laberinto de amor” en que Flaco y Malo se perdieron con Berto Romero iba más en serio de lo que podría haber parecido y comenzó una conversación –casi siempre inane y oportunista– entre dos mundos a priori irreconciliables. Pero ojo, es un movimiento que, en parte, nos condujo a “El Madrileño”, de C. Tangana, o a “Tiene que haber algo más” (Whoa!-Warner, 2021), de Alizzz. E incluso, de algún modo –aunque las fusiones en Granada siempre remitan a “Omega” (1996), la irrepetible obra de Morente y Lagartija Nick–, al proyecto de urban rock flamenco Taifa Yallah de Dellafuente. ¿Adult oriented pop?

España es ravera

La penetración en España de los sonidos británicos fue siempre la obsesión de Urano Players, formados, entre otros, por Erik Urano y Miguel Grimaldo. A mediados de la década pasada eran toda una referencia –siguen siéndolo– y varios raperos del entorno se fijaban en su manera de enfrentar las bases –diluidas, rotas– y en el escapismo de sus paisajes cibernéticos. Adrián Bremmer fue uno de ellos y, sobre esas bases y con la adopción de los preceptos rave, comenzó a formalizar una banda que se lo llevara todo a la cultura coldwave: surgida de un ecosistema puramente urbano, VVV [Trippin’you] pertenecía sin embargo al circuito de guitarras y su aparición fue determinante en el viraje de ANTIFAN hacia esta onda oscura y motórika. Hoy, gran parte de la nueva oscuridad, especialmente la originaria de Valencia, se fija en los modelos urbanos y en la rave para sacar música, como demuestran a la perfección XeniaMargarita Quebrada, La Élite o la elección de La Plata para poner banda sonora a la serie “La Ruta” (Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui, 2022), inspirada en la ruta del bakalao. También la mallorquina Sofia.

La importancia de llamarse Pedro LaDroga. Foto: Silvia de la Rosa
La importancia de llamarse Pedro LaDroga. Foto: Silvia de la Rosa

¿Pastilla roja? ¿Pastilla azul? Pastilla morada

Es inevitable cerrar el círculo con Pedro LaDroga y Yung Beef, seguramente los dos nombres más importantes del underground español durante la última década con permiso, cómo no, de Dano, Elio Toffana, C. Tangana, Bad Gyal y Dellafuente. Radicales expresionistas del sonido, ambos eligieron siempre la opción C, la tercera vía, cuando el mundo trataba de encasillarlos. Y de sus mentes surgiría la corriente plugg, su propia forma de enchufarse a la matrix. En ese universo paralelo, en cuya construcción fue fundamental $kyhook, vimos crecer también a Sticky M.A. o al zaragozano Rico Snchez. Vimos formarse un sonido hiperagudo, ultramelódico, digital, pegajoso… También triste, nostálgico, romanticón. Vimos surgir un lago y, en sus aguas cada vez más pantanosas, cocerse la corriente del emo, pero también la del hyperpop.

Fue un sonido que al principio, en torno a 2017, tuvo una gran repercusión en Galicia: los miembros del colectivo vigués Banana Bahía lo recibirán con brazos y oídos bien abiertos, y tanto Royce Rolo como IAMTOMMY serían importantes en los trabajos de Sticky o en el lanzamiento de la carrera en solitario de Danni Ble, que a su vez lo sería en la evolución de Tekilas. En A Coruña, y mirándose en el espejo de Dellafuente, surgió un rapero muy especial que siempre se mantuvo en flotabilidad gravitatoria entre estos sonidos tan extremos como melosos: DL Blando.

A la emoción a flor de piel le siguieron tres evidencias. Primero, esta es una generación triste, enseñada a imaginar siempre futuros distópicos y medicada por necesidad, asolada por la depresión y la ansiedad; segundo, ante situaciones como esa, el escapismo y la nostalgia siempre son lugares confortables a los que acudir, y esta generación había crecido con el metal alternativo, el nu metal, el emo o el pop punk, y tercero, la epidemia de ansiedad y depresión –con sus correspondientes excesos y adicciones– que lleva asolando toda la década a Estados Unidos encuentra un reflejo –casi siempre trágico– en una oleada de artistas que ahora puede contarle al mundo su experiencia sin salir de su dormitorio. Esto terminó provocando que algunas tendencias que habían pasado por el cloud rap y por la digitalidad del plugg empezaran, a partir de 2017, a abrazar esa estética y esa intención triste, dando a luz en nuestro país al sad trap. El EP “Sad Volumes I” (Autoeditado, 2017), de la rapera Albany, es una de las primeras referencias claras, como los primeros temas de Rojuu, aunque existían precedentes en las inabarcables discografías de Yung Beef –“Ready pa morir”– o de Pedro LaDroga. Después, podemos seguir trazando líneas hacia Clutchill, hacia Dafresito y su unión con Ambeats o hacia Bon Calso, pero sobre todo podemos asumir una evolución natural –o quizá una pequeña escisión– hacia el emo rap.

Yung Beef “Ready pa morir”: cayendo pa’rriba (2015).
Las guitarras asociadas a este estilo irrumpieron en nuestro país de la mano de Goa –un joven madrileño bendecido por la GothBoiClique– y su productor, Pochi. Y a través de un sencillo tan potente como “Yeyo en mi iPhone” y un trabajo conjunto con Yung Beef, “Traumatismo Kraneoencefálico” (La Vendición, 2018). Pero el movimiento se diluyó pronto y dio paso a algo mucho más grande: el hyperpop. Lo dejamos para un poco más adelante, un último capítulo en el que nos centraremos en cómo cada una de las ideas sobre las que hemos ido caminando confluyen en una escena urbana 2.0 más homogénea y al mismo tiempo más diversa que nunca. La nueva edad de oro del rap en español. ∎

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