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“The Price Of Progress” (Positive Jams-Thirty Tigers-Popstock!, 2023) fluye con naturalidad y frescura: el trabajo de una banda que se quiere sin estar encantada de conocerse y tiene el grifo de las buenas canciones abierto. Poca guarnición y mucha chicha. Un afable Craig Finn, cantante y letrista de The Hold Steady, corrobora la sensación de momento dulce desde su piso de Brooklyn. “La banda se lo pasó muy bien haciendo el disco. No fue una grabación de esas en la que te tiras de los pelos, hacerlo fue casi placentero. A ver, siempre hay trabajo, claro. Somos seis y todos vivimos en sitios diferentes. Se requiere cierto nivel de organización, pero pudimos clavar la cosa rápido; después de todo, después de veintitrés años de historia como banda hemos descubierto cómo hacer un disco”, explica satisfecho. “Tad, Franz y Steve me mandaban ideas y yo escribí un puñado de letras. Nos reunimos, grabamos cinco o seis canciones. Y regresamos al cabo de un par de meses y grabamos el resto, eso fue todo”, remata Finn, refiriéndose a sus compañeros Tad Kubler (guitarra), Franz Nicolay (teclados) y Steve Selvidge (guitarra); el resto de la formación la completan Galen Polivka (bajo) y Bobby Drake (batería).
A ratos pesado y pantanoso, a ratos cubierto por una engañosa liviandad de hilo musical que de repente se emponzoña, “The Price Of Progress” está marcado por el retorno de Franz Nicolay a la banda:“Steven Selvidge entró en 2016, cuando Franz se marchó, pero ahora que este último ha regresado, se ha quedado. Y es muy interesante ver cómo han aprendido a tocar juntos y se han convertido en una parte importante de nuestro sonido”. Con otros dos guitarristas en la banda, Finn no está muy preocupado en practicar con la eléctrica. Alarga el brazo y por la pantalla me muestra su guitarra acústica: “Casi todo lo que hago es ‘fingerpicking’, mucho más agradecido que meter ruido, y me va mejor para escribir canciones”, dice entre risas.
El primer single de este disco, “Sideways Skull”, es un trote socarrón que ironiza sobre la rock’n’roll way of life y su mitología y que, en tres minutos, cita a Queen, Alice Cooper y los Beatles y se te clava en el cerebro a la primera. “Ella me presentó a su banda / Una cuadrilla de tristes autodestruidos / Seis tipos sentados en la mesa de la cocina / Contando historias de cosas que se habían inventado / Nueva medicación para la vieja depresión / Jamás funciona si nadie escucha / Pero siempre es bonito conocer a músicos como tú”, canta Finn. “La mitología del rock’n’roll es un tema que The Hold Steady trata con frecuencia y del que hemos hecho befa más veces que menos. Ya sabes, tíos borrachos hablando de su grupo y que seguramente no cuentan la verdad. Eso siempre me ha hecho mucha gracia”, afirma, de nuevo con una sonrisa.
Frente a las épicas urbanas de desamor y desarraigo propias de su nicho de género, Finn pone sobre la mesas historias como “Sixers”, un temazo que, pese a que sonoramente tiene un envoltorio de crescendo dramático –no desentonaría entre los chasis de coches quemados y corazones rotos de “Born To Run”–, es un anticlímax: simplemente una canción sobre recibir calabazas. Vecino conoce vecina, se toman algo, él la intenta besar, ella le hace la cobra. “Y todo se vuelve incómodo y la conversación se detiene”, remata el estribillo. “Quería hacer una canción en la que pienses que sabes lo que va a pasar y al final no pasa”, explica Finn. “Ya sabes, la vida es así: a veces te decepciona, y es bueno pensar que la mayoría de las veces las cosas irán de la manera menos grandilocuente posible”, reflexiona.
“El precio del progreso”, aduzco, es un título con dejes pesimistas para un disco que marca veinte años de carrera. “No sé si es pesimista, diría que más bien es un título sincero. Cuando avanzas en algún aspecto de tu vida, siempre eliges un camino u el otro. Para moverte adelante, siempre dejas cosas atrás. Si estás en una banda de rock, viajas mucho. No siempre estás en casa con tu familia. No importa lo que hagas, todo lo que progreses siempre viene con un precio a pagar. Siempre hay una cierta melancolía en todo lo que hacemos, y ahí está la esencia de The Hold Steady. ¡Ponemos palabras tristes a música vigorizante! Lo que hacemos es un reconocimiento a que todos nos entristecemos y que estamos en esto juntos”, resume Finn.
La publicación de este puñado de canciones marca dos décadas de banda y nueve discos, entre ellos el hito de “Boys And Girls In America” (Vagrant, 2006). ¿Hubo alguna presión para que el nuevo disco coincidiera con veinte años de producción discográfica? Solo propia: “Personalmente, quería sacar el disco este año. Hacer saber a la gente que todavía somos una banda que escribe música nueva. Lo más fácil habría sido salir de gira en nuestro veinte aniversario y tocar todas las canciones que hicimos quince años antes. Y no quería hacer eso. Como banda, queremos formar parte de algo que se esté creando, mantener un trabajo musical vivo y en proceso. Así nos sentimos bien e interesados por seguir haciendo esto, todavía”.
Después de veinte años, se ha creado una comunidad de fans que viajan de ciudad en ciudad para verlos actuar, y el autor, en las antípodas del artista torturado, tiene un recuerdo para ellos: “¿Lo mejor de estos veinte años de carrera? Los shows y la gente”. Lo reitera: “Lo mejor de The Hold Steady es la comunidad que se ha formado a su alrededor. Dar un concierto a mil kilómetros de tu casa y que todo el público sepa cada sílaba de cada canción… Eso es un sentimiento maravilloso que jamás te cansa ni envejece”, dice, emocionado. Como los Grateful Dead a menor escala, ellos tienen una comunidad de holdsteadyheads que los sigue concierto tras concierto. Sostiene que “no hemos sacado nada musicalmente de los Grateful Dead” –algo discutible sobre todo si se escucha el desolado country- rock que casi cierra el disco, un “Distortions Of Faith” que podría cantar Jerry Garcia–, “pero estamos en su misma página o en la de The Clash: la de bandas de las que la gente se siente parte de una manera muy fuerte”.
Seguramente parte de esa identificación se origina en la empatía de la voz del narrador para con los personajes que pueblan sus canciones: las estrofas de Finn son pequeñas viñetas naturalistas carentes de cinismo, llenas de compasión, certeras en verbos y parcas en adjetivación:“Eso es parte de mi personalidad. Amo a esos personajes y, cuando escribo sobre ellos, quiero saber si tienen problemas, si están batallando algo… Me los invento porque me importan y quiero ser honesto con ellos y sus circunstancias, pero a la vez mostrarles respeto”, asevera.
Su disco anterior, “Open Door Policy” (Positive Jams, 2021), era casi un álbum conceptual centrado en las cicatrices en la salud mental que dejó la pandemia y el nuevo abismo de desigualdad derivada del capitalismo digital. “Este disco ahonda en la temática del último estado de desarrollo del capitalismo en Estados Unidos. Verás que los personajes hablan de cómo ganan dinero, de cómo luchan para seguir tirando. Esta noción impregna cada canción”, admite. “Un ejemplo muy claro es ‘Carlos Is Crying’, sobre un tipo que está tan deprimido que no puede ir a trabajar, pero miente sobre ello. El mundo está en un bucle. Hemos avanzado mucho tecnológicamente, pero eso ha puesto el mundo del revés. Y en ciertos aspectos ese también es el precio del progreso”, se lamenta. Y añade que en Europa “hay poca consciencia de cómo de duro nos golpeó la epidemia de muertes por opioides y fentanilo. Sobre todo lo ves en ciudades pequeñas. Entonces piensas: ‘Oye, pues me voy al campo, que será precioso’. Y no lo es: ves comunidades rurales enteras destrozadas. Es algo con lo que estamos lidiando ahora mismo”.
Finn es un compositor, más que prolífico, estajanovista: apenas ha transcurrido un año y pico entre los dos últimos discos de The Hold Steady y publicó un disco en solitario –tiene otros cuatro en su haber– titulado “A Legacy Of Rentals” a mitad de 2022. “Sí, siempre he querido mantener un flujo constante de música nueva. En los setenta la gente sacaba discos con frecuencia. Durante la pandemia hice el ejercicio de escuchar un disco al día de The Kinks. Iba caminando por casa, escuchándolos. Y me di cuenta de que cada año de los setenta sacaron un disco nuevo. Entonces pensé que este es el ritmo que quiero mantener, en la medida de lo posible. Porque tengo la firme creencia de que cuando creas, creces”, asegura convencido.
No tiene ningún conflicto para saber a qué lado va a parar cada canción:“Es muy simple. Con The Hold Steady escribo las letras de la música que me dan. Con mis cosas en solitario lo escribo todo. Pero en general mi rollo en solitario trata de cosas mucho más pequeñas. Las historias son más personales. The Hold Steady es un universo más grande, más dramático. Así, ya se soluciona solo, no es tan difícil saber qué canción va a cada lado”, aclara. Pese a su ingente producción lírica y musical, no ha publicado ni ficción ni poesía: “Las canciones me salen de forma natural. Me paso el día leyendo y me encantaría escribir un libro, pero no es algo que vaya a pasar pronto”.
En sus discos en solitario ahonda en la manera de cantar marca de la casa: estrofas de palabra hablada que se descomprimen en estribillos melódicos que se clavan en la mollera a la primera. Algo no muy lejos del hip hop de los ochenta o de Jim Carroll. “No me he mantenido demasiado al día del hip hop, pero esa especie de cantar hablando, de convertir tu voz en algo percusivo y que luego sostiene las notas me encanta, y así es como he desarrollado mi estilo. Todo el rollo de la poesía callejera es muy excitante y el hip hop es parte de eso”, opina. También el rock urbano de Nueva York: “Me encantan Lou Reed y Patti Smith, pero Carroll está muy infravalorado. Y mira que su banda era muy buena. Escucha ‘Catholic Boy’ y esas guitarras, joder. Creo que ‘I Want The Angel’ es una canción que habré escuchado diez millones de veces”. Se ríe cuando le pregunto si los A&R le han sugerido que hable menos y cante más muchas veces: “No ha habido ningún encontronazo con departamentos de artistas y repertorio porque cuando llegamos al éxito éramos mayores, gente de treinta y pico, y nos dejaban en paz. Eso sí, muchas veces me han dicho ‘repite más el estribillo, haz el coro más grande’. Pero siempre hemos hecho lo que nos ha parecido. Y, total, ahora ya no quedan A&Rs. Y poca industria musical como la entendíamos”.
“Boys And Girls In America” se publicó un minuto antes que la curva de ventas de discos cayera en picado. “Para mí, los discos físicos todavía son importantes. ‘Boys And Girls…’, el disco que más vendió, nos hizo llegar algunos cheques decentes y el soporte de la discográfica nos permitió viajar a Europa. Sin esa entrada de dinero y apoyo, una banda tiene que tomar más riesgos y puede ir a menos sitios”, valora. Y explica que “se gana la vida de una manera decente, pero sin haber hecho toneladas de dinero. La recompensa es más bien espiritual, la de haber disfrutado de veinte años preciosos de música y comunidad”.
Llegados a este punto, no puedo evitar preguntarle por casos como los de Marah, una banda de coordenadas musicales y geográficas muy similares a The Hold Steady, que durante treinta años ha mantenido una carrera intermitente sin poder vivir a tiempo completo de la música. ¿Qué les diría?“Las bandas funcionan a muchos niveles. No conozco a esos tipos personalmente, pero estoy seguro de que están agradecidos y felices de que tanta gente, yo incluido, hayamos encontrado deleite en su música. Después de treinta años seguro que están felices de poder cruzar un océano e ir a tocar a Barcelona, por ejemplo, y encontrar a gente excitada por su visita. Eso en sí ya es todo un logro”. No habrá conciertos españoles de The Hold Steady en 2023, pero sí en 2024: “Será en alguno de esos festivales de verano españoles, en los que hay olas de sudor, gente y toneladas de diversión”, augura, contento. Pues hasta entonces, Craig. ∎