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Entre aplausos arrebatados, parco y elegante, Stuart Staples casi susurra en el micrófono: “Es nuestro último concierto por bastante tiempo. Vamos a tocar un poco de música”. ¡Ja! Si es que un poco de Tindersticks siempre es mucho; y encima ese supuesto poco se tradujo en 105 minutos –y diecinueve canciones, si no me fallan las cuentas– de gloria bendita. Pocas, eso sí, fueron las palabras que pronunció sobre el escenario del Price. Como muchas son las emociones acumuladas a lo largo de esos treinta años que el grupo, muy en su línea, celebra con pocas alharacas. Treinta años que no han cambiado –bueno, sí: ahora es aún más docta, más contenida y más profunda– la moderación y la insondable profundidad de la sabia voz –en sentido amplio– de Mr. Stuart A. Staples.
Treinta años que alargan la sombra de esos detalles que asoman por las grietas de sus canciones, de arquitectura impecablemente inestable y que hacen aún más únicos sus conciertos. En Madrid fueron unas guitarras pulsadas casi como bandurrias en “Pinky In The Daylight” –¡qué temazo, por Tutatis!–, los ajustadísimos apuntes en los coros del bajista Dan McKinna, esos torbellinos de órgano de “Trees Fall”, la guitarra twang de “See My Girls”, una delicada caja de ritmos que abre “A Night So Still”, la solemnidad en la relectura de un “Johnny Guitar” que no está entre las versiones de su último trabajo en estudio –“distractions” (2021)–, pero sí en el repertorio de varios conciertos españoles tras haberla tocado hace unos meses para las Brodie Sessions, o el apunte de slap bass y la increíble ascensión en espiral de “Were We Once Lovers?”, seguramente el punto álgido del concierto… hasta que llegaron los bises.
Pero me adelanto.
Por mucho que esta gira española de Tindersticks –en el Actual de Logroño con aderezo de Rioja Filarmonía, San Sebastián, Valencia, Alicante, Murcia y Madrid– se anunciara –casi, diría yo, se vendiera– como una celebración de su treinta cumpleaños, ni siquiera el repertorio parece responder a ello. Ya lo dice el propio Staples en su entrevista con Carlos Pérez de Ziriza para Rockdelux: “Nunca hemos mirado mucho más allá de lo que nos tenía ocupados en cada momento”. Y, en efecto, este repertorio es más bien un regalo para los que dejamos de seguirles de cerca desde hace dos décadas. A ver: dos terceras partes se extrae de sus discos de los doce últimos años, incluyendo seis del último con temas cien por cien propios –“No Treasure But Hope” (2019)– y “Willow”, la preciosa canción inédita de su recientísimo recopìlatorio “Past Imperfect. The Best Of Tindersticks ’92-’21” (2022), que abrió el concierto –solamente con voz, piano eléctrico, xilófono y puntualidad, cómo no, británica– y marcó ya ese clima de intensidad, intimidad y sobriedad –ropa negra, luces bajas, canciones engarzadas sin pausa– por el que discurrió el recital.
Recital de sonido exquisito y una secuencia –estudiada, impecable– que conduce con fluidez hacia unos arrebatos de ritmo, intensidad y vuelco cardíaco del calibre de “How He Entered”, “Second Chance Man”, la ya mencionada “Were We Once Lovers…” o “For The Beauty”, sin duda mi favorita de los Tindersticks más recientes que Staples presenta despidiéndose: “¡Qué hermosa velada! Gracias por estar aquí ¡Qué buena gente! Es una preciosa manera de acabar nuestra gira. Esta es la última canción… pero todo es negociable”. Como dice su letra, “To feel, to live / To love, to fly…”, hemos sentido, vivido y amado a Tindersticks durante ochenta minutos, pero queremos volar aunque sea un poco más. Así que negociamos los bises desde el público con aplausos y vítores que bordean el estruendo.
Pero nada nos prepara para todo lo que está a punto de ocurrir.
Staples y sus cinco compañeros regresan sonrientes al escenario y, de golpe, nos hacen volar –y de paso me pegan un nostálgico hostión– con la trotona “Her” –única concesión de hoy a su debut de 1993, “Tindersticks”– sonando más jodidamente intensa que nunca. Y hay más, mucho más: tras cascarse “Harmony Around The Table”, Staples duda un momento y anuncia “un ligero cambio de planes” para –¡ay!– marcarse una tan excelsa como –si uno mira las setlists de sus últimos conciertos– inesperada “Tiny Tears” del segundo “Tindersticks”, el de 1995, que me noquea del todo. Por cierto, esas “pequeñas lágrimas que hacen un océano” me parecen una manera perfecta de describir la huella de la música de Tindersticks.
Finalmente, presenta “Take Care In Your Dreams”. Y la tocan muy bonita. Y el bajista de nuevo hace un coro pequeño y precioso. Y se intentan ir sin hacer ruido…, pero el público aplaude en pie. Y reciben el aplauso. Y nos sonríen. Y se van. Y los demás nos vamos a soñar con sus lágrimas, su contención, sus detalles. Pero sin cuidado que valga. Faltaría. ∎