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Une y a la vez separa. A pocos mares se les puede aplicar ese lugar común con tanta exactitud como al Mediterráneo. Muchos habitantes de, por ejemplo, la ciudad desde la que se escriben estas líneas, Barcelona, pasan casi medio año añorando la arena y el horizonte infinito de sus playas. Refugios contra un día a día frenético en el que apenas hay tiempo para encontrarnos a nosotros mismos, no digamos ya a los demás. Un remanso de tranquilidad en medio de correos y claves electrónicas, WhatsApps pendientes de contestar, excels, aplicaciones, firmas digitales y aglomeraciones en el transporte público. El Mediterráneo, escenario de anuncio, fosa común de cientos, miles de sueños. La calma, la ansiada calma o la excesiva calma. El mar más contaminado del mundo, también uno con dieta propia. De Italia a Libia, de Andalucía a Palestina. Las aguas que bañaron a los fenicios, que no supieron que se les cantaría dos mil años después.
Nunca es tarde, pensaron Za!, Tarta Relena y La MegaCobla para rendir ese tributo civilizatorio en forma de juguetón ensemble. Edi Pou y Pau Rodríguez, conocidos en calles y saraos como los Za, necesitan poca presentación escrita para quien haya tenido orejas inquietas en algún momento de los últimos tres lustros. Hoy acumulan más de setecientos bolos, pero sus primeros pasos se remontan hasta 2004, momento de su debut en las tablas, y a “Eki Eki Eki Kazam!” (Práctico, 2006), su estreno en largo dos años después. Su jazzeo disruptivo y los mantras que desembocan en catarsis –quizá tú, que ahora lees esto, eres de los que se ha tirado algún día entero de oficina recitando “Bugamaistah”, “Spazzfrica Ehd” o “Papa Dupau” en la cabeza– sientan bien. Quien los probó lo sabe. Su “Wanananai” (Gandula-Discorporate, 2013) fue mejor disco nacional del año para Rockdelux.
A Tarta Relena, formado por Helena Ros y Marta Torrella, tampoco es una locura llamarlas las Tarta por cierta popularidad y familiaridad que su talento y directos han generado. Lo suyo es un canto a capela, folk de tradición oral que pasa por Creta o Menorca y pone voz contemporánea al latín o las melodías sefarditas. “Intercede pro nobis” fue el mejor EP nacional de 2020 para esta revista y su último álbum, “Fiat Lux” (The Indian Runners-La Castanya, 2021), es otro viaje en el tiempo igual de hipnótico.
Por su parte, a La MegaCobla le dan vida Pep Moliner, Jordi Casas, Xavi Molina y Xavi Torrent, cuatro de los músicos de cobla –el nombre de la agrupación que ejerce de motor, especialmente a base de instrumentos de viento, de los bailes catalanes tradicionales– más reputados. Su papel ha sido fundamental para conseguir que el disco homónimo de Za! & La TransMegaCobla publicado el pasado febrero contagie una vitalidad a la que incluso al más fundido por este capitalismo extenuante le costaría oponer resistencia. Los ocho juntos se lo pasan en grande y de ese buen rato nos beneficiamos los demás. Win-win. Es una de las aspiraciones más antiguas de todo grupo. Check.
Juntarse desde tres ámbitos bien diferenciados. Decidir cantar en fenicio, una lengua desaparecida de la que apenas quedan inscripciones comerciales y funerarias. Llevarlo a cabo sobre ritmos de bulería, kopanitsa, sardana o gnawa. Tomar como referencia conceptual el Mediterráneo, mucho más que un mar, un espacio sensorial y sentimental al que ya se le ha escrito. Conseguir sin embargo colorearlo de una manera poco vista y, sobre todo, escuchada hasta ahora. Coger esos ingredientes y con ellos montar una fiesta de mil demonios que escape totalmente a cualquier sombra de vana, ensimismada y sosa sofisticación. Regatear al último gran defensa central de la rutina: el algoritmo. Son logros que quizá solo estaban al alcance de este inusitado octeto: los Za, las Tarta y los coblos, como se refiere a ellos en algún momento de nuestra charla Edi, que acude junto a Pau, Helena y Marta a esta cita para hablar del mar, la experimentación, sonidos a juego con una realidad saturada y profesores que hacen la croqueta.
¿Cómo surge esta colaboración a tres bandas?
Edi: La unión surge a propuesta de la Fira Mediterrània de Manresa, que tiene la idea de juntarnos con músicos de cobla. Seleccionaron a cuatro personas muy abiertas de mente, que saben mogollón de estilos y nos han enseñado mucho. Yo tenía muchos prejuicios con la música tradicional catalana. Hicimos un bolo de improvisación en 2018 y entonces dijimos “vamos a probar también a componer con esos instrumentos”, pero pensamos que nos faltaba una pata. Escribimos a Tarta Relena, tomamos té y decidimos empezar este proyecto.
Es un disco fundamentado en la experimentación, pero donde hay una sensación de frescura que quizá tiene que ver con que conseguís que la vanguardia y la creación colectiva se mezclen bien. Rompéis con esa imagen antigua de la soledad y el aislamiento del creador.
Edi: Debemos olvidar de una vez la idea del genio creador. Puede que valiera en el siglo XIX, pero ya estamos en otro paradigma. La música es un continuo y nosotros somos continentes que vamos aportando, sumándonos a la gente que tenemos alrededor. Cada persona es una pieza más de la cultura.
Marta: Aunque igual dentro de este paradigma también se puede componer y crear de formas diferentes. Eso ha sido un aprendizaje porque componer tocando era nuevo para nosotras. Esta idea de estar todos generando música, intentando conectar más que pensar.
Helena: Creo que el hecho de que fuéramos tres partes muy diversas hace que cuando te juntas tu rol esté muy claro, porque sabes qué puedes aportar. Eso lo hace todo más fácil.
¿Habría sido más difícil si hubierais sido más parecidos?
Marta: Quizá sí, porque no habría habido tanto espacio para cada parte y nos sentiríamos como parte del mismo departamento (risas).
Diría que también rompéis con esa idea preconcebida de que la experimentación ha de ser triste o aburrida. Demasiado seria. Lo que hacéis es música divertida.
Pau: Algo en lo que hemos coincidido las tres secciones es en este enfoque desenfadado. Ninguno en esta formación tiene pretensiones artísticas con muchas ínfulas. Somos ocho músicos supercurrantes y la propuesta es “vamos a hacerlo y luego vemos”. La experimentación solemne es muy constrictiva. Deja fuera elementos como el juego. Aquí a las ocho personas nos encanta jugar. Experimentar no tiene por qué surgir de un lugar oscuro, mágico, que te ha dado un dios. Al final es probar, que es lo que estamos haciendo todo el rato en la vida. Muchas veces no sale lo que intentas.
Marta: Sale algo mejor.
Pau: ¡Siempre sale algo mejor! (risas).
¿Cómo ha sido el proceso de poner en común los temas? ¿Cuánto había de improvisación conjunta? ¿Desde una base trabajáis cada uno vuestra parte para luego poner en común?
Edi: El punto de partida han sido a veces riffs que proponíamos Pau y yo y estructuras donde intentábamos pillar patrones rítmicos o aromas de tradiciones mediterráneas y mezclarlas con lo que nos sale. Una vez con esos cimientos, lo compartíamos con Marta y Helena, que han capitaneado las voces, y con La MegaCobla, que han aportado muchos arreglos.
¿Os preocupaba que los elementos de los que partíais, a priori, pudieran desembocar en algo demasiado intelectualizado, que fuese difícil de disfrutar, que se alejase de la espontaneidad popular?
Marta: Creo que si haces algo con los Za! ya sabes que va a ser algo animoso.
Pau: En el primer concierto, uno de los de la MegaCobla que es profesor de la Escola Superior de Música de Catalunya acabó haciendo la croqueta. Creo que si intentáramos hacer algo serio lo haríamos fatal.
Marta: Nosotras sí nos sentimos cómodas en la celebración de lo solemne. Pero lo que hacemos también a veces parte desde el juego. Puede que en escena, como Tarta Relena, no transmitamos eso, pero sí que conectamos con esta forma de hacer música.
Helena: Y aquí hemos desbloqueado una parte de nuestra personalidad performativa. Son unas energías y un nivel de decibelios que nunca vamos a tener en nuestros conciertos como dúo y eso hace que descubras una manera de estar en el escenario y de relacionarte con el sonido.
Aquí hay géneros, además de bulería y sardana, que a más de alguno no le van a sonar mucho: kopanitsa búlgara, gnawa...
Edi: Al principio nos preguntábamos qué es la cultura popular, qué queremos experimentar, y donde vimos que estábamos más cómodos es en torno a una cultura mediterránea que precisamente no está muy en boga. Precisamente el Mediterráneo es una frontera, una diferencia, Europa con su ideario muy marcado. Nos apetecía explorar ese concepto. Además, geográficamente, no hay fronteras claras de estilos. ¿Cómo se llega de la bulería a la kopanitsa viajando a pie?
Pau: El Mediterráneo es una fuente de distorsión a nivel de relaciones internacionales, de Derechos Humanos, de lenguaje: inmigrante, migrante, refugiado. También está el exotismo mediterráneo de birra y paella. Para el disco lo que nos interesaba era pillar rítmicas diferentes y teñirlo de psicodelia. Veníamos con esta paranoia de los fenicios como idea que une el Mediterráneo en torno a una ambigüedad de normas y de trato humano poco planificado. De repente todo se empezó a unir.
Habéis decidido usar la lengua fenicia en las canciones. Teniendo en cuenta que está desaparecida, ¿cómo habéis trabajado en esa recuperación?
Helena: Salió esa idea. Maria Josep Estanyol es la última profesora de fenicio de toda Europa. Se puso supercontenta cuando le escribimos, nos contestó enseguida y nos contó qué material existía. Solo hay fragmentos. No queda literatura. Solo inscripciones comerciales o funerarias.
Marta: Teníamos dos páginas con frases.
¿De qué trata entonces lo que cantáis, de negocio y muerte?
Helena: Sí, bueno, y exaltaciones de cuando estás contento, por ejemplo. Hay una que repetimos todo el rato que es “larga vida, larga vida, larga vida”. O “frente a los dioses he hecho esta ofrenda”. O “porque ha escuchado su voz, escuchará su voz”, que es de un epitafio. Cosas así.
Pau: Es que además esa repetición de las letras cuadra perfecto con los bucles y el trance de la música.
Edi: Hay un alegato straight edge, “bebamos vino… No, yo beberé agua” (risas).
Sonáis tan ancestrales como futuristas. Mágicos y cotidianos. Escuchas el disco y podría perfectamente definirse como música mística para ir a comprar el pan.
Pau: A mí me cuesta escucharlo del tirón. Es intenso. Hay momentos de una vaciada guapa de energía, como en la última canción.
Si el algoritmo busca reafirmarnos a través de empobrecernos a base de ofrecernos siempre lo mismo, ¿podría decirse que hacéis música contra el algoritmo?
Edu: Sí, puede que sea inclasificable, pero no es intencionado.
Antes hablabais de psicodelia. La que hay en el álbum, por estilo y tono, y casi como concepto, casa bien con esta realidad acelerada y saturada en la que vivimos.
Pau: Hay momentos de intensidad que se expresan así. La paleta de sonido del disco está toda saturada. Estamos ahí con un subidón.
Marta: Sí, somos ocho personas histéricas ahí.
¿La música tiene una importancia cada vez menor en nuestras vidas? ¿Es ya solo un ruido de fondo?
Edi: Lo primero que pienso sobre eso es algo que dice Pau desde hace tiempo, que lo que más le interesa es hacer música sin intención de que sea publicada, simplemente quedar y tocar. Estoy de acuerdo con lo que dices. Cada vez más la música se va arrinconando en un escenario en dinámicas de emisor-receptor. Quizá antes la música formara más parte de la vida cotidiana. Pero sigue habiendo muchos espacios en los que nos relacionamos con la música como excusa.
Marta: Estamos en un momento de mucho cambio en cuanto a cómo se hace la música. Gracias a la tecnología es más fácil que antes producir una canción medianamente escuchable. Mucha gente puede hacer música, quizá no acabamos de leer bien las formas nuevas. La música está superpresente siempre.
Pau: Yo tampoco coincido con que la música esté arrinconada. Ahora hay mucha más música que nunca. Lo que sí ocurre es que está disociada. Hace ocho mil años para que hubiera sonidos organizados tenía que haber un instrumento emisor, una persona que ejecutara y otra que oyera. En el momento en que se pueden registrar las cosas cambia esto y cuando ya tenemos acceso a ello de una forma abrumadora, como ahora, todo el rato hay música y esta sobreinformación obedece a veces a un horror vacui existencial. No creo que ahora la música sea menos importante. Quizá sí quién la hace. Para los creadores es una cura de humildad. Yo puedo hacer música igual que mi hijo, que se pone con el Ableton, conecta cuatro cosas y suena que lo flipas. Quizá el consumo se atomiza y se individualiza, pero eso no es por la música, es por la sociedad.
Marta: Quizá se transforman los contextos. En El Pumarejo hacen por ejemplo esta movida techno de Desacato Goblin.
¿Nos dejó alguna enseñanza la pandemia con respecto a la música y la cultura?
Pau: Había mucha presión sobre la cultura. Como si fuera a rescatar algo. Pero se tomó la música como mero entretenimiento. Por suerte, eso ya pasó.
Edi: Si algo aprendimos de los conciertos es que estos no van solo de tocar y escuchar. Faltaba toda la interrelación, lo que pasaba antes y después.
Parece que vivimos con varias crisis superpuestas, una encima de otra, que ya cuesta distinguir: económica, climática, de salud emocional… ¿Puede contribuir la música a un mundo mejor?
Pau: El papel de la música no es mejorar, sino acompañar. Por ejemplo, en la socialización frente a esta sensación de aislamiento. A la hora de expresar frustración. En un momento colectivo con tus amigos.
Edi: La música es un reflejo de la sociedad en la que nace. La sociedad es la que puede mejorar el mundo y destruir el capitalismo (risas). La música puede ser la banda sonora de eso.
Pau: Y en este contexto van a salir buenas bandas. ∎