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engo pensando mucho en la orfandad. No me refiero solo a la ausencia de padre y madre, sino a la ausencia de amor y protección en la vida de alguien. Creo que estos tiempos están marcados por esa sensación, como un halo que agrega cierto color triste a nuestra manera de sentir. Son tiempos extraños, en donde compartimos nuestra vida y opiniones sin que sean pedidas, esperando recibir alguna respuesta de esa virtualidad en donde buscamos ser parte de algo, haciéndonos presentes a través de expresar, en foto o en frase, todo lo que pensamos sobre la realidad.
Cuando pienso en la orfandad, no puedo dejar de pensar en mi adorado Juan Gabriel (1950-2016). Sus canciones tienen algo de la orfandad en el amor, el “Yo no nací para amar” o el “Hasta que te conocí”, en donde habla sobre lo inocente que era su vida antes de conocer a ese amor que lo hizo sufrir. En esta última en particular ya está hablando de un pasado, una historia que tuvo principio y fin, como un narrador contando el fin del mundo con nostalgia, en un tiempo futuro. “No te miento, fui feliz, aunque con muy poco amor”. Juan Gabriel retrata el fracaso amoroso y el despecho como pocos. Pero también está su voz. La voz que llega a la intensidad y dramatismo que piden sus canciones y sus historias.
A veces lo encuentro en otras voces.
Estaba escuchando “Amores de droga”, de Girl Ultra, de su EP “El Sur”, uno de mis discos favoritos que han salido este año. Hay algo en la frase “a mí nadie me enseñó a querer” que suena como un imposible de resolver. Como si esa sensación se conectara con el “a mí desde pequeño eso me enseñó mamá”. El saber amar –o esa imagen en una canción, el que alguien te pueda enseñar a amar de una manera correcta– me fascina encontrarlo, porque me lleva a que necesitamos de alguien –algo– que nos enseñe a querer.
Ese “yo no nací pa’ enamorarme, qué desmadre” me hace pensar en el “yo no nací para amar, nadie nació para mí” de Juan Gabriel. Girl Ultra hace otro tipo de música, es bailable y tiene tintes de R&B. Pero en este EP despliega una personalidad que atraviesa sus canciones, un poco de dramatismo que me hace pensar que los amores de droga no empezaron a suceder apenas en esta generación. El amor fallido y cantado es algo que sigue sucediendo y que conecta con otras voces nuevas, como una vibración que atraviesa todas las edades y nos conecta a través de otra cosa.
Otra canción que me remite a Juan Ga es “Templos”, de Rosas, proyecto de Víctor Rosas, un actor y músico originario del norte de México. Es una especie de cumbia trip hopera en donde el beat sostiene a la canción y esa voz que tiene, que es melancólica y suave a la vez. Y especialmente su vídeo, que cuenta la historia de un chicx (José Montes aka La Lupe) que trabaja en un club. Primero limpiando, después se sube al escenario a hacer una performance y va encontrándose con su feminidad, convirtiéndose en una mujer sensual que hace su pole dance ante ese público de chicos entre interesados y aburridos que están como público. Hay algo tierno en esa historia que se desenvuelve entre la sensualidad de ella, estos chicos que no saben qué hacer con lo que ven y un grupo de chicas que se divierten. Al final uno de ellos se queda dormido, ella lo lleva cargando, lo mete en un taxi y lo mira irse. Es una narrativa nueva en un videoclip mexicano, y me parece tan lindo que la canción hable de un templo, un lugar que puede ser sagrado o puede ser de encuentro. La letra de Rosas tiene otros espacios, él es más moderno y conceptual: “Templos construidos y templos destruidos en nombre del amor”. Un lugar que puede ser un refugio, un templo o lugar de encuentro, en donde podemos expresar lo que somos realmente, como la chica que baila y los chicos que descubren la confusión de no saber exactamente lo que sienten. Creo que el espíritu de Juan Ga está ahí también y creo que estaría orgulloso de ver a las nuevas generaciones de música mexicana. Cómo van cambiando los lenguajes, pero el amor sigue sosteniendo historias de principios y finales. Y con esas historias seguimos contando quién somos. ∎