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Firma invitada / Libre albedrío

Cantar su canción

19. 09. 2023

U

na vez estaba sentada junto a Hermes Paralluelo, un viejo amigo y director de cine, autor de una preciosa película llamada “No todo es vigilia” (2014), que a los 35 años decidió dejar el oficio artístico y decantarse por el camino budista, cambiándose el nombre por uno que a día de hoy me resulta imposible de recordar. Hermes me miró sonriente y me preguntó que por qué estaba tan triste. Le contesté que me había dado cuenta de que tenía miedo. Él se quedó unos segundos sin decir nada y luego me dijo: “De alguna manera me parece que un artista necesita de sus conflictos. Por eso, en parte los quieres. Te da miedo que todo esté en paz y no haya motor creativo. El miedo lo es. Miedo a lo que sea”. Yo le contesté indignada que hacía un montón de tiempo que no escribía nada y que precisamente achacaba mi falta de creatividad a esa tristeza que casi nunca sabía de dónde venía. Me dijo: “Es un hábito. Estás escuchando a algunas ‘Marias’ del pasado que cantan una canción triste y lejana, quizá una canción sin palabras o palabras que has olvidado”.

Se trata de un cantar psicológico, no físico”. Así lo describió el psiquiatra Maurice Nicoll, alumno de uno de los más grandes magos y psicólogos de todos los tiempos: George Gurdjieff. Según Nicoll, todos tenemos una “canción psicológica” interior con la que nos quejamos y reclamamos todo aquello que se nos debe. Aclara el psiquiatra que a veces la gente “canta” su canción sin que nadie se lo pida y otras veces lo hace tras haberse tomado unas copas de más. Es entonces cuando empiezan a “cantar” acerca de lo mal que los trataron, de que nunca tuvieron una buena oportunidad, de glorias pasadas, de que sus padres no los comprendieron o se casaron mal, de que en realidad son buenas personas... En conclusión: que todo el mundo es culpable excepto ellos mismos.

Esta tonadilla que nos acompaña nos sirve para registrar nuestras cuentas interiores. Allí se quedan grabadas las deudas que el padre, la madre, el hermano, el hijo, el ex, el vecino, el amigo, el jefe, el gobierno, la sociedad e incluso la vida misma tienen para nosotros. Dice Maurice que alguien que “canta bien” no puede ir más allá de sí mismo. Es víctima de sus propias cuentas y en cuanto algo se pone complicado empieza a “cantar”. Quizá lo haga de forma bella y tranquila, pero este hecho no le permite crecer. No le permite ir más allá de lo que es, viéndose impedido por sus  tristes canciones.

Hace poco que me he licenciado en psicología y al leer esta teoría no pude evitar pensar en el oficio del cantautor, y más concretamente en el del cantautor triste. Pues aunque Nicoll use el término “canción psicológica” como metáfora del disco rayado que todos llevamos dentro, me parece que funciona bastante bien si lo aplicamos de forma literal a la vida y proceso creativo de muchos cantautores. “Un buen cantante no se comprende a sí mismo”, defiende Maurice. Prefiere cantar la canción de no ser comprendido y soñar así con un mundo mejor.

He pensado mucho en la frase de mi amigo Hermes, en si será verdad que los compositores de canciones tristes acabamos por perpetuar nuestras miserias para tener material con el que trabajar. Quizá sea ese el peligro del que nos alerta Nicoll, el de acabar siendo esclavos de nuestras propias tonadas, convirtiendo nuestra vida en una especie de profecía autocumplida. “El sufrimiento se justifica en cuanto se convierte en la materia prima de la belleza”, decía Jean-Paul Sartre. Entonces, ¿es posible que la superación personal, el haber encontrado un estado emocional más tranquilo, maduro y seguro, vaya en contra de escribir buenos temas?

Nicoll también desmiente en su teoría aquella frase hecha del “mejor solo que mal acompañado”. Quizá sea así, pero no en todos los casos. “No hay que pensar que se está necesariamente bien acompañado cuando se está solo”, aclara el doctor. Se tienen canciones bien escritas que solo acuden cuando uno está solo, cuando siente que nadie le está mirando. Como no quiero señalar a nadie concreto, pondré como ejemplo una de mis letras. Se trata de un fragmento de “Madame Bovary”, el tema que cierra mi último disco, un disco que gira alrededor de una ruptura sentimental y que fue escrito en pleno confinamiento. Este track funciona en él como una especie de epílogo a modo de autoparodia de mi propio personaje victimista. Creo que, sin querer, con ella me convierto en ejemplo prototípico de la teoría del señor Maurice Nicoll: “Veo pasar las horas sin ilusión y espero a que me llegue la inspiración para poder cantar una triste canción que me permita huir de mi habitación...”.

“Yo creo que te gusta ser una víctima. Te gusta identificarte con esta parte oscura. La ves más guay, más creíble, más especial”. Con esta frase concluía mi conversación con Hermes. No supe qué responderle. Ahora él vive en Panillo (Huesca), cerca de un templo budista llamado Dag Shang Kagyu. Se enamoró de otra devota con la que tuvo un hijo llamado Orgyen. Parece feliz. Quizá Hermes tomó una sabia decisión al dejar atrás el camino artístico, no lo sé. Quizá todo sería más sencillo si en lugar de canciones hiciera magdalenas o me dedicara cada día a la contemplación neutra... O quizá esa sea precisamente mi “canción psicológica”: la de que todo lo que me pasa es por culpa de mis canciones. ∎

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