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Firma invitada / El chicle de Nina

¿Amar a Tony Soprano?

19. 02. 2021

E

s imposible amar a Tony Soprano. Pero es posible no odiarlo. No es casualidad: Tony Soprano fue milimétricamente engendrado para que no pudiera ser amado, pero tampoco odiado. Es, si uno lo piensa con detenimiento, un equilibrio prodigioso y precario, dado que Tony Soprano asesina, maltrata, miente y corrompe. Debería ser fácil objeto de odio. Pero no lo es. 

No es ninguna novedad que la ficción produzca personajes repugnantes que no nos generan repugnancia. Lo curioso es que no solemos entender por qué es así. Pero muy de vez en cuando un eclipse tiene lugar y uno cree comprender algo significativo. He aquí un eclipse: Tony puede ser brutal, pero no es cruel. Por eso no lo amamos, aunque tampoco lo odiamos.

A veces confundimos brutalidad y crueldad, pero son dos tipos diferentes de violencia. Se es cruel con las personas cuyo sufrimiento comprendemos, por ello las víctimas más inmediatas de nuestra crueldad suelen ser las personas que uno tiene más cerca y las que más conocemos, es decir, aquellas que amamos o con quienes los lazos son más intensos. En cambio, la violencia contra aquellos cuyo sufrimiento desconocemos es brutalidad, es una especie de violencia protocolaria, just part of the business

Tony Soprano nunca se comporta de forma cruel: protege a sus allegados y es compasivo con ellos –a pesar de algunos titubeos– cuando considera que han obrado erróneamente. Y si asesina a alguno de los seres que pululan a su alrededor es porque ya ha dejado de amarlo, ya no comprende o ya no quiere comprender su sufrimiento, se ha distanciado de la capacidad de sufrir del otro. Para Tony, el amor hacia los que tiene cerca es una barrera contra la violencia; y la ausencia de amor es el derrumbe de esa barrera. No hay violencia si no hay distancia o ruptura sentimental con la víctima. Y en nada se manifiesta mejor su aversión por la crueldad que en el amor que siente por los animales, amor que constituye no una alegoría de su sociopatía, como a veces se ha insinuado, sino de su pulsión más humana, o sea, del anhelo de pertenencia, de tener un nido, una comunidad, una tribu.

Se sabe que, desafortunadamente, la violencia contra los otros refuerza el vínculo entre los nuestros. Así que una vez la serie ya ha convencido hábilmente a los espectadores de que los nuestros son Tony y sus dos familias, estamos a su lado, por ejemplo, cuando despeluca a Ralph Cifaretto o cuando ordena ejecutar a cualquiera de sus enemigos. Una de las cosas que revela “Los Soprano” (1999-2007) es que en silencio o en voz baja coqueteamos con pasmosa facilidad con la justificación de la violencia sectaria.

Pero volvamos a la otra razón por la que no odiamos a Tony Soprano: no es cruel. La crueldad, decía la gran filósofa Judith Shklar, es un mal absoluto, es la dimensión más asquerosa del ser humano: podemos tal vez cerrar los ojos ante la violencia contra los extraños, pero la violencia que infligimos a los propios la vemos aunque tengamos los ojos cerrados. Y Tony Soprano solo hiere a aquellos cuyo sufrimiento desconoce, es pura brutalidad. ¿Cómo podríamos, pues, odiar a Tony Soprano? ¿Cómo detestarlo si no es nada más que un eco ensordecedor y siniestro de nosotros mismos, que justificamos herir cuando ignoramos el sufrimiento que causamos?

Iba a dar por terminado este breve texto, pero qué demonios: oigo una voz interior que me dice “¡dilo, dilooo, diloooooo!”, así que lo diré y dejaré de ignorar la realidad de la ficción: no solo Tony Soprano es un reflejo del espectador, sino que es mejor que él: a diferencia de este último, él nunca se precipita por la pendiente al final de la cual descansa, cubierta por el delicado y placentero manto de lo sádico, la crueldad. Así que no solo no odiamos a Tony Soprano, sino que, contrariamente a lo dicho al principio de este artículo, lo amamos de un modo peculiar: lo amamos porque a veces lo que nos atrae de alguien es lo que no hace. ∎

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