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e Cobitos a Melody’s Echo Chamber, de Manuel Vallejo a Neil Young... El otro día, un periodista me preguntaba si esto era síntoma de dispersión. Yo le contesté que se trataba más bien de una cuestión de intención y de instinto. El caso es que esta conversación me dejó pensando en el significado de mi manera de sentir la vida y el arte.
El término medio, la comodidad y lo evidente me inquietan en primera instancia. Aunque quizá orientarse hacia una actitud más moderada fuese la solución a tanto sobresalto, tanto imposible, tanto perseguir finezas mayores, y así vivir más tranquila y no pensar tanto... Cito a Aurora Venturini, en “Las primas” (2007), para explicarme mejor: “Ya dije que por dentro de mi psiquis sabía detalles y formas, que era muy distinta a la boba de afuera que hablaba sin punto ni coma porque si ponía punto y coma perdía la palabra hablada”.
Escribo en el coche, vuelvo a Madrid. Ayer tuve bolo en Valencia. En el rato que llevo viajando he escuchado y leído los últimos trabajos de mis compañeras, la cantante y compositora Maria Rodés y la escritora Berta García Faet. Tengo encuentro en breve con cada una de ellas para entrevistarlas en mi programa de radio. Las dos hablan del amor, son dos perspectivas aparentemente diferentes, pero hay algo que las une, y es la capacidad de haber creado un mundo propio, un espacio donde solo ellas saben cuánto hay de sus vidas y cuánto de ficción, y eso me entusiasma. Las dos tienen una mágica capacidad para escribir canciones y poemas, porque las canciones de Maria podrían ser poemas y los poemas de Berta podrían ser canciones. Viajar con Berta por los diferentes estados de ánimo que comparte con el lector en su poemario “Una pequeña personalidad linda” (2021) y acompañar o sentirnos acompañados por la historia de Maria Rodés en su valiente y emocionante testimonio, “Fuimos los dos” (2022), me han hecho sentirme mejor de como estaba cuando me monté en el coche de vuelta a casa, preguntándome si tiene sentido dedicarme a lo que me dedico en cuerpo y alma, hacer muchísimos kilómetros al mes, pasar mucho tiempo sola o en silencio, sentir la indiferencia, a veces muy cerca, o la ilusión y el amor, a veces muy dentro. El escozor en la garganta por el esfuerzo de tres conciertos seguidos también me hace preguntarme por qué hago esto, e inmediatamente después pienso que lo hago porque si no hablo conmigo misma a través de mis canciones puedo deprimirme o volverme loca, y también pienso que una de las razones, si no la única y más importante, es porque supongo que habrá alguien escuchándome.
Me pregunto si la “representación” es una cualidad inherente al ser humano. Es decir, ¿por qué existe este oficio de ser artista? ¿Por qué me dedico a cantar, a leer, a escuchar música, a investigar, a hacer canciones? ¿Por qué me interesa y tiene tanto poder sobre mis sentidos el arte? ¿Por qué viene la gente a los conciertos? ¿Por qué compramos discos?
A veces olvido el punto de partida, pierdo el rumbo y parece que me desvío pensando en las visualizaciones o escuchas que me han dicho que hay que tener para realmente ser una figura potente en el panorama actual, para entrar en los festivales de moda donde van los artistas y grupos punteros, o en cómo irá la venta de entradas y la importancia que se le da a la urgencia de colgar el letrero de sold out... Y ahora una digresión: La expresión sold out siempre me ha recordado a la palabra soldao, militar, o a soldao, como participio de soldar, que diríamos en granaíno, conceptos etimológicamente diferentes, pero que en mi mente intentan encontrar una relación. Será porque me atrae más el proceso de soldar ideas, de encontrar o crear relaciones entre polos, personas, conceptos separados u opuestos, que la de colgar ese letrero en IG y convertirme en un soldao de la militancia del éxito. Obviamente, me interesa que venga gente a mis conciertos. Si no, no tendría sentido componer y cantar y sería muy hipócrita por mi parte decir que me da igual, pues el público, el afecto, el cariño y la empatía son fundamentales para que un artista pueda desarrollarse. Con lo que no estoy de acuerdo es con esta mercantilización de la identidad, de la palabra o del cuerpo, de la que nos hablaba hace poco Mariano Peyrou en ‘La estación azul’, al referirse al poemario “Los restos” (2022) de Munir Hachemi.
Vuelvo a mi relato: hace unos días pude visitar al increíble Paco Ibáñez en su casa. Me dijo que el verdadero éxito está en dormir tranquilo cada noche. Jamás olvidaré nuestra pequeña y tierna charlita desde su terraza viendo la puesta de sol. Me hablaba de Georges Brassens como su grandísimo maestro. Dijo que Brassens es para él “la catedral de la canción”. Después apuntó: “Me enseñó que una canción se te puede meter dentro y que toda la energía del mundo te habite”. Y hablamos de muchas cosas más que guardaré para mí... ∎