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“El plan maestro de esta estudiante de artes visuales de La Serena es pillarnos con la guardia baja y hacernos volver a confiar en los lentos. Con aires ‘Tiranescos’, esta tonada contiene la fantasía más profunda de todo ser humano: encontrar una Louise lo suficientemente noble como para desbarrancar nuestro Ford convertible Thunderbird del año ’66”, dice la presentación de “Pasito despacito”, el primer sencillo que se pudo escuchar de Rosario Alfonso en 2011, bajo el alero de la etiqueta chilena Uva Robot. “Ahora no me equivoco en ni una parte, lo prometo”, dice Rosario, a media risa contenida, al inicio de la grabación de la canción. En esos primeros segundos se imprime todo el encanto que años más tarde se desplegaría en todas sus composiciones. Uno que comparte también con todo el universo de este sello, el mismo que lo posiciona como uno de los proyectos prominentes dentro del panorama de la música independiente chilena. Cosas que pasan cuando un puñado de artistas curiosos y sensibles le ganan a las estrategias de marketing.
Tuvieron que pasar seis años para que Rosario decidiera zambullirse por completo en la idea de hacer música. En 2017, el grupo de música folclórica peruana que integraba se terminó y sintió lo mismo que cuando era una niña y decidió aprender a tocar la guitarra para poder acompañarse cuando quisiera cantar. Decidió volver a componer y un año más tarde llegó “Lo primero” (Uva Robot, 2018), su disco de debut, en el que la canción de raíz latinoamericana fue la base sobre la que se fueron construyendo los temas, de la mano de su instinto y el de quienes la acompañaron en el proceso de composición: sus amigos Diego Lorenzini, Javier Bobbert y Tiare Galaz, también conocida por su proyecto solista Niña Tormenta. Juntos formaron el colectivo La Matiné Uva Robot, cuyo trabajo giraba en torno a los sonidos de guitarras, cuatro, ukelele y cajón peruano, sonido que abarcó también el disco.
Durante el último verano chileno, llegó el nuevo disco de Rosario Alfonso: “De canciones tristes y otras sutilezas” (Uva Robot, 2022). Diez temas que funcionan como un espejo de los estados emocionales de una ruptura, pero con el punto luminoso de quien también sabe que de amor ya no se muere. La madera y las cuerdas siguen ahí, pero esta vez la intuición y la curiosidad también se decantaron hacia el uso de otros elementos ligados a la electrónica, en una producción conjunta entre la compositora y Yaima Cat.
Este apego a la canción latinoamericana que hay en tu música veo que no cambia. Sigue siendo un cimiento, ¿no?
Sí, viene desde siempre. Crecí escuchando bossa nova y boleros en mi casa, pero fue recién en la universidad cuando conocí a los clásicos chilenos. Generalmente sucede al revés, creo, pero no me pasó antes; fue gracias a mis compañeros de música que armaban cosas con Violeta Parra e Inti-Illimani. Creo que la música latinoamericana tiene esa cosita, como que te enciende un fuego y te dan ganas de investigar. Ahí me fui por la música peruana. Cuando empecé a tocar el cuatro investigué sobre la música venezolana; después descubrí el son jarocho. Todo lo que he ido aprendiendo se va sumando al repertorio de la música que me gusta hacer.
Yo siento que he crecido y he ganado experiencia a pasos agigantados. Esta vez fue muy distinto a mi primera vez haciendo un disco. Ahora trabajamos con Yaima Cat haciendo producción en estudio y probando de todo. Por ejemplo, “Negación” es una majamama (expresión chilena que significa “enredo”) de cosas. Los dos fuimos experimentando, probando y creciendo en nuestro oficio, con cada canción. Siempre todo parte de lo acústico, pero creo que esta vez pensé que estaba bien soñar también. Hagamos arreglos de bronces o metamos capas de vocecitas, de ruiditos, elementos del lo-fi que te dicen que hay algo pasando entremedio. Me encantó crear esos ambientes sonoros. Para mí fue como tirarme a una piscina gigante. El primer disco lo hicimos con La Matiné Uva Robot, prácticamente grabado en vivo y era la primera vez que hacía algo así. Entonces si bien sabía cosas, qué me gustaba y qué no, no tenía tan claro cómo hacerlas. Escuchaba lo que otros me proponían y yo dirigía un poquito, pero siempre con más timidez y aprendiendo del otro.
Uva Robot se ve como un refugio en este contexto en donde pareciera ser que las formas para tener éxito comercial son cada vez más rígidas y uniformizan incluso la manera de crear y mostrar la música. ¿Cómo lo ves tú?
Yo creo que la gracia de Uva Robot es que es un sello entre comillas, porque en realidad creo que somos un colectivo de arte y eso al final se transforma en una comunidad. Eso de tener éxito en la industria de la música es algo muy difícil y poco realista, más aún cuando uno está partiendo. Creo que trabajar en comunidad es la forma más viable, siempre. Cada vez que yo hago un concierto me ayudan mis amigos de Uva Robot. Por ejemplo, mi próximo concierto lo está produciendo Tiare.
“Esta idea de ‘minga’ hace que sea viable este trabajo”, dice. La minga, que viene de la palabra quechua “mink’a”, se refiere al trabajo comunitario, algo similar a la hacendera en España. En Chiloé –isla al sur de Chile– las mingas son un evento colectivo en el que vecinos ayudan a otros a trasladar sus casas de un lugar a otro y que finaliza con música y comida. “Y bueno, Tiare lo dice en su canción, ‘voy a hacer las cosas lento’. Y así es. Al final, dedicarse a la música es un proyecto de vida; entonces hay que ir paso a paso nada más. Quizá hay gente que piensa que un año para hacer un disco es mucho tiempo, pero en realidad yo puedo demorarme cuatro años entre la composición, que aparezcan ideas o que simplemente me pasen cosas. Terminas de hacer un disco, quedas seca y piensas: ‘¿Ahora de qué escribo?’”, explica.
Esta vez la producción la trabajaste junto a Yaima Cat, pero también te hiciste acompañar de muchos amigos y amigas. ¿Cómo sucedieron esas invitaciones?
Creo que este disco tiene canciones que son muy distintas entre sí, cada una tiene su universo y sus colores y algunas personas en mi imaginario calzaban con esos mundos. En “Negación” invité a muchos amigues porque quería generar esa idea de fiesta, imitando un poco la primera vez que la toqué, que fue en el lanzamiento de mi primer disco. Recuerdo que hice cantar al público, fue muy lindo y quise recrear eso ahora en la canción, con Seba Alfaro, Alfonsina García y Laurela.
En el caso de “Chamullento”, en donde canto con Benja (se refiere a Benjamín Walker), creo que es una canción que está muy fuera de mi área de confort, la verdad, sentía que me había metido en las patas de los caballos. Ahí entró Yaima con todo su mundo de samplers y soniditos. Por su parte, Benja, bueno… no se me ocurría nadie más que quisiera ponerse la capa de ese personaje, porque básicamente me dedico a insultarlo por tres minutos. A él le encantó (se ríe).
En “Que no te haga falta nada” invité a Alfredo Tauber porque quería tener arreglos y había escuchado lo que hizo con La Brígida Orquesta en “Corte elegante”. Yo estaba muy encerrada en medio de la pandemia y gracias a Gabo Paillao llegué a él, que hizo toda la composición de los arreglos. Que es muy jazzística y es por eso que es un featuring, porque esa canción es muy de él también. ∎
El tiempo pasa y algunas cosas se transforman, dicen en el barrio las motomamis. En el caso de Rosario, sus canciones son un hogar al que están invitados todos los amigos para crear y deslumbrarla con sorpresas, pero es una casa con las bases puestas en los sonidos de un amplio territorio. “Inevitablemente tienes una mano, un gusto. En la escuela de arte me hizo clases (Gonzalo) Cienfuegos, en un curso de pintura. Y recuerdo que decía: ‘Yo hago mis pinturas y generalmente no recibo encargos, pero cuando alguien me pide un retrato o algo así, yo se lo voy a hacer, pero me va a quedar la cara chueca y los cachetes gordos, porque así es como yo lo hago’. Creo que de eso se trata básicamente todo, uno hace las cosas y salen a tu pinta. Eso es muy bonito. Eso me pasa cuando hago canciones”. ∎