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Escribía John Berger en “Sobre el dibujo” (2005; Gustavo Gili, 2011) –ese libro que todo autor de cómics debería leer– que la actividad más profunda y exigente de todas es la de dibujar. El dibujo es un medio de expresión íntimo y complejo, que codifica la realidad de un modo muy diferente al de otras artes y que nunca se desliga del todo de la caligrafía. Antonio Hitos (Huelva, 1985) pertenece a esa estirpe de autores que han llevado esto hasta las últimas consecuencias, y que encuentran un goce único en el punto donde el lápiz toca el papel. Lo demostró en sus dos primeros cómics, “Inercia” (Salamandra, 2014) y “Materia” (Astiberri, 2016), pero ahora se presenta como un dibujante nuevo, renacido, despojado de cualquier elemento que distraiga de lo esencial. “Ruido.” llega tras siete años de incertidumbre, de atasco creativo que se ha resuelto solo cuando Hitos ha encontrado la forma de cortar el nudo gordiano: por eso se lee con el gustito que da acordarse de una palabra que teníamos en la punta de la lengua desde hacía una hora. Uno lee “Ruido.” y piensa “esto era”.
“Ruido.” encaja en la corriente narrativa de la urgencia y el desastre. Hay una estética brutalista de la ruina que encaja con el protagonista skater que se desplaza de aquí para allá en su tabla, integrado en la ciudad pero, al mismo tiempo, agredido por ella. En esta urbe hay aún cosas que funcionan, personal que repara cañerías, que vende comida basura y que maneja el metro. Pero de lo esencial ya no queda rastro. Mutantes, marcianos y ratas parlantes campan a sus anchas y todo está perdido. Las cubiertas del libro, flexibles y de color verde fosforito, evocan el hecho de que sus protagonistas son chicles… que es otra manera de decir que son dibujos. Porque este cómic está hecho de dibujos conscientes de serlo, dibujos que no quieren ser otra cosa. Aquí las viñetas no son ventanas a otro mundo; ni siquiera hay un sentido metafórico en ellas. “Ruido.” no es una alegoría de nada, sino que desafía la interpretación crítica y abraza la literalidad. Lo que se ve es lo que hay. No hay “discurso”: solo praxis.
Lo que tiene que decir Antonio Hitos lo dice con sus dibujos: línea y ritmo, un jolgorio cinético con más anclaje en la tradición de lo que parece. Las iteraciones del inicio de cada capítulo, inspirados en las leyes de la termodinámica y su dimensión humana, remiten a las tiras de prensa y sus fórmulas repetitivas –el skater con sus acrobacias es, de algún modo, Charlie Brown intentando patear la pelota en el “Peanuts” (1950-2000) de Charles Schulz– pero, además, en el dibujo de Hitos se rastrean los tics expresivos de Jan o la planitud de Max, dos autores que también abrazan el idioma de los tebeos sin complejos. Los monigotes que pueblan “Ruido.” no paran de moverse, aunque están casi siempre fijos en el centro de cada viñeta, de un modo que recuerda a los videojuegos pero también a la estrategia de José Domingo en “Aventuras de un oficinista japonés” (Bang, 2011; Astiberri, 2017), una obra que, con el tiempo, se revela cada vez más importante e influyente.
El vacío es el meollo de “Ruido.”, como descubre el diálogo de las ratas, única concesión al existencialismo de un cómic que, por otro lado, es puro despendole. Se puede emparentar con el arte minimal, pero no por su síntesis de líneas –eso es otra cosa diferente al minimalismo– sino, más bien, por su interés en construir los espacios mediante su vaciado. Hitos dibuja no dibujando, por sustracción, y juega con composiciones de espacios negativos que se yuxtaponen. No es que dibuje poco: dibuja justo lo que tiene que dibujar. En un mundo en el que no queda nada que importe realmente, no merece la pena representar lo banal. Por eso renuncia a cualquier ilusionismo naturalista y el chicle skater no se mueve por un “escenario”, sino que lo hace por la página plana: no es lo mismo. La decisión de Hitos de apegarse al lápiz es coherente pese a la aparente contradicción, ya que su técnica artesanal se aplica en apariencias vectoriales. Y revela una intencionalidad que va más allá de la herramienta: el espacio en blanco del papel no es el mismo, ni tiene las mismas implicaciones, que el de la pantalla.
En el cómic hay muchos caminos, aunque no todos lleven a Roma. Pero pocas veces hay una proximidad tan íntima entre intención y resultado como en “Ruido.”. Antonio Hitos ha conseguido una quimera: la plasmación exacta de su visión del cómic en una obra. La idea platónica es al fin idéntica a su sombra, y el vacío es algo. Ruido. ∎