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Publicar cómic japonés en Occidente pasa, indefectiblemente, por saber que se lucha para que la punta del iceberg asome por encima del agua, metro más, metro menos. La evidencia de la ingente producción actual, sumada al acumulado de décadas en las que el manga era un asunto estrictamente de Japón y para Japón, deja pocas alternativas a quien quiera editar este material y no morir en el intento.
Filtrar esa parte alta de obras de aquí y ahora destacables por su calidad y/o ventas es, al final, una cuestión de conocer el mercado, bregar con la competencia y tirar de músculo financiero. Adentrarse en la edición de clásicos del manga es una labor de responsabilidad que permite a teóricos, divulgadores y público general franquear la barrera idiomática que, aún hoy, hace que la información sobre la historia del cómic japonés y sus principales autores y referencias sea comparativamente pequeña respecto a su volumen y relevancia, dificultando un contexto y prescripción que permita el acceso al público general. En una era en la que la publicación en condiciones de grandes clásicos levanta dudas razonables acerca de si nos encontramos ante la última generación que sabrá poner en valor a Milton Caniff, Winsor McCay, Frank Sinatra o Cole Porter, las dudas se disparan ante clásicos que lo son sin que tuviésemos constancia de ello.
El manga, además, cuenta con un lector medio sensiblemente más joven que el del cómic norteamericano o europeo y con un arquetipo de lector maduro cuya educación sentimental la componen títulos de la década de los ochenta y noventa. Pese a ello, algunas iniciativas recientes nos permiten tener línea directa con ciertos cómics que han marcado una época y abrieron el camino.
Eran pocos, muy pocos, quienes pedían insistentemente la publicación de la serie “Ashita no Joe” (1968-1973), traducida aquí como “Joe del mañana” (Ikki Kajiwara y Tetsuya Chiba, 2022), piedra filosofal del shonen, demografía juvenil masculina de lectores que opera como motor del cómic japonés y que engloba superventas que van desde “Dragon Ball” (1984-1995; en España, 1992-1997) a “Ataque a los Titanes” (2009-2021; en España, 2012-2021), “One Piece” (1997-; en España, 1999-) o “Naruto” (1999-2004; en España, 2002-2016).
El shonen suele tomar como referencia el clásico viaje del héroe para llevar a un personaje masculino con todo en contra a través de innumerables adversidades que lo convertirán en héroe mitológico o su equivalente según la época. Un formato efectivo que ha generado millones de páginas y ha impulsado de manera imparable a una industria hacia la dominación global del entretenimiento juvenil, una vez los superhéroes han renunciado a su público original y se han convertido en reducto de coleccionistas y nostálgicos.
En “Joe del mañana”, el guionista Ikki Kajiwara (1936-1987) y el dibujante Tetsuya Chiba (1939-) marcaron las líneas maestras del shonen contando cómo Joe Yabuki, un joven descastado de excepcionales habilidades pugilísticas, llegaba hasta lo más alto recorriendo un camino lleno de dificultades. Un croquis de pasmosa sencillez que, en diversas reinterpretaciones, se ha revelado como inagotable fórmula de fenómenos best sellers durante varias décadas. Doce volúmenes y más de 4500 páginas a través de las cuales Kajiwara y Chiba convertirán a un chico de la calle en leyenda del cuadrilátero.
Publicar “Joe del mañana” en España, en nuestro tiempo, supone aceptar arquetipos y convenciones de los años sesenta en Japón que oscilan entre lo ingenuo y lo bochornoso. A veces Robin Hood, a veces tonto irremediable, el nervio y la pureza de “Joe del mañana” –llegadas de un mundo en el que la ironía era la excepción y no la norma– sorprenden por su compromiso con el ritmo y la intensidad. Su desarrollo narrativo, mucho más reposado que el manga actual, detalla situaciones variopintas en las que el objetivo es hacer que Joe Yabuki las pase canutas para acabar convirtiéndose en una versión mejorada de sí mismo, haciendo realidad en la ficción esa ficción que creímos realidad: la meritocracia. Que no importa de donde vengas; si te esfuerzas y tienes talento acabarás por llegar lejos.
Más allá de su valor histórico, “Joe del mañana” es un manga nervudo que aguanta el paso del tiempo gracias a una concepción muy sólida del drama, la acción y el espectáculo, y de una trabajada edición que permite disfrutar de un estilo entre la línea clara y el canon Disney que nunca baja la guardia. Quizá una de las grandes virtudes del cómic japonés es que siempre defiende a ultranza sus planteamientos sin importar lo descabellados que sean. Y quizá el clásico de Kajiwara y Chiba sea el ejemplo definitivo de ello. Los eventuales arqueos de ceja ante diálogos y situaciones pasados de rosca revierten en reverencia ante la sinceridad y alardes de coherencia de los autores. Sin fisuras y sin complejos, “Joe del mañana” es la puesta al día de la saga épica que nadie se atrevió a abordar en occidente en los años sesenta.
Por su parte, “Destino Terra...” (1977-1980; en España, 2022), de Keiko Takemiya (1950), es un nuevo recordatorio de cómo Japón nos lleva varios cuerpos de ventaja en materia de ficción y distopías sin que nos hayamos dado cuenta. Hemos aprendido que otra autora de manga, Moto Hagio, se adelantó en 1975 con “¿Quién es el 11º pasajero?” (en España, 2016) al inquietante thriller espacial que sería “Alien: el octavo pasajero” (Ridley Scott, 1979). Y aprendemos ahora que Keiko Takemiya anticipó en 1977 con “Destino Terra...” las añoranzas espaciales del exilio terrestre que sublimó la serie televisiva “Battlestar Galactica” (Glen A. Larson, 1978-1979).