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En el primer episodio de la serie británica “Happy Valley” (Sally Wainwright, 2014-), la sargento de policía Catherine Cawood (una prodigiosa Sarah Lancashire) intenta evitar que un joven se prenda fuego describiendo su propia vida: “Tengo 47 años, estoy divorciada, vivo con mi hermana, que es una heroinómana en recuperación, tengo dos hijos, una murió, el otro no me habla, y también un nieto”. Es una presentación que podría haber suscrito, con leves variaciones, la protagonista de “Mare Of Easttown” (Brad Ingelsby, 2021), miniserie norteamericana producida y protagonizada por Kate Winslet y disponible en HBO. En esta ficción criminal, Winslet interpreta a Mare Sheehan, única detective de un pequeño pueblo de Pensilvania que, como Catherine, debe manejar un trabajo exigente mientras lidia con problemas familiares y personales. Estos trasvases creativos entre ambas orillas del Atlántico son habituales, en especial en el cada vez más abultado número de ficciones televisivas criminales que tienen a una mujer al frente.
Charlotte Brunsdon acuñó una acertada definición de estos personajes: las “hijas de Jane”, término con el que quería subrayar el importante legado dejado por una serie fundacional, “Principal sospechoso”, creada en 1991 por la escritora Lynda La Plante y con distintas temporadas hasta 2006. Su protagonista era Jane Tennison (Helen Mirren), inspectora jefe londinense que debía lidiar, al mismo tiempo, con un asesino en serie y con un entorno laboral misógino y hostil. Las “hijas” de Jane Tennison han crecido, en mayor o menor medida, a la sombra de su alargada influencia, que se intuye de forma evidente en la Brenda Leigh Johnson (Kyra Sedgwick) de “The Closer” (James Duff, 2005-2012) o, de forma algo más velada, en la expeditiva Stella Gibson (Gillian Anderson) de “La caza” (Allan Cubitt, 2013-2016).
Catherine y Mare podrían ser versiones suburbiales y de clase trabajadora de esas agentes de la ley que se mueven en ámbitos urbanos, pero esta es solo una de las diferencias que modulan las variaciones de un arquetipo que, en esencia, es siempre el mismo: mujeres y competentes profesionales con puestos de responsabilidad en un entorno fuertemente masculinizado cuya eficacia en el ámbito laboral y su temperamento expeditivo contrasta con una vida personal en ruinas o directamente inexistente. Es, por lo tanto, un arquetipo ambivalente que, pese a mostrar personajes femeninos complejos, parece perpetuar algunos de los discursos posfeministas que Angela McRobbie ha detectado en la cultura popular de las últimas décadas. Con su extrema profesionalidad, los espacios de poder que ocupan, la autoridad que detentan sobre sus compañeros masculinos y su (en algunos casos) impecable vestuario –esas blusas de seda que Anderson luce en “La caza”–, el placer que estas “hijas de Jane” proporcionan a la espectadora media –muy ligado al carisma de la estrella– es indiscutible. Sin embargo, tal vez podríamos preguntarnos si es posible aspirar a un modelo alternativo, abiertamente feminista, del arquetipo de mujer policía que convirtiera esas (legítimas) fantasías de poder en narrativas transformadoras. En los últimos años, han surgido modelos alternativos que podrían marcar el camino a seguir: la detective Robin Griffin (Elisabeth Moss) de “Top Of The Lake” (Jane Campion y Gerard Lee, 2013-2017) y la pareja de mujeres policías (las maravillosas Toni Collette y Merritt Wever) de “Creedme” (Susannah Grant, Michael Chabon, Ayelet Waldman, 2019) se alejan, por diversos motivos, del arquetipo. Podríamos resumir esta diferencia en tres puntos, expuestos como (modestos) consejos para las “hijas de Jane” futuras:
Por eso, es reseñable el modo en que Jane Campion, cocreadora de “Top Of The Lake”, describe el ambiente en la comisaría del pequeño pueblo en el que aterriza Robin, detective especialista en abusos sexuales, para investigar los hechos que rodean el embarazo de una niña de 12 años. Campion utiliza el expresivo rostro de Elisabeth Moss, captado en primeros planos, para transmitir la sensación de incomodidad y rechazo hacia un entorno policial que reproduce las actitudes machistas y las microviolencias –ese inapropiado avance sexual del inspector jefe, macho dominante del lugar– de una sociedad misógina.
Escribiendo sobre “La caza”, Deborah Jermyn llegaba al quid de la cuestión: “Hablar de Stella Gibson sin hablar, simultáneamente, de las mujeres torturadas y asesinadas que sirven (…) como premisa a partir de la que puede desplegar su faceta de ‘poderosa’ mujer policía sería caer en una enorme omisión crítica”. La representación de las víctimas femeninas como cuerpos pálidos, semidesnudos, colocados muchas veces en poses de abandono problemáticamente erotizadas, es habitual en la ficción criminal.
En una decisión formal que contradice su fama de serie “feminista”, “La caza” muestra una escandalosa frialdad hacia las víctimas de la violencia masculina: mujeres jóvenes, hermosas, cuyos cuerpos inertes son manipulados y “puestos en escena” por un sexy asesino en serie (Jamie Dornan) con el que la detective interpretada por Anderson mantiene una intensa relación no exenta de cierta tensión sexual. “Creedme”, por el contrario, coloca en su centro a las supervivientes de la violencia sexual, otorgándoles voz. Una de las mejores escenas de la serie es, justamente, una larga secuencia en la que la detective encarnada por Merritt Wever escucha empáticamente el relato detallado de una violación en boca de la mujer que la acaba de sufrir. “Creedme”, de hecho, subvierte completamente el tópico de la “chica blanca muerta” al exponer un único cuerpo desnudo: el del violador. La serie boicotea la construcción carismática, fetichista, del asesino o violador en serie al mostrarlo, en prisión, vulnerable y sin ropa, siendo reconocido por los guardias.
Pese a no presentar, en general, avances significativos con respecto al arquetipo, “Mare Of Easttown” tiene, como elemento interesante, la inversión de géneros en la relación tradicional de mentor-alumna. Mare es una detective curtida que acoge bajo su ala a un joven inspector que la toma como su inmediato referente. Es una lástima que esta relación de camaradería y afecto entre compañeros pronto se deslice hacia el interés romántico, como lo es la frialdad con la que el personaje de Winslet despacha la tragedia acaecida en el quinto episodio. Es una estrategia –la de asociar la profesionalidad y competencia de una mujer a su capacidad para mostrarse dura y contener sus emociones– que se repite en “Happy Valley” o “La caza”, pero que “Top Of The Lake” y, sobre todo, “Creedme” combaten activamente.
Iván Pinto Veas tiene un precioso artículo sobre la serie de Jane Campion en el que describe cómo esta consigue crear una topografía en la que las víctimas habituales del abuso –mujeres y niños– ocupan espacios alternativos (el bosque, el lago), creando comunidades a salvo de la violencia patriarcal. Por su parte, “Creedme” coloca en su centro un binomio inusual en la ficción televisiva contemporánea: la de una pareja de mujeres policía que, pese a sus diferencias, se escuchan, colaboran y se tienen afecto y respeto mutuo.