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“Me cansé de tratar de contar historias universales, donde imaginaba a algún lector universal al que intentaba atraer”, explica Eleanor Davis (Tucson, 1983) sobre la causa de la creciente presencia de activismo y política en su obra. Si bien las trayectorias artísticas son inescrutables, especialmente en sus inicios, en las ambiciones estéticas y personales de sus autores encontramos guías orientativas.
Dibujante de cómic y fina ilustradora –entre sus colaboraciones recientes, dibujos sobre la pandemia para la revista ‘The Nib’– tras más de una década de publicaciones y con varias novelas gráficas traducidas en España, parece tener muy claro adónde quiere llegar: una obra entregada a sus inquietudes y compromisos personales y que ha apartado de su horizonte la conquista del amplio público. Zambullirse en ella proporciona el singular placer de lo poco concurrido. Eleanor Davis vive en Athens, Georgia, y desde allí atiende nuestra entrevista tras unas semanas con la agenda “un poco ajetreada”.
En “El difícil mañana” –publicada originalmente en 2019 y en España en 2020 por Astiberri– una pareja se enfrenta a la edad adulta en un entorno convulso, el mundo occidental actual. La obra está protagonizada por dos jóvenes, Hannah y Johnny, inmersos en un presente precario. ¿Cree que refleja la situación de la juventud occidental?
Quizá “juventud occidental” sea una categoría demasiado amplia para estar reflejada en una sola obra. Sí que la experiencia de Hannah y Johnny es similar a la mía y a la de muchos amigos, pero nuestro contexto es muy “blanco” y privilegiado. Hannah y Johnny están comenzando a ver las dificultades y grietas en el tejido de la vida, pero aún no los ha golpeado por completo; todavía tienen muchas esperanzas.
La política y el activismo están muy presentes en su obra, pero en “El difícil mañana” de manera mucho más explícita. La protagonista es una activista que lucha contra las armas químicas o por la igualdad. ¿Qué la llevó a plantear esta obra de esta manera?
Como decía, estaba cansada de intentar contar historias universales que apelan a un lector universal imaginario. Estaba aplanando demasiado mis creaciones para poder escribir sobre esos pequeños personajes ordinarios. Las personas que conozco en la vida real son en su mayoría queer y bichos raros; me había involucrado en el activismo y mis amigos también, y quería escribir sobre esa vida real y rica.
¿Pensó alguna vez que la deriva autoritaria y supremacista de Trump podría desencadenar un acto como el asalto al Capitolio?
Claro, está implícito en toda esa retórica de la derecha.
¿Cree que están mejorando o mejorarán las cosas en su país con Biden?
Biden es ciertamente mejor que Trump. Pero tampoco tengo muchas esperanzas. No hemos visto ningún indicio de que los demócratas moderados tengan la visión ni la voluntad de abordar ninguno de los principales problemas a los que nos enfrentamos, como la pobreza extrema, la desigualdad económica, el número masivo de personas sin hogar, la supremacía blanca, el autoritarismo de la derecha, la violencia policial o la catástrofe medioambiental. Y así sucesivamente.
En su distopía, Mark Zuckerberg es el presidente de Estados Unidos.
Curiosamente, los lectores han respondido muy bien, pero para mí era una especie de broma, descartable; solo pensé que era divertido. En aquel momento pensé que: a) si Zuckerberg se postulase para presidente lo haría como demócrata; y b) que los demócratas adoptarían rápidamente un enfoque tecnocrático/autoritario para abordar nuestros problemas. En lugar de lo que aparentemente han hecho hasta ahora, que es aceptar y no abordar nuestros problemas en absoluto.
Otro de los temas de “El difícil mañana” es hacerse adulto. Tener un hijo, hacerse una casa.
Bueno, supongo que es una forma de convertirse en adulto. Estoy totalmente en desacuerdo con que alguien deba tener una casa, hijos, etc. si no quiere eso, pero mucha gente sí lo desea –entre la que me incluyo– y se está volviendo cada vez más difícil de lograr. Antes de tener un hijo me apasionaba reivindicar el derecho a no reproducirte si no querías. Ahora, después de la experiencia de la maternidad, creo que la elección de tener un hijo también debería ser un derecho humano y se le está negando a mucha gente de mi generación porque Estados Unidos tiene muy poco apoyo para los jóvenes y los padres. En “El difícil mañana”, Hannah y Johnny son personajes algo infantiles y no creo que eso cambie por el hecho de que hayan tenido un hijo. Su inocencia es el resultado de su situación socioeconómica, por lo que podrían perderla cuando las cosas se pongan más difíciles para ellos.
Formalmente, en esta obra se puede apreciar más detalle que en otras. ¿A qué es debido?
La respuesta está relacionada con lo que comentaba al principio. Me cansé de tratar de escribir historias universales, quería escribir algo más rico sobre individuos complicados y “texturizados”, y quería que el estilo artístico también reflejara eso.
Creo que finalmente el optimismo gana en esta distopía. ¿Cuánto de autobiográfico hay en “El difícil mañana”?
Para mí es una fuente constante de asombro que tanta gente interprete el final de la obra como optimista. Realmente me propuse expresar un desenlace ambiguo, pero solo lo reforcé. Supongo que la mayoría de la gente piensa que el final es optimista porque termina con el nacimiento de un bebé y, por supuesto, un bebé es algo maravilloso. Pero un bebé no es un concepto, no es algo para que las personas mayores, cansadas y asustadas proyectemos nuestras extrañas e intensas esperanzas o nuestras penas sobre él. Un bebé es un ser humano nuevo, indefenso, sin control sobre el mundo en que ha nacido. No están al margen de nuestro frágil y desastroso entorno. Muy al contrario, están muy ligados a nuestra realidad.
“El difícil mañana” es un libro profundamente autobiográfico. Lo escribí mientras intentaba quedarme embarazada, y mientras trabajaba en él tuve un aborto espontáneo y un embarazo exitoso. Estaba embarazada de seis meses cuando lo terminé. Trata de mis amigos y de mi comunidad, de nuestras relaciones, angustias y esperanzas. Fue como recolectar pedazos de mi vida y remezclarlos para crear algo nuevo.
¿El pueblo unido jamás será vencido? ¿Cómo ve el futuro de la democracia? ¿Cómo de difícil ve el mañana?
No soy optimista. Pero me gustan los seres humanos en general y creo que siempre habrá gente haciendo cosas increíbles e interesantes y cuidándose unos a otros de manera profunda y abnegada. Parece poco probable que consigamos organizarnos a la escala global necesaria para evitar una catástrofe climática y socioeconómica completa. Siento ser un fastidio.
La maternidad también es un tema muy presente en “Cómo ser feliz”, su último cómic, publicado en España este mismo año por Astiberri aunque vio la luz originalmente en 2014. Alguno de los personajes señala haber vencido la infelicidad con Prozac, yoga, meditación o maternidad. En más de una ocasión a lo largo del cómic la maternidad aparece como una solución ante la insatisfacción. ¿Cree que se ha mitificado la satisfacción vital que aporta?
Buena pregunta. Sí, definitivamente. Escribí “Cómo ser feliz” cuando no estaba planeando tener hijos y me sentí tremendamente amargada por la presión interna y externa que sentía para tenerlos. Ahora que tengo un hijo, diría que es algo asombroso en muchos sentidos que solía subestimar, pero la deificación de la maternidad me sigue horrorizando en la misma medida. ¿Por qué hacemos esta mierda? ¿Por qué queremos que los humanos sean algo más que humanos?
¿Por qué cree que cuesta tanto ser feliz en las sociedades capitalistas? ¿Tiene sentido esta pregunta?
Mmm... Siempre supuse que la gente era infeliz en general, sin importar en qué tipo de sociedad se encontrara. Solo hace poco he empezado a darme cuenta de que las cosas son probablemente mucho peores en el capitalismo. Imagino que en gran parte se debe a la precariedad, la pobreza, el sentido constante de urgencia y estrés endémico del sistema. Se le otorga valor cero al hogar o la familia, la demanda de mano de obra, etc. Pero sí estoy convencida de que hay muchas maneras diferentes de ser infeliz y no creo que sea muy inteligente romantizar otros sistemas socioeconómicos solo porque no son capitalistas.
En “Cómo ser feliz”, los personajes resuelven su realización personal a través de vías muy variadas, pero casi todas tienen algo en común: nadie lo consigue de manera individual. Desde el forzudo que lucha por ayudar a los necesitados hasta la comunidad que recrea la vida preagrícola. ¿Es imposible sin el otro?
No creo que nadie resuelva nada ahí, ¿no? Es un libro que trata principalmente sobre aceptar que la resolución es imposible. Pero sí creo que lo único que tenemos es el uno al otro. “Cómo ser feliz” está enmarcado por dos ilustraciones, una de una mujer soltera que intenta desesperadamente atrapar a un grupo de personas que caen del cielo, la otra de un grupo de personas a punto de atrapar a una mujer soltera que cae del cielo. Necesitamos más receptores que caídos. Solo nos queda rezar para que así sea.
¿Se puede ser feliz sin reconocer la propia vulnerabilidad?
Personalmente he descubierto que reconocer mi propia vulnerabilidad fue de gran ayuda para estar menos loca o ser menos miserable, pero cada persona es un mundo. La verdad es que no suelo entender a las personas felices y no comprendo cómo llegan a ese estado.
El libro comienza señalando la importancia del “autorrelato”, la autoimagen, el relato que nuestra mente crea en el que somos eternamente protagonistas y que estamos condenados a escuchar.
Es un cómic sobre lo importante que es ir a terapia, aunque al mismo tiempo todo el proceso parezca algo tonto. Pero siempre reconociendo su importancia.
En una historia breve de “Cómo ser feliz”, una joven coge un taxi y hace la siguiente reflexión: “La mente es un sitio de mierda para vivir”. ¿Por qué cree que resulta a veces tan difícil narrarnos de manera positiva?
Desequilibrio químico supongo que es la respuesta literal. Es una lástima que en este mundo realmente extraordinario, interesante y hermoso tanta gente –al menos yo– pase tanto tiempo deprimida... Uno de los estados más miopes y aburridos en los que posiblemente puedas estar. ¡Qué desperdicio estúpido! ¡Tal vez sea culpa del capitalismo!
Después de su experiencia, ¿cómo respondería a la pregunta de uno de sus personajes?: “Cómo quitarse unas ‘gafas malas’ que hacen que todo sea feo”.
Al comienzo de “Cómo ser feliz”, recomiendo dos libros: “Comunicación no violenta. Un lenguaje de vida” (1999), de Marshall Rosenberg, y “Depressed And Anxious. The Dialectical Behavior Therapy Workbook For Ovecoming Depression And Anxiety” (2004), de Thomas Marra. Ambos me ayudaron a quitarme las “gafas malas”. También la terapia. Esas cosas me ayudaron a mejorar la comunicación y la confianza en mis relaciones y mis amistades se enriquecieron y profundizaron; fue realmente útil. También salir de casa y mover mi cuerpo. Todo eso me fue útil de verdad.
Después de esa primera fase de darme cuenta de que esas cosas eran posibles, pensé que había superado la depresión para siempre, que nunca más tendría que preocuparme por eso. No ha sido el caso. Las cosas aún pueden empeorar mucho, incluso cuando estoy haciéndolo todo “bien”. Pero no creo que sea peor que antes de que tuviera esas herramientas.
En una de las historias que forman “Cómo ser feliz”, un ser del bosque es calmado por la música de un instrumento. La civilización supone renunciar a los instintos. ¿Cómo cree que interfiere esta renuncia en nuestro estado emocional?
Oh, creo que lo jode por completo. Sin embargo, prefiero estar loca en la civilización que cuerda teniendo que comer ramitas y bayas en medio del frío.
En 2019 se le tradujo en España por primera vez, con dos títulos diferentes. Uno de ellos, “¿ARTE? ¿Por qué?”, plantea un interrogante que resuelve de manera lúdica, humorística y narrativa. Por el título parece que estamos ante una especie de “ensayo divulgativo sobre arte”, pero el desarrollo del libro traiciona las expectativas del lector. ¿Por qué este enfoque?
“¿ARTE? ¿Por qué?” (2018; Barrett, 2019) comenzó como una conferencia inaugural que impartí en ICON9, un congreso de ilustración, aquí en Estados Unidos. Ese tipo de espacio tiende a ser muy comercial y, a la vez, ansiosamente preocupado por la importancia de lo que hacemos como ilustradores más allá del mercantilismo. Quise explorar eso y tal vez burlarme un poco de ello.
Ese libro también plantea la importancia de liberar emociones.
Creo que contener tus sentimientos puede enfermarte por completo. Al menos eso me pasa a mí. ¿Por qué has de hacerlo? ¿Por qué esperamos de nosotros mismos, y de otros, que hay que hacer eso?
El otro cómic con el que la descubrimos aquel año en España fue “Tú, una bici y la carretera” (Astiberri), publicado originalmente en 2017. Un viaje vacío de épica hacia el centro de uno mismo. En esta obra relata cómo recorre más de mil kilómetros en bici para ir desde su casa a la de sus padres, y sin ser una ciclista profesional. Una experiencia que narra sin ningún atisbo de heroicidad…
Sí, lo hice mal, descuidadamente. Pero en realidad no tienes que ser heroico para poder andar en bicicleta distancias extraordinariamente largas, solo tienes que tener tiempo –o lo que es lo mismo, dinero– y un cuerpo aceptablemente saludable. Y una bicicleta, claro.
Por el camino vemos una evolución inesperada. ¿Cómo fue el reto?
¿Te refieres a que mis rodillas empezaron a fallar? Fue un fastidio. Estaba muy desanimada.
Prescinde de las viñetas en ese libro. Las secuencias están dibujadas como en un continuo.
Me pareció más fácil para el tipo de obra que quería hacer, como de boceto incompleto y descuidado.
Gran parte de esa ruta en bicicleta transcurrió por la frontera entre Estados Unidos y México, y fue testigo de cómo un inmigrante que huía era arrestado por la policía.
Sí, así fue casi exactamente como sucedió. He vivido al lado de la frontera la mayor parte de mi vida, con inmigrantes de paso todos los días por la ciudad en la que crecí –Tucson, Arizona–, pero eso no lo vi realmente hasta que estuve en el terreno con una bicicleta. Una bicicleta te permite estar presente en la vida de una manera bastante diferente a la de un coche. ∎
¿Estará la felicidad en regresar a la naturaleza y vivir al estilo preagrícola? ¿O quizá en una eficaz y mecanizada gestión de las emociones? O puede que simplemente sea un asunto nutricional, unos cambios en la dieta, fuera el azúcar y las harinas refinadas.
O puede que la felicidad se pueda alcanzar encargando a un artista una versión mejorada de uno mismo para contemplarla desde el sofá. Estas y otras soluciones se traen, entre tristezas y escapismos, los personajes de la última obra publicada en castellano de Eleanor Davis, “Cómo ser feliz” (2014).
En general, Davis no se caracteriza por ver la vida con ciego optimismo. Quizá las dosis de acidez y profundidad de su obra vengan de esas lentes grises con las que ha aprendido a vivir gracias, en parte, a terapias y lecturas que constituyen el germen de este título. Un compendio de historias breves con registros visuales cambiantes pero todas marcadas por la frustración humana de no poder convencer a nuestro narrador interno de que todo va a ir bien y de que somos seres maravillosos.
Si la naturaleza es diversa, su hijo humano no lo podía ser menos a la hora de buscar con qué arreglar –o cómo convivir– con los desajustes que siglos de existencia han generado en nuestra sofisticada mente. Davis, buena conocedora de estas falibles herramientas, ha sabido mostrarlo en relatos que, más allá de la delicada experiencia estética en cada uno de ellos, invitan a la reflexión. Recomendable disfrutarlo en compañía, pues parece que el único refugio posible sea el otro. ∎