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Cómic

Guillem Cifré

Barcelona. Última copaAjuntament de Barcelona, 2022

12. 04. 2022

En el mundo de la noche los gestos suplen a las palabras y un círculo adelante significa otra copa y una firma en el aire trae mágicamente la cuenta. Los bares tienen sus propios significantes, forjados a fuego por la parroquia. Y la narrativa gráfica puede sublimarlos porque permite hacer del silencio, tiempo; de la similitud, metáfora, y de la hipérbole, revelación. El barcelonés Guillem Cifré (1952-2014) es conocido por su recorrido en las revistas de cómic de los años 80 y fue hijo del asimismo Guillem Cifré (1922-1962), creador del famoso El repórter Tribulete y uno de los cinco magníficos de la Editorial Bruguera junto a Carlos Conti, Josep Escobar, José Peñarroya y Eugenio Giner.

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Este volumen recoge las tiras mudas (o casi mudas) en las que Cifré Jr. plasmó la noche barcelonesa, muchas publicadas en ‘El Periódico de Catalunya’, donde el sibarita y el noctámbulo y el borracho empedernido trenzan sus recorridos hasta tejer un tapiz simbólico y surrealista. La selección corre a cargo de sus hijos Marcel y Guim, los terceros en la estirpe, que atesoran el legado de la familia y guardan todo tipo de fetiches, desde originales hasta carteles y tiras cómicas en metal rescatadas de los moldes de imprenta de rotativos deportivos. En “Barcelona. Última copa”, la estética de los personajes ancla a su época las tiras mucho más que los espacios: la vida bohemia subterránea viste corbata y traje de hombreras y tejidos de diseño localizado. Por contra, los locales siguen ahí: la coctelería, el local con billar, el recinto de barra acolchada, la pista con luces de colores, el pasillo de baldosas en damero. No hay en las tiras ningún decorado reconocible –aunque se pueden entrever los cócteles del Boadas y los combinados de Tuset Street– y todo se mezcla en una ensoñación serpenteante donde se alternan el camarero, el chef y la televisión nocturna, ese refugio del trasnochador anterior a los aparatos de bolsillo.

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El hilo conductor de la vida nocturna trasladada al papel es el de la medialuz, que en su turbio juego de sombras permite trazar la fina línea que enlaza al borracho con el caracol, al catador con el equilibrista, al ebrio con el camaleón, al beodo con el tragafuegos. Las barras son medialuz como es medialuz la televisión nocturna y como lo es la ciudad entera, con sus bombillas de acera y sus ventanas iluminadas y sus rótulos de neón. En las tiras de entresombra se adivina lo que las cosas son. Penumbras de bar, de monitor catódico, de farola urbana, donde la medialuz deja entrever la verdad líquida, doble y desajustada que solo se intuye en la penúltima copa. ∎

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