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Parece fácil, pero en realidad es tremendamente complicado. Lo vemos a diario con el pop, donde la perfección de la sencillez, el ansiado menos es más, es un Valhala al alcance de muy pocos, y los vemos también cada vez que un escritor intenta pegar la oreja al asfalto y regresa balbuciendo una párvula colección de tópicos y confundiendo la vida real con una versión estilizada y emperifollada de la misma. Porque, digámoslo ya, hay pocos, muy pocos autores que sepan capturar el lenguaje de la calle, la atmósfera pegajosa del día a día, y consigan además llevarlo al papel sin verter ni una sola gota en el trasvase.
Guillem Sala (Barcelona, 1974), como habrán imaginado, es uno de ellos, y lo que hace con “El castigo”, novela publicada en catalán por L’Altra en 2020 (“El càstig”) y de la que Tusquets acaba de lanzar su versión en castellano, es sencillamente prodigioso. Basta con el primer capítulo, la primera página, para darse cuenta: así, justo así, es como se lleva al papel la vida cotidiana de por aquí. A saber: mezclando catalán y castellano con asombrosa naturalidad, afilando las palabras y bruñendo los diálogos, calcando el ritmo endiablado del lenguaje coloquial…
Y luego, claro, está el qué, tanto o más importante que el cómo. Porque “El castigo”, novela de adolescentes vista a través de los ojos de los adultos (y viceversa), viaja a la periferia de Barcelona, esa zona de tránsito en la que Santa Coloma de Gramenet, el Bon Pastor y La Sagrera se dan amistosamente la espalda, para explorar la peculiar relación que se establece entre Sandra, una profesora de instituto con las alforjas repletas de tendencias autolesivas y viejos traumas familiares, e Izan, un alumno de trece años acusado de abusar de una compañera de clase.
Dos personajes quebradizos y magullados que, cada uno a su manera, arrastran pecado y penitencia por unas páginas salpicadas de chorretones de kétchup, vómito bulímico y sexo de consolación; renglones retorcidos en los que el castigo es tan real como metafórico y que se sirven de una arriesgada mezcla de crudeza, incomodidad y ternura para capturar lo que pasa cuando la vida pesa demasiado y a uno solo le quedan fuerzas para dejarse arrollar. Una inolvidable reivindicación de la derrota, celebración de los perdedores, generosa en lastres familiares, heridas sin cicatrizar y refugios ficticios en los que encerrarse a contemplar el naufragio. Lástima que en la edición en castellano se pierda buena parte del impacto lingüístico al desaparecer el catalán de la ecuación. ∎