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Pocos cineastas pueden ejercer tantas actividades distintas en un mismo lugar y al mismo tiempo. Y tan multidisciplinares. Ocurrió en San Sebastián el pasado septiembre: Isaki Lacuesta ha tenido allí dos instalaciones en Tabakalera y durante el festival de cine presentó su participación en la serie “Apagón”, además de su nueva película, “Un año, una noche”, que llega a las salas mañana viernes, 21 de octubre. La música es motor secreto, o muy presente, de toda esa creatividad.
El ataque terrorista a la sala Bataclan de París durante la celebración de un concierto de Eagles Of Death Metal el 13 de noviembre de 2015 –se saldó con 90 muertos– y, sobre todo, el trauma que dejó en muchos de los que sobrevivieron tras permanecer escondidos en el interior del local centran la nueva película de Isaki Lacuesta (Girona, 1975), “Un año, una noche” (2022), que compitió en la sección oficial del Festival de Berlín y participó en la sección Perlak del Festival de San Sebastián. La música como espacio de disfrute cercenado y reencontrado, también como elemento vital de sanación y creatividad, subyace en el filme. Isaki Lacuesta, gran apasionado de la música hasta el punto de sentirla como su otra faceta de creador, no suele recurrir a la colocación de canciones preexistentes que provoquen un efecto complementario en sus imágenes, más bien deja que nazcan y vayan creciendo la música y los sonidos que necesita la película por su propia naturaleza. Y durante el proceso de creación busca a través de canciones el ambiente y las sensaciones que quiere transmitir con el proyecto.
Después de haber ganado dos veces la Concha de Oro por sus películas “Los pasos dobles” (2011) y “Entre dos aguas” (2018), y de haber participado en el Festival de San Sebastián con “Los condenados” (2009), que ganó el premio Fipresci, Lacuesta ha reforzado este año su asentamiento donostiarra con las dos instalaciones que ha presentado en el Centro Internacional de Cultura Contemporánea Tabakalera. La primera de ellas es “Une nuit”, que utiliza material que no llegó a montar en la película “Un año, una noche” y contrapone con dos pantallas enfrentadas el momento de euforia previo al concierto de Eagles Of Death Metal y las imágenes de la evacuación posterior de la sala entre ambulancias, lágrimas y desesperación. La segunda instalación es “Prohibimos en España: censuras, prohibiciones y denuncias en la España democrática (1977-2022)”, su participación junto a los cineastas Dea Kulumbegashvili, Lemohang Jeremiah Mosese y Jia Zhangke en la exposición colectiva “Vive le cinéma!”, una invitación a explorar los límites de la pantalla.
El director de “La leyenda del tiempo” (2006), mezcla de documental y ficción inspirada por la obra del músico Camarón de la Isla, también se ha subido a un escenario para hacer música con Los Mariachis de la Nada y Teatre Magnètic. Y ha recurrido a otros formatos inclasificables en los que imagen y sonido, cineastas y músicos, pueden intercambiar los roles preestablecidos.
¿Cómo empezó tu afición a la música?
Como todo el mundo, cuando era un chaval. Me encantaba el rock y el punk, y luego descubrí que esa energía era aún más potente en el flamenco. Además, siempre he tocado la guitarra en casa, para mí, para divertirme. Un poco como el Ramón de “Un año, una noche”. Algunos amigos se han dado cuenta de que el personaje es como yo en ese sentido. Siempre he tenido la fantasía frustrada de ser músico. Si no fuera director de cine me encantaría dedicarme a ello. Pero la primera vez que subí a un escenario para tocar me entró un miedo escénico que no me esperaba para nada, a pesar de que nunca he tenido problemas para hacer ruedas de prensa o presentar una película en un teatro.
Tu trayectoria como músico no es nada convencional…
Con Refree hemos hecho varias actuaciones con diversos formatos, actuamos en el Sónar, por ejemplo. Yo lanzo imágenes que interactúan con su música. De lo más chulo que hemos hecho fue la actuación en Madrid de hace unos meses, a partir de la instalación que está ahora en Tabakalera en torno a lo prohibido. Hicimos un software con el que la música de Raül Refree era lo que hacía que se pudiera ver la imagen prohibida o no. Yo sigo intentando colarme en el mundo de la música. Raül siempre me deja la parte de la imagen, pero Albert Pla me deja cantar. Con Albert hicimos un concierto en el Poble Espanyol en el que él me quitó la cámara y yo cogí el micro.
Y te rodeas de otros músicos, independientemente de las bandas sonoras de tus películas.
Últimamente estoy trabajando mucho con Sílvia Pérez Cruz, con Soleá Morente… El mundo de los músicos me interesa porque hay una distancia; con los del cine estamos siempre hablando de la misma mierda, con los músicos no se crea tanta endogamia. Esa energía de ida y vuelta con el público en el cine no se produce, y me da mucha envidia. Hay otra inmediatez, ves el producto enseguida, aunque luego vaya cambiando. El otro día estuve con Rocío Molina y Niño de Elche para trabajar en una historia, y esos días yo me lo paso increíblemente.
¿Cuál es el nexo entre música y cine?
Para mí es importante que el montaje tenga un ritmo musical, creo que esa es la mayor conexión entre ambos lenguajes.
Al acometer “Un año, una noche”, ¿qué importancia tenía el hecho de que la tragedia de base se produjera en un concierto?
Creo que era muy importante, fue un ataque deliberado contra los espacios de placer colectivo y por eso es una herida tan abierta en Francia. Ellos estaban allí porque son fans de los Eagles Of Death Metal y del rock, y por eso les atacaron. Las personas en las que hemos basado la película, Ramón y Mariana, estaban en la fiesta de la película en el Festival de San Sebastián y estuvieron bailando, y fue muy bonito verlos así. Que no hayan renunciado a disfrutar con la música y a vivir como quieren vivir me parece admirable. De hecho, aparecen en la secuencia final de la película, de nuevo en el concierto, junto a Iván, que es el personaje que hace Quim Gutiérrez, y María, interpretada por Alba Guilera, los cuatro amigos que fueron al concierto del Bataclan. Y aparecieron en el rodaje con la misma ropa que llevaron el día del atentado, menos Mariana. Fue muy impactante.
¿Dónde se rodó la recreación del atentado?
Rodamos los exteriores en el auténtico Bataclan de París, pero los interiores los hicimos en la sala Apolo de Barcelona. Ya era bastante fuerte recrear la situación como para hacerlo en el mismo lugar. Por cierto, luego nos enteramos de que el siguiente concierto en la gira de Eagles Of Death Metal cuando sufrieron el atentado iba a ser en el Apolo. El sonido de París cambió con los atentados. Ahora hay muchísimas más ambulancias, coches de policía, están más presentes esos sonidos que te alarman. Cuando estábamos allí ensayando, muy cerca del Bataclan, la realidad parecía sonoramente una caricatura de lo que nosotros estábamos montando.
¿Propusisteis a Eagles Of Death Metal participar en la película?
Sí, pero nunca respondieron, aunque hablamos con gente muy cercana a ellos. Hay un debate muy grande en la propia banda sobre si pueden o no tocar “Kiss The Devil” (es la canción que estaban interpretando en el momento del atentado). Jesse Hughes cree que no tocarla es ceder ante los terroristas, pero los otros componentes de la banda, que estuvieron más tiempo secuestrados en el mismo camerino donde estuvieron los protagonistas de la película, no quieren tocarla nunca más. Con Refree decidimos que él haría unos temas un poco al estilo de Eagles Of Death Metal interpretados por Lee Ranaldo, que es uno de mis ídolos de siempre. Por cierto, le hice una entrevista de chaval, cuando colaboraba en varios sitios, en la época del disco de Sonic Youth “A Thousand Leaves” (1998), y tenía la fantasía de hacer algo con él. Ahora ha sido posible. Ya que no podíamos contar con el grupo original está bien poder tener una figura que, de algún modo, es un emblema del rock alternativo. Yo le pasé a Raül canciones de Leadbelly, Robert Johnson y toda esa tradición sobre el diablo en la que también se inspiran Eagles Of Death Metal y él creó una canción similar. Y luego está “Save A Prayer”, la versión que hacían ellos de Duran Duran y que se ha convertido en un emblema, que en la película hace Refree con Lee Ranaldo.
En la película subyace la idea de la música como sanación o medio para salir del trauma, desde que Ramón se pone a tocar la guitarra en su casa sin saber muy bien qué tocar hasta el regreso al concierto.
Esa idea de la sanación es algo muy natural en la música. La idea en el concierto final era solapar dos tiempos, el concierto de homenaje un año después y un regreso al concierto del atentado pero cambiando los acontecimientos, que esa canción pueda interpretarse y seguir adelante con el rock’n’roll. A los protagonistas les llevó más o menos tiempo decidirse a volver a un concierto, según los casos, pero trataban que el trauma no les impidiera seguir acudiendo. Recuperar la música era recuperar quién eres y cómo vives.
¿Cómo trabajas con Refree?
Nos conocimos en un concierto de Albert Pla, que nos dejó cantar a los dos, y luego nos pasamos toda la noche hablando de Enrique Morente, de Neil Young y de la música que tenemos en común, porque somos casi del mismo año. Nos entendimos muy rápido y para “Entre dos aguas” le pedí una colaboración, aunque ya estaba Kiko Veneno, que para mí es Dios. Habría que hacer una estatua de Kiko en cada pueblo y que le invitaran a todo, que su vida fuera gratis, como agradecimiento a alguien que ha hecho tanto. Luego con Refree hemos hecho muchas cosas y era obvio que en “Un año, una noche” tenía que estar él. Por cierto, la canción de la discoteca, de la que yo escribí la letra, la canta la propia actriz Noémie Merlant, que es buenísima como cantante también. La grabamos en Berlín y fue muy bonito ver a Refree trabajando con ella y dirigiéndola en ese proceso de hacerse cantante. Estaría muy bien hacer un disco con ella; tenemos ya tres o cuatro canciones preparadas.
¿Cómo surgió lo de incluir a C. Tangana como actor?
Cuando salió la canción “Un veneno” veía el videoclip y su presencia y me daban muchas ganas de filmarlo. Y cuando estábamos haciendo el casting para buscar el actor que hiciera de hermano del protagonista sacó otro videoclip y dijimos: “Ya está, es C. Tangana sin duda”. Pensamos que nos iba a decir que no, pero dijo que sí. Lo admiro mucho, es un tío con mucho talento y muy listo. Hará más cosas en el cine. Rodar esas escenas rodeado por Nahuel Pérez Biscayart, Noémie Merlant, Natalia de Molina y Enric Auquer y estar a ese nivel dice mucho de su talento. Fue lo primero que rodamos de la película y fue un gustazo. Natalia improvisó parte de su papel y aportó la historia que cuenta. Sí nos planteamos qué hacer para que no fuera el Tangana que todos conocemos, no sabíamos si cambiarle el look… Decidimos ponerle un bebé en brazos y ya estaba en el personaje. Y esa pareja tan bonita con Natalia de Molina… Fueron muy generosos por prestarse a hacer papeles tan cortos.
¿Toda la marea musical en la que está incluido C. Tangana te interesa especialmente?
Sí, muchísimo, cuando surgió tuve la sensación de que por fin estaba pasando algo con energía nueva, en vez de estar copiando otra vez lo de hace veinte años. Antes de que Rosalía lo petara, porque era evidente que lo iba a petar, tuve la fantasía de hacer una película con la libertad de “Los pasos dobles” pero con ella como protagonista, con esta idea de la mujer camaleónica, la business woman que se transforma y es una flamenca andaluza pero de repente es catalana y luego está en los Grammy, con una parte de ficción y otra documental, un poco como “I’m Not There” (2007) de Todd Haynes. Parecía que se iba a hacer, en Netflix estaban muy a favor del proyecto, pero nos decían que por qué necesitábamos tanto dinero para hacerla si entonces Rosalía no valía nada en su algoritmo. Querían que simplemente la filmáramos en la playa, viéramos en qué se inspira, cómo son sus padres… Años después lo querían recuperar, pero ya no se podía hacer, claro. Creo que Rosalía ni llegó a saberlo. Me parecía muy bonito intuir que alguien lo va a petar y ver cómo ocurre, me parecía superexcitante filmar eso. Era filmar el nacimiento de “El mal querer” (2018). Luego nos encontramos en los premios Goya y Rosalía me dijo que a ver si hacíamos algo juntos y yo pensé: “Ya lo intenté cuando había que hacerlo”.
No lo has practicado mucho de momento, pero, como apasionado de la música, ¿sueles tener tentaciones de meter canciones preexistentes para acompañar una escena?
No, nunca ha sido así, en todo caso en “La leyenda del tiempo” sí metí un par de canciones de Elbicho que me gustaban mucho… Lo que sí suelo hacer durante la preparación de cada proyecto es una playlist de canciones que podrían entrar en la película, pero sobre todo que dan tonos, atmósferas y sensaciones que servían para lo que queríamos contar. Aunque al final no entre ninguna, como en este caso.
Entremos en la playlist que has seleccionado para Rockdelux, que es tan variada y sorprendente.
No es una lista de mis canciones favoritas o algo así, sino la lista de la película que me suelo crear con cada proyecto. Aunque es música que me encanta, claro. “White Awakening”, de los japoneses Les Rallizes Dénudés, tiene un punto psicodélico, de realidad distorsionada, que es la percepción que tienen nuestros personajes. Y esa relación que tenía la banda con la fantasía de la lucha armada también estaba presente en la película. Tanto “De la neige en été”, de Diabologum, como “Traquer la fièvre, massacrer l’ennui”, de Experience, son ese tipo de spoken word francés que nos servía para imaginar lo que podía hacer la banda de colegas de Ramón en la película. Buzzcocks es un grupo que podía conectar a Eagles Of Death Metal con lo que hacían la banda de los personajes en la vida real. “Shivers”, de Roland S. Howard, es un temazo; lo solíamos tocar con Gerard Gil y me parecía que todo lo que dice y cómo suena su voz y su guitarra tenía el estilo de la película. “Maggot Brain”, de Funkadelic, es sobre la muerte de un ser querido.
¿Y ese regreso al trip hop con Tricky?
“Hell Around The Corner”, de Tricky, ya lo dice todo con el título y su ambiente sonoro. Me gustaría hacer una película muy trip hop, con ese tipo de atmósferas que te remiten a un pasado pero al mismo tiempo te hablan de un futuro que pudo existir, eso que decía Mark Fisher sobre la hauntología, crear una música en una historia paralela a la que realmente ocurrió. Como si nos ponemos en los 70 o los 80 y si la música no hubiera ido por ahí, hubiera podido sonar como esto que vamos a crear. Eso me fascina, sonoramente y como concepto.
¿Y The White Stripes?
A los White Stripes los teníamos en mente cuando pensábamos cómo podía ser la banda en la que tocan los personajes de Nahuel Pérez Biscayart y Alba Guilera, que ya toca la batería en la vida real, pero con un spoken word a lo francés. Ahí lo que hice fue adaptar un poco los versos de Jacques Vaché, de las cartas que manda desde la guerra, ya que me gustaba el eco entre la Primera Guerra Mundial y lo que ocurre ahora, visto como una guerra. “The Sun”, de Kim Jung Mi, es un tema que me pasó Iván Telefunken mientras hacíamos la película y que me alucinó, con esa cosa repetitiva que vuelve y vuelve, y en la película me servía para la idea del ritornelo de las imágenes. Y Kendrick Lamar, porque me parece de lo más interesante de los últimos tiempos, toda esa mezcla de cosas. Con Refree comentábamos mucho que algo así tenía que hacerse en España, y al final es lo que ha hecho Rosalía. ∎