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Libro

John Fogerty

Fortunate Son. Mi vida, mi música.Neo-Sounds, 2021

01. 12. 2021

Eran simplemente cuatro chavales de El Cerrito, una pequeña ciudad de la Bahía de San Francisco, pero Creedence Clearwater Revival supieron dar con la tecla y captar la esencia del alma musical norteamericana. Lo hicieron gracias a un rock’n’roll puro y de pegada imbatible, articulado a partir de la mezcla entre los sonidos de raíces, el rhythm and blues y un toque pantanoso marca de la casa que a la postre se convirtió en el label Fogerty. Todo estaba y salía de su cabeza, y mucho de ello de su imaginación: evidentemente, el bayou quedaba muy lejos del norte de California. Pero mientras allí mismo, justo al otro lado del Golden Gate, bullía la contracultura y, entre las puertas de la percepción y la “experiencia”, conducía la música hacia mil direcciones diferentes, la Creedence se disparó como un cohete hasta llegar a convertirse –durante el breve período que va desde 1968 a 1970– en una imparable máquina de componer canciones de éxito. Mientras el resto del mundo miraba a The Beatles, era a ellos a quienes estaban entregados los Estados Unidos.

Un cúmulo de malas decisiones, inocencia naíf, mucha inmadurez y envidias insanas –incluso fraternales– convirtieron el sueño en una pesadilla que se alargó durante décadas. Sobre esa pesadilla es precisamente sobre la que gravitan estas memorias de John Fogerty (“Fortunate Son. My Life, My Music”, 2015; Neo-Sounds, 2021), quien lleva a cabo un completo exorcismo en forma de ajuste de cuentas con un pasado que resultaría aterrador para cualquier artista. No es un gran libro desde el punto de vista narrativo, incluso transmite la sensación de cierto desorden cronológico, y tanto regodeo con la humillación y la amargura termina resultando reiterativo. Tampoco es que Fogerty sea un intelectual ni que su discurso suscite grandes reflexiones, pues como era previsible su perfil se ajusta bastante al estereotipo del americano corriente, con sus apegos y sus arraigadas tradiciones. Pero hay que reconocer que se emplea a fondo y no se esconde, aportando opiniones devastadoras sobre sus compañeros de banda –incluido su hermano Tom– y, por supuesto, sobre Saul Zaentz, dueño del sello Fantasy y máximo responsable de convertir su vida en una peripecia judicializada, en ocasiones a base de interminables pleitos que resultan hilarantes incluso considerando las formas con las que los americanos suelen resolver estas cosas. También hay espacio para los errores cometidos –que no fueron pocos– y generosidad para quienes en algún momento le sirvieron de guía –Springsteen– o de ayuda, como el legendario promotor Bill Graham. Será su versión de los hechos, qué duda cabe, pero esto deja mucho trabajo por delante a las otras partes si pretenden darle la vuelta.

Todo termina medio bien, con el protagonista recuperado para la música y dueño de una feliz vida conyugal y familiar, una de sus evidentes aspiraciones. El camino ha sido tan duro y el precio a pagar tan alto que no sorprende que la imagen que deja al final sea la de un hombre tocado, hundido durante gran parte de su vida y justificadamente traumatizado, independientemente de que desde finales del siglo pasado haya ido recuperando parcelas de su carrera y alcanzando cierta normalidad. Como resumen, una frase aparentemente inocua que surge en un momento determinado del libro, pero que a la postre deja más poso que el probablemente pretendido: “Cuando careces de gusto puedes hacer cualquier cosa”. ∎