El encanto de la suciedad y la autocoña inteligente tienen en el ciclo menstrual un epítome temático. Julie responde que no era consciente de que la regla fuese tabú, pero reconoce que los chicos mostraban cierto remilgo. Las mujeres, en cambio, adoraban aquellas historietas. Ante la perspectiva de no publicar sus dibujos, está claro que el desparrame estaba asegurado:
“Eso explica la libertad con que abordaba estos temas”, recuerda. La historieta “¡Mucho flujo!” (1989), por ejemplo, hiperboliza las aventuras de una chica que se queda sin tampones y acaba agigantada, sembrando el caos sanguinolento en la ciudad. Doucet solía decir que apenas se relacionaba con otras mujeres. Su madre influyó:
“No me sentía lo suficientemente femenina. Mi madre solía menospreciarme y me convertí en una persona muy insegura. Además, tenía otros intereses. Por eso conecté mejor con los hombres”.
A finales de los ochenta no había tantas creadoras de cómic, aunque la canadiense se siente en deuda con Claire Bretécher, Nicole Claveloux, Florence Cestac y Chantal Montellier.
“No parece que volvamos a ser una minoría, al menos aquí, en Norteamérica. ¡Las cosas han cambiado MUCHO!”, asegura. El paso del tiempo ha traído historietistas y lectoras, y ha modificado la relación con sus congéneres. Se sorprende cuando se le menciona el rollo
queer en ciertas historietas oníricas donde el cambio de sexo es recurrente, y atribuye estas tiras a su desubicación personal en aquel tiempo.
“Siempre he pensado que eran sueños, quizá no tan locos, que cualquier mujer podría tener en un sentido u otro, ¿no?”. Crisis de personalidad o identitaria mediante, su propio surrealismo fue un granero para ella:
“He tenido sueños fantásticos, ideales para hacer ‘storytelling’, con principio, nudo y desenlace”. ∎