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Sin vergüenza. Foto: Jody Culkin
Sin vergüenza. Foto: Jody Culkin

Entrevista

Julie Doucet: sucia no... lo siguiente

Entrevista con la canadiense Julie Doucet a raíz de la publicación en España del primer volumen de sus “complete works”. Esa dulce sonrisa esconde la obra de una autora carente de vergüenza que se hizo un hueco en el cómic alternativo norteamericano con historias donde el yo femenino dijo “aquí estoy yo”.

Rockdelux 343

(Octubre 2015)

“Ser dibujante de cómics es algo similar a un sacerdocio: parece que lo vas a estar haciendo el resto de tu vida”, dice Julie Doucet (Montreal, 1965). La historietista, que colgó temporalmente el hábito de los cómics, ha visto recopiladas sus obras completas en “Cómics 1986-1993” (Fulgencio Pimentel, 2015), volumen que se alimenta de ‘Dirty Plotte’ (literalmente, “chochito sucio”), el zine con el que Doucet firmó sus tebeos... hasta que la editorial canadiense Drawn & Quarterly se cruzó en su vida, en 1991.

Julie plasmó un lifestyle altamente guarrindongo en el papel; no era raro el hecho de que su material se quedara “atascado” en aduanas y fronteras británicas y estadounidenses. La obra de la canadiense era –es– punkarra e hija de su época, amén de faro para autores posteriores de ambos sexos. Sigue el reguero de carmín del comix underground de los primeros setenta: el de mujeres como Aline Kominsky, necesitadas de contar “sus” historias. Pero Doucet se desmarca de lo autobiográfico, sobre todo en sus comienzos: “Me parecía natural usarme como personaje; se trataba de mi voz única y personal, para contar historias. Pero estaban muy lejos de ser reales: eran tan deformes, tan locas, que nunca podría considerarlas autobiográficas, nunca sentí que fuese así. Incluso aunque tuviesen lugar en mi entorno y estuviesen inspiradas en cosas de mi vida...”.

Cuando se le pregunta por esa cosmovisión tan suya, con ella misma centrando el argumento y soltando patadas “estilo Robert Crumb”, interactuando con objetos parlantes y criaturas loquísimas, le resta importancia: “No es que yo haya inventado ese concepto de hablar e interactuar con objetos. Para mí, dibujar y escribir historias era algo totalmente compulsivo, una especie de ansia. No me hacía demasiadas preguntas, simplemente lo hacía. Creo que en aquella época pasaba demasiado tiempo sola en casa, bebiendo tanto café que mi cafetera empezó a caminar, chinchándome; luego fueron las cucharas, los tenedores...”. Aunque la compulsión la acompaña aún en su proceso creativo, “ahora hay más reflexión”, reconoce. ¿Qué hace ahora? Está inmersa en una fotonovela que publicará con Drawn & Quarterly en 2016: “Es una especie de cómic, sí”.

“No me sentía lo suficientemente femenina. Mi madre solía menospreciarme y me convertí en una persona muy insegura. Además, tenía otros intereses. Por eso conecté mejor con los hombres”
El encanto de la suciedad y la autocoña inteligente tienen en el ciclo menstrual un epítome temático. Julie responde que no era consciente de que la regla fuese tabú, pero reconoce que los chicos mostraban cierto remilgo. Las mujeres, en cambio, adoraban aquellas historietas. Ante la perspectiva de no publicar sus dibujos, está claro que el desparrame estaba asegurado: “Eso explica la libertad con que abordaba estos temas”, recuerda. La historieta “¡Mucho flujo!” (1989), por ejemplo, hiperboliza las aventuras de una chica que se queda sin tampones y acaba agigantada, sembrando el caos sanguinolento en la ciudad. Doucet solía decir que apenas se relacionaba con otras mujeres. Su madre influyó: “No me sentía lo suficientemente femenina. Mi madre solía menospreciarme y me convertí en una persona muy insegura. Además, tenía otros intereses. Por eso conecté mejor con los hombres”.

A finales de los ochenta no había tantas creadoras de cómic, aunque la canadiense se siente en deuda con Claire Bretécher, Nicole Claveloux, Florence Cestac y Chantal Montellier. “No parece que volvamos a ser una minoría, al menos aquí, en Norteamérica. ¡Las cosas han cambiado MUCHO!”, asegura. El paso del tiempo ha traído historietistas y lectoras, y ha modificado la relación con sus congéneres. Se sorprende cuando se le menciona el rollo queer en ciertas historietas oníricas donde el cambio de sexo es recurrente, y atribuye estas tiras a su desubicación personal en aquel tiempo. “Siempre he pensado que eran sueños, quizá no tan locos, que cualquier mujer podría tener en un sentido u otro, ¿no?”. Crisis de personalidad o identitaria mediante, su propio surrealismo fue un granero para ella: “He tenido sueños fantásticos, ideales para hacer ‘storytelling’, con principio, nudo y desenlace”.

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