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“Separación” (2022-) parece haber tocado la fibra sensible de una generación de espectadores acostumbrados a interiorizar la cultura del empleo a todas horas del día y en todas las facetas de su vida, paradigma potenciado por la hiperconexión digital, el teletrabajo y los modelos de compañía abierta y algorítmica que han implementado Google y demás gigantes tecnológicos en la última década, ficcionados por Dave Eggers o “DEVS” (Alex Garland, 2020). Está escrita por Dan Erickson, debutante en el ámbito de la televisión y el streaming que se ha limitado a sublimar creativamente en la serie el depresivo trabajo de oficina que desempeñó durante un tiempo en una gran corporación cualquiera. Erickson imaginó la posibilidad de que las empresas tuvieran a su alcance una técnica capaz de disociar la mente de sus empleados, a fin de que no recordasen durante sus ratos de asueto sus cometidos laborales. En un mundo ideal, ello haría que fueran más efectivos en el trabajo y más felices fuera.
“Separación” recoge sin embargo la herencia del absurdo existencial en las sociedades modernas invocado en la literatura de Kafka, Samuel Beckett y Kurt Vonnegut, y lo filtra a través de innumerables referencias audiovisuales que incluyen películas como “Brazil” (Terry Gilliam, 1985) y “Dark City” (Alex Proyas, 1998), videojuegos como “The Stanley Parable” (Davey Wreden, 2011) y la leyenda urbana de la trastienda. El resultado de todas estas influencias es una serie que deconstruye la cultura empresarial y su efecto en el trabajador con un espíritu paranoico y dislocado, al que contribuye decisivamente su estética retrofuturista de oficina, que curiosamente la emparenta con la reciente “Loki” (Michael Waldron, 2021-), de Marvel Studios.
Hasta hace unos años, las tendencias ensayísticas pasaban por indagar en los motivos por los que alguien querría ver series ambientadas en escenarios laborales una vez concluida su propia jornada de trabajo. La respuesta se vinculaba a la necesidad de desahogarse e incluso fantasear con que el entorno en que transcurrían la mayor parte de sus días laborables podía dar lugar a situaciones más estimulantes de lo habitual. Hoy en día, la división entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio está tan diluida como para que la mitad de los empleados estadounidenses admitan abiertamente que consumen series televisivas durante la jornada de trabajo, y que dicha actividad les ayuda a “concentrarse y ser más productivos”.
Un fenómeno que obliga a preguntarse hasta qué punto el frenético ritmo actual de producción de películas y series de televisión no constituye un reflejo inmejorable del enloquecido ritmo de trabajo que se nos exige en el marco del tardocapitalismo, y si la ficción no ha devenido por tanto una forma de commodity que refuerza nuestro adiestramiento como trabajadores y consumidores acríticos. Con este panorama, resulta comprensible que cuando “Separación” se plantea qué ocurriría si nuestros trabajos y nuestras vidas al margen de los mismos siguieran caminos diferentes concluya que, lejos de suponer una emancipación respecto de ciertas servidumbres y preocupaciones, la posibilidad ha de esconder por fuerza una conspiración con intenciones aviesas.
La serie de Dan Erickson no es en cualquier caso una novedad absoluta, sino el (pen)último eslabón de una larga tradición de series ambientadas en el mundo del trabajo, de la que participan muchas culturas; hablábamos hace dos meses de la serie surcoreana “Vida incompleta” (Kim Won-seok, 2013-2014) y en España existen sagas tan populares como “Farmacia de guardia” (Antonio Mercero, 1991-1995), “Al salir de clase” (Antonio Cuadri, 1997-2002), “Periodistas” (Daniel Écija, 1998-2002), “Hospital Central” (Santos Mercero, Jorge Díaz y Moisés Gómez Ramos, 2000-2012), “Camera Café” (Luis Guridi, 2005-2009) y “Los hombres de Paco” (Daniel Écija y Álex Pina, 2005-2010). Pero los orígenes y las manifestaciones más influyentes de la tendencia hay que buscarlos en la esfera anglosajona. Al fin y al cabo, en palabras del emprendedor y conferenciante Gary Vaynerchuk, “en América tu trabajo, tu profesionalidad, cuentan tu historia”.
Es un mantra que ejemplifica a la perfección otra nueva producción de Apple TV+: la miniserie “WeCrashed” (Lee Eisenberg y Drew Crevello, 2022), en la que Jared Leto y Anne Hathaway dan vida a Adam y Rebekah Neumann, pareja de “emprendedores en serie” que en 2010 fundaron WeWork, modelo de coworking cuyos ingresos anuales a fecha de hoy superan los 2500 millones de dólares. Hasta perder el control de WeWork en 2019, los Neumann presumían de crear espacios de trabajo “divertidos, emocionantes e inspiradores donde los trabajadores no piensen que se ganan la vida, sino que construyen una vida”.
Desde el nacimiento de la ficción televisiva hasta las competiciones en formato de telerrealidad surgidas en el siglo XXI, las series ubicadas en espacios de trabajo han gozado de una presencia abrumadora en las parrillas televisivas y de streaming. Títulos acerca del ámbito sanitario como “Hospital general” (Frank y Doris Hursley, 1963-), “Urgencias” (Michael Crichton, 1994-2009) y “House” (David Shore, 2004-12); procedurals detectivescos y policiacos como “Colombo” (Richard Levinson y William Link, 1968-2003), “Canción triste de Hill Street” (Steven Bochco y 1981-1987) y las infinitas ramificaciones de “CSI” (Anthony E. Zuiker, 2000-); series sobre abogados, entre las que destacan “Perry Mason” (Erle Stanley Gardner, 1957-1966), “Juzgado de guardia” (Reinhold Weege, 1984-1992) y la franquicia “Ley y orden” (Dick Wolf, 1990-); “M*A*S*H” (Larry Gelbart, 1972-1983), “Navy. Investigación criminal” (Donald P. Bellisario y Don McGill, 2003-), “Homeland” (Howard Gordon y Alex Gansa, 2011-2020) y otras series en torno al estamento militar y la seguridad nacional estadounidense; series sobre periodistas tan célebres como “Lou Grant” (James L. Brooks, Allan Burns y Gene Reynolds, 1977-1982) y “Murphy Brown” (Diane English, 1988-2018); sin olvidar series sobre los entresijos de la política como “Sí, Ministro” (Antony Jay y Jonathan Lynn, 1980-1984), “El ala oeste de la Casa Blanca” (Aaron Sorkin, 1999-2006) y “Veep” (Armando Iannucci, 2012-2019).
La televisión estadounidense ha logrado convertir en hitos históricos hasta series acerca de compañías de transportes –“Taxi” (James L. Brooks, Stan Daniels, David Davis y Ed Weinberger, 1978-1983)– y bares –“Cheers” (Les Charles, Glen Charles y James Burrows, 1982-1993), “Colgados en Filadelfia” (Rob McElhenney, 2005-)–, y transformar culebrones como “Dallas” (David Jacobs, 1978-1991) y “Succession” (Jesse Armstrong, 2018-) en intrigas sobre el poder económico y las servidumbres laborales en el seno de la familia. La obsesión por el trabajo como estilo de vida ha llevado a que series centradas sobre todo en los momentos de esparcimiento y amistad entre sus personajes, es el caso de “Friends” (David Crane y Marta Kauffman, 2004-2014), hayan dado lugar durante décadas a innumerables debates más o menos malintencionados sobre sus ocupaciones.
Y no podía ser de otra manera si, como ha reflexionado David Graeber en “Trabajos de mierda” (Ariel, 2018) “somos una civilización basada en el trabajo, pero ni siquiera en el ‘trabajo productivo’, sino en el trabajo como un fin en sí mismo (...) El resultado es un régimen de autoexplotación en todas las facetas de nuestra vida que ha hecho del resentimiento, el odio y la sospecha los pegamentos que mantienen unida a la sociedad”. La cuadratura del círculo es nuestro consumo y promoción de las ficciones televisivas como un trabajo destinado a garantizarnos una visibilidad en el marco de la economía de la atención. En consecuencia, el tiempo libre empieza a ser considerado una pérdida de tiempo.
En todo caso, las series dedicadas literalmente a oficinistas, como “Separación”, no cuentan con una tradición tan extensa a sus espaldas. Hubo de normalizarse en la esfera pública el humor descreído y pesimista para que pudieran materializarse ficciones sobre las miserias humanas que tienen lugar a diario en los despachos y pasillos de cualquier empresa y, aun así, han sido tachadas en más de una ocasión de ser tan distópicas como el universo del que se burlan. “¡Es la serie más deprimente que puede verse en televisión!”, exclamaba la ensayista televisiva Meghan Keane ante la sexta temporada de “The Office” (Greg Daniels), protagonizada por Steve Carell entre 2005 y 2013. Y lo mismo cabría decir, por supuesto, de su modelo, la británica “The Office” (Ricky Gervais y Stephen Merchant), que interpretó entre 2001 y 2003 Ricky Gervais.
Puede que las dos versiones de “The Office” sean todavía hoy las muestras más populares del subgénero ficción de oficina, pero no hay que olvidarse de “Parks And Recreations” (Greg Daniels y Michael Schur, 2009-2015), sobre una pequeña corporación municipal; “Workaholics” (Blake Anderson, 2011-2017); “The IT Crowd” (Graham Linehan, 2006-2013) y “Silicon Valley” (Mike Judge, John Altschuler y Dave Krinsky, 2014-2019), protagonizadas por informáticos; ni de la pionera película de Mike Judge “Trabajo basura” (1999). Todas ellas mantienen el delicado equilibrio que apuntábamos entre los aspectos críticos y el servir de soma, mientras que “Separación” promete un grado mayor de compromiso con nuestras realidades laborales, al menos por lo visto en su primera temporada. A juicio de Emily Maskell, “aunque Dan Erickson la ideó antes de la pandemia, ‘Separación’ apela con un extraño sentido de la oportunidad al hecho de que nuestros dormitorios funcionan en la actualidad como oficinas y las fronteras entre hogar y trabajo se han difuminado por completo”. ∎