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Álbum

Bob Dylan

Shadow KingdomColumbia-Sony, 2023

13. 07. 2023

En realidad, lo raro es que un disco como este aún no existiese. Que Bob Dylan, equilibrista de sí mismo y chatarrero de la nostalgia, no hubiese agarrado hace años ese mismo repertorio que noche tras noche manosea, trocea, deconstruye, liofiliza y vuelve a armar sobre el escenario y, albricias, le hubiese hecho un disco a medida. Un disco como este “Shadow Kingdom” de brumoso origen peliculero, negro sobre negro y tócala otra vez, Bob, con el que el bardo de Duluth atraviesa definitivamente la cuarta pared, la misma en la que ni siquiera parece reparar durante sus actuaciones, para autorretratar desde el presente a su yo del pasado. O algo así. Dylan contra Dylan, memoria contra oficio, y que empiece el combate.

Primer round: el origen. En 2020, el siempre esquivo autor de “Blonde On Blonde” (1966) saludó la llegada de la pandemia descorchando la torrencial “Murder Most Foul”, primer adelanto de lo que sería el majestuoso y espléndido “Rough And Rowdy Ways” (2020) y canción del año en Rockdelux. Hecho el disco, tocaba seguir de gira, volver a pedalear para mantener vivo el “Never Ending Tour”, pero las cosas no eran nada fáciles por aquel entonces y Dylan, resignado, tardó lo suyo, nada menos que año y medio, en poder reactivar su circo ambulante. Casi se lo imagina uno mordiéndose las uñas, estrujando el sombrero y arañando los sillones de piel del autobús. Algo había que hacer, y lo que hizo el viejo Bob fue encerrarse en julio de 2021 en un local de fantasía, puro Lynch en blanco y negro simulando un club de Marsella, junto a un puñado de músicos enmascarados para rodar “Shadow Kingdom. The Early Songs Of Bob Dylan”. Su primer concierto desde finales de 2019 y una mágica reinvención de sí mismo, otra más, con la que el viejo profeta del folk’n’roll cedía definitivamente el cetro y la corona al crooner crepuscular, al bluesman ajado con los surcos de mil vidas grabados en el rostro. Ahora sabemos que, en realidad, todo aquello fue una escenificación; otro truco de magia más, todo playback de lujo y juegos de sombras, para introducir unas canciones grabadas meses antes en un estudio de Los Ángeles junto a, entre otros, T Bone Burnett y Don Was, y sobre las que Dylan empezó a escribir un Nuevo Testamento. Otro más.

Segundo round: los clásicos. “Shadow Kingdom” es, a su manera, un mano a mano con la historia. Un duelo entre el Dylan mercurial y el octogenario errante que, sorpresa, desemboca en exquisitas y se diría definitivas versiones de viejas conocidas como “Forever Young” y “Queen Jane Approximately”. Blues de las cavernas y folk elegantísimo. Rock’n’roll ancestral vestido con lo justo, country con los bajos manchados de arena, y erupciones eléctricas trasmutadas en milagros acústicos: la batería ni aparece, las guitarras suenan deliciosamente melladas y el contrabajo brinca de puro gozo junto al acordeón en “Most Likely You Go Your Way (And I Go Mine)”. Lo normal sería echar de menos los originales y salir corriendo a buscar las primeras encarnaciones de “Tombstone Blues” o “It’s All Over Now, Baby Blue”, pero si algo consigue Dylan es dotar de vida propia a copias deformadas y retorcidas de obras maestras. Será que, después de todo, un clásico nunca deja de serlo.

Tercer round: la voz. Ah, la voz de Dylan. Cuestión de estado. Motivo de insulto entre tuiteros airados y origen de sesudas discusiones. En los últimos años, es cierto, Dylan ha hecho de todo: ladrar, graznar, croar como la rana Gustavo y, sí, también arrimarse al micrófono con ademanes de crooner canallesco para acabar maravillando. En sus conciertos, ya se sabe, un poco de todo. La lotería. En “Shadow Kingdom”, sin embargo, la voz de Dylan suena imponente y estremecedora. Rehace sus canciones y reimagina su forma de cantar. Desplaza las inflexiones, toma las curvas con soltura y consigue que “I’ll Be Your Baby Tonight” suene a otra cosa. A súplica ardiente. A lamento desconsolado. ¿La voz? Gastada pero cristalina. Arenosa pero con algún resto de terciopelo. Whisky de roble y polvo del desierto reptando entre las sombras. Hacía años, ni siquiera en “Rough And Rowdy Ways”, que no sonaba tan bien.

Cuarto round: la leyenda. “Shadow Kingdom” es la plantilla de la nueva reencarnación, acaso la última, que Dylan va paseando estos días por escenarios de medio mundo y que se hizo carne el pasado mes de junio en España. No es igual, porque con Dylan nunca lo es, pero sí que sienta las bases de ese envejecimiento activo al que el estadounidense ha sometido su repertorio. Porque lo mejor de Dylan es que nunca disimula: si él se hace mayor, ¿por qué no también sus canciones? ¿No es mejor asumir el reflejo que le devuelve “Sierra’s Theme”, la única inédita del lote, que embobarse en los laureles del pasado? La respuesta, en este caso, no está in the wind, sino en el traqueteo asmático de “Watching The River Flow” y la magia negra de “When I Paint My Masterpiece”. 

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