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Hubo una época en la que el ‘NME’ marcaba el camino. Foals saltaron del –relativo– underground a ser una banda de interés público allá por 2007, con singles como “Hummer” o “Mathletics”, los que llevaban al paroxismo las tendencias de moda en el Reino Unido en aquellos tiempos: reivindicación del post punk más bailable (en todos los bares indies sonaba “Damaged Goods” constantemente), reverencias al math rock y un sonido limpio, casi quirúrgico. Su debut, “Antidotes” (2008), los confirmaba como un grupo con un algo especial, que sabía mantenerse en el punto exacto entre absorber tendencias (relativamente) vanguardistas y facturar éxitos pop. El mundo se cansó muy rápido de aquella vorágine de grupos británicos y Foals supieron desmarcarse, girando progresiva y exitosamente hacia territorios más cercanos a la épica, pero en la banda latía una contradicción. Si uno se fijaba en las entrevistas de Yannis Philippakis y sus compañeros, no resultaba difícil percibir un intento de legitimizarse a través del namedropping de iconos de la vanguardia musical del siglo XX. Sus palabras querían remitir a Arthur Russell, Steve Reich o Harmonia, pero lo que sonaba se acercaba muchísimo más a U2. Sus –teóricas– aspiraciones extendían cheques que sus discos nunca llegaban a pagar.
El público, eso sí, los acompañó entusiasmado. Canciones como “My Number”, “Spanish Sahara” o “Mountain At My Gates” se convirtieron en pequeños grandes himnos festivaleros, en una especie de mirlo blanco que unía el rock de estadios con un deje bailable dosmilero, un nexo en común entre los aficionados a estilos más eléctricos (no en vano, hacían guiños constantes al post-rock y otros géneros con credenciales rockeras) y el público que llenaba festivales prepandémicos (saludos desde aquí a todos los fans, que no eran pocos por aquel entonces, de Two Door Cinema Club). Si en el díptico “Everything Not Saved Will Be Lost”, publicado en 2019, sonaban ya faltos de ideas, reiterativos, haciendo una versión apta para música de fondo de menú de FIFA de los Radiohead del “The King Of Limbs” (2011), este “Life Is Yours” se plantea como un indisimulado regreso a los orígenes, a aquella pista de baile de discoteca indie circa 2007.
Todo el álbum está apuntalado por una vocación bailable, por unos beats cristalinos empujados por uno de los productores de moda, el muy querido Dan Carey. Pero donde otros pupilos del artífice del sonido de la generación del nuevo post-punk británico suenan vivos, en permanente desarrollo, llenos de ideas, Foals suenan a agotamiento. Los acercamientos a Talking Heads de “This Is Yours” y “Flutter” y las ocasionales (y aguadísimas) aproximaciones a New Order no hacen más que evidenciar que lo que ya no tienen Foals son canciones. Donde antes había una innegable capacidad para el hit, que llegaba a desarmar los prejuicios contra su sonido maximalista, ahora solo queda la sensación de planicie, de estar escuchando una canción que se repite durante 40 minutos. Que un grupo dedicado a la pista de baile y el rock de estadios envejezca bien es un reto creativo enorme y que pocos han sido capaces de solventar. En las manos de los Foals queda ver qué hacen con ese potencial, que sin duda tienen. ∎