Nick Cave continúa con la odisea del duelo en que se embarcó tras el fallecimiento de uno de sus hijos en julio de 2015.
“A mí me parece que si amamos, sentimos dolor. Ese es el trato. Ese es el pacto. El duelo y el amor están por siempre entrelazados”, escribió Cave el año pasado en su web The Red Hand Files, donde sus fans le dejan preguntas que él va contestando atentamente. Y siguió así:
“El dolor es un recordatorio terrible de las profundidades de nuestro amor y, como el amor, no es negociable. Hay una inmensidad en el dolor que abruma nuestra pequeñez. Somos pequeños y temblorosos racimos de átomos subsumidos por la grandiosa presencia del dolor. Él ocupa el centro de nuestro ser y se extiende a través de nuestros dedos hacia los límites del universo”.
Pues bien, todo eso es este disco, hermoso, íntimo, casi susurrado, que hipnotiza con su calma espacial, desde una radiación cósmica y por momentos casi ingrávida de arreglos (mayormente, sintetizadores y
loops; también algún piano y coros) con la que Warren Ellis nos hace sentir como si fuéramos Roy McBride, ese astronauta que interpreta Brad Pitt en “Ad Astra” (James Gray, 2019), flotando en un universo tan inabarcable que solo nos recuerda nuestra soledad ante nuestro destino. Dos obras, precisamente, este álbum y esa película, centradas en la búsqueda de luz en la oscuridad para salir de ese gran vacío. Ambas nos invitan a entrar para, a través de sus protagonistas, reconciliarnos con nuestros claroscuros y miedos.
“Everybody is losing someone, it’s a long way to find a peace of mind”, canta en
“Hollywood”. ∎