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Aplausos eufóricos, tañido de sintetizadores y un púlpito para el predicador. “Once there was a song, the song yearned to be sung / It was a spinning song about the king of rock’n’roll”, canta el hombre de negro. Solo que no canta. Recita. Declama. Más gritos. Más aplausos. “Este es el último concierto”, anuncia. “¡Volveos locos, haced pedazos el edificio de la Ópera de Sydney, rasgad las butacas!”, invita justo después de descorchar la noche con “Spinning Song”. Empieza la función. Carnicería emocional en sesión continua y Warren Ellis coronándose como escudero de lujo de Nicholas Edward Cave.
Y sí, antes de que lo pregunten, otro directo de Nick Cave. Y los que hagan falta. Qué menos. Porque si alguien se ha ganado el derecho a inmortalizar cada encarnación, cada nuevo movimiento por accesorio que pueda parecer, ese es el australiano. De hecho, solo han pasado un par de años desde “Idiot Prayer” (2020), su mano a mano con un piano de cola en el Alexandra Palace londinense, y este “Australian Carnage. Live At The Sydney Opera House” parece un planeta completamente diferente. Un lugar hecho de lutos, lamentos rasgados y teclados dolorosamente agónicos al que Cave se mudó a finales del año pasado con su compinche Ellis tras dar carpetazo a la volcánica gira de verano junto a los Bad Seeds.
Objetivo: recorrer Australia durante casi un mes y firmar una quincena larga de conciertos con “Ghosteen” (2019) y “CARNAGE” (2021) como centros de gravedad. Objetivo bis: estrechar lazos en directo y reforzar esa alianza que ha convertido a Cave y Ellis en compañeros inseparables dentro y fuera de los Bad Seeds. Bajo esas premisas, “Australian Carnage” captura la última noche de la gira y encierra en ámbar al Cave manteado por la vida y tocado y hundido por la muerte. Al de las letanías de “Bright Horses”, con Ellis escalofriante a los coros, y al del góspel espartano de “Carnage”. Al del desgarro de “Waiting For You” y, vaya, al de la inesperada versión de “Cosmic Dancer” de T-Rex. Al del júbilo espontáneo de “Breathless” (“esta es una canción alegre, como la mayoría de las que hago”, bromea) y, en fin, al del impetuoso calambre de “Hand Of God”.
Sin grandes himnos (alguno sí que cayó en los bises, aunque han quedado fuera de la grabación) pero sobrado de intensidad y emoción, Cave cambia de armas e incluso de ejército pero sigue tocando la fibra como siempre. Ni siquiera el ambiente distendido y las bromas entre canción y canción impiden que la noche alcance imponentes cotas emocionales como las majestuosas “White Elephant” y “Leviathan”, volcanes desde los que Cave escupe lava y se purifca en público. Que se sepa, el edificio de la Ópera de Sídney sigue en pie, pero seguro que al público que pasó por ahí algo se le quebró por dentro. ∎