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Álbum

Paul McCartney

McCartney IIIMPL-Capitol-Universal, 2020

31. 12. 2020

Desde que los Beatles se desintegraron allá por 1970, cada nuevo disco que Paul McCartney ha publicado sin más título que su propio apellido ha venido a subrayar un momento de cambio y disrupción; un golpe de timón generalmente traumático que el británico resolvía lanzando una moneda al aire y decidiendo si, cara o cruz, se encerraba a componer en su granja de Escocia o en la de East Sussex. Ocurrió, ya saben, con “McCartney” (1970), terapia de choque para escapar de los últimos y apocalípticos días de los Beatles, y también con “McCartney II” (1980), último clavo en el ataúd de The Wings y desconcertante rompecabezas sintetizado en el que buscó consuelo tras pasar nueve días encarcelado en Tokio.

Cuatro décadas después, no parece que la vida de sir Paul, 78 añazos y una larga ristra de discos cada vez más menores, esté para muchos vuelcos, pero el confinamiento le sorprendió en su granja-estudio de Hog Mill Hill y manos a la obra que se puso para volver a sacar petróleo de tamaña adversidad. Porque, una vez más, Macca ha aprovechado un encierro, esta vez forzoso, para dar rienda suelta a su lado más travieso y disfrutón y firmar el que probablemente sea su mejor trabajo en tres lustros.

Nadie contaba con “McCartney III”, probablemente ni siquiera su propio autor, por lo que el resultado es lo más parecido a una barra libre que, ajena a las expectativas comerciales, deambula por los márgenes del folk y el pop, picotea de la electrónica con algo más de sutileza que en “McCartney II” y se muestra elegante incluso en los tropiezos, que también los hay. Para entendernos: lo que en “Egypt Station” (2018) sonaba a nostalgia revenida e intentos desesperados por subirse de nuevo al carro, da igual a cual, se transforma en “McCartney III” en un frondoso espécimen de pop liberado y liberador que crece alrededor de “Deep Deep Feeling”, ocho minutos de soul cubista y capas de piano superpuestas tras los que no cuesta demasiado intuir el eco lejano de James Blake.

I know there must be other ways of feeling free / But this is what I wanna do, who I wanna be”, canta entre falsetes en “Slidin’” y, vaya, por una vez hay que darle toda la razón. Máxime después de ver que lo mismo se deja atravesar por la electricidad pesada de Queens Of The Stone Age que saca a pasear su cara más bucólica y tierna (“The Kiss Of Venus” y “When Winter Comes”, esta última pendiente de ser grabada desde los noventa, enamorarán a los fans del McCartney más acústico y desnudo) o mira de reojo a los Beatles más alucinógenos con “Seize The Day”, moldeada con la arcilla sobrante de “Magical Mystery Tour” (1967).

A ratos se le va mano y patina con cosas como “Women And Wives” o la pelín convencional “Lavaroty Lil”, pero lo que queda es, sobre todo, un disco-laboratorio generoso en ideas y atrevimientos con el que McCartney, a solas consigo mismo, vuelve a subrayar un momento de cambio con un trabajo atrevido, aventurero y altamente apetecible. ¿Experimental? También, aunque, en el fondo, “McCartney III” no deja de ser un álbum pop al que le han aflojado los corsés para ver hasta dónde logran llegar las canciones. Y, visto lo visto, las de Macca aún son capaces de alcanzar metas elevadas. ∎

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