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Primera certeza: este no es el primer recopilatorio que publican The Divine Comedy. Ahí estaba “A Secret History. Best Of The Divine Comedy” (1999), pero dos décadas largas desde entonces bien justifican un nuevo alto en el camino y un nuevo baño de nostalgia y autorreivindicación, más aún cuando el tiempo transcurrido supera y la obra generada iguala (como mínimo) a la de aquel lapso. Vale esto por igual para neófitos como para completistas. Segunda certeza: Neil Hannon no es enteramente infalible ni todos los trajes le sientan igual de bien (ahí queda el desvaído “Regeneration”, de 2001), pero tres décadas de carrera suyas dan como para una colección de hitos por las que cualquier escritor de canciones mataría, y para eso están los recopilatorios. Para sepultar grietas y enlucir logros. En ese sentido, esta entrega es irreprochable. Y como aquella de hace 23 años, no se resiente por el hecho de que la secuencia de sus canciones desestime el orden cronológico: prueba del algodón para esos grandes compositores que esgrimen una coherencia a prueba de bombas y no necesitan que reevaluemos su evolución por orden cronológico. El estilo son ellos mismos.
Dicho esto, el primero de estos dos (o tres, depende de la versión) discos es el que, para entendernos, alberga la buena mandanga. 24 clasicazos, highlights irrebatibles, algunos remasterizados para la ocasión (como “Your Daddy’s Car”, “Everybody Knows (Except You)”, “At The Indie Disco” o “Generation Sex”), con la inclusión de un inédito que no desentona (“The Best Mistakes”), que acreditan por enésima vez el ingenio del norirlandés para tramar un universo propio en el que el pop de cámara, la distinguida ironía, el influjo de Scott Walker, Jacques Brel o Burt Bacharach y algunos sarpullidos synthpop convivieron al abrigo de un despliegue de clase descomunal, de esos que se podían permitir hacer malabares con cualquier adscripción coyuntural imaginable (el manido britpop que le fue colateral o el ya mentado chamber pop que sintonizó con Tindersticks, My Life Story o los primeros Lambchop) como si fueran mandarinas caducadas a las que poder abandonar en un arcén. Trascender la circunstancia, el ánimo –al fin y al cabo– de todo creador que aspire a la eternidad.
Más desiguales, obviamente, son el segundo y el tercer disco, repletos de descartes, tomas alternativas y rarezas. Capítulo este último en el que destaca la inenarrable “Te amo España” que publicó como guiño eurovisivo en pleno confinamiento, como Eduardo Maldonado Castellano de la Cruz, satirizando la visión tópica que muchos de sus paisanos tienen acerca de la piel de toro, entre guitarras españolas, o la delicada “Those Pesky Kids”, inspirada en la generación de su hija, llamada a embridar el futuro del planeta. Travesuras de un creador clásico en el sentido más amplio del término. Y mayúsculo. ∎