Los epopéyicos siete minutos de
“Heroin” dan con la pieza de resistencia del disco, la que mejor define la leyenda de los Velvet: ese cataclismo de guitarras y chirriante viola nuevamente marcando el tono sórdido de un álbum que, según confesó Maureen Tucker años después, no se correspondía con sus vidas. Pero esa risa boba, la descripción detallada de un
mood tan pasivo y ese inquietante
“I guess that i just don’t know” delataban al núcleo duro de la banda. John Cale nunca le perdonó a Lou Reed su concesión al cambiar el inicio de la canción. En vez de “Sé exactamente hacia adónde voy”, Reed grabó
“No sé bien adónde voy”.
Montada a partir del
riff de guitarra del “Hitch Hike” (1962) de Marvin Gaye, la polémica
“There She Goes Again” añade todavía más madera a la incorrección política: castigo físico a las chicas ligonas:
“You better hit her”.
“Seré tu espejo, reflejaré lo que eres / Por si no lo sabes / Seré el viento, la lluvia y el crepúsculo / La luz en tu puerta / Que te indica que has llegado a casa / Cuando creas que la noche ha caído sobre tu mente / Que en tu interior eres retorcido y desagradable / Déjame que te enseñe que estás ciego / … Me cuesta / Creer que desconozcas / La belleza que hay en ti / Pero si no lo sabes / Déjame que sea tus ojos / Una mano en tu oscuridad / Para que no tengas miedo…”. La mejor canción de amor posible es
“I’ll Be Your Mirror”, quizá el vínculo definitivo entre Lou Reed y Nico; toda una paradoja, también. Burlándose de su tono grave (esos coros finales en
“reflect what you aaaare” son, como mínimo, sospechosos), Nico tuvo que repetir la toma infinidad de veces, llorando, deprimida. Y es que la
chanteuse Nico, quien prácticamente no llegó a intercambiar más de tres frases con Maureen Tucker en toda su estancia en el grupo, era todo un problema: ¿qué hacer con ella cuando no cantaba? Bien, a veces se quedaba en escena tocando la pandereta…
La brillante letanía que es el Canto Fúnebre del Ángel Negro, con la viola de Cale sacando chispas, juega con
“I chi-chi / Chi-chi I / Chi-chi-chi / Ka-ta-ko” y concluye con
“Elige elegir / Elige perder / Elige marcharte”; no sorprende, pues, que su residencia de varios pases por noche en el sórdido Cafe Bizarre, en pleno Greenwich Village, durante diciembre de 1965, se acabase cuando les prohibieron volver a tocar este
“Black Angel’s Death Song” tras una furiosa acometida que, por supuesto, volvieron a repetir orgullosos –vaciaban el local, se quejaban de ellos–. Los largaron, pero allí estaban Barbara Rubin y Gerard Malanga, la conexión con la Factory, para irle con el cuento al mecenas Warhol. Cuatro meses después, Andy Superstar les producía este disco (Reed:
“Por supuesto que Andy no sabía nada sobre producir un disco; él se sentaba allí y decía: ‘Oh, es fantástico’, simplemente”). 1500 dólares para alquilar un vetusto estudio en obras en pleno Manhattan que solo disponía de cuatro micrófonos, sesiones sin
overdubs que se completaron en Los Ángeles, al mes siguiente, aprovechando una visita a California del espectáculo multimedia Exploding Plastic Inevitable (EPI), itinerante
performance de Warhol, entre abril de 1966 y mayo de 1967, de la que formaban parte los Velvet vertiendo música a proyecciones, efectos luminosos, películas y baile; actuaciones convertidas en bandas sonoras en directo donde la improvisación, sin imposiciones internas, jugaba entre el puro azar y la total libertad a la caza del espíritu del free jazz.
Lou Reed, marcado por las clases de literatura de su amigo y maestro Delmore Schwartz (el poeta de “En los sueños empiezan las responsabilidades”; apareció muerto, completamente alcoholizado, en julio de 1966 en el Chelsea Hotel), y fuertemente influenciado por su vital manera de afrontar el arte de la escritura, le dedicó
“European Son”, la canción que cierra el LP,
“porque apenas tenía texto”; Delmore odiaba las letras de rock’n’roll. Primero correosa y después masturbatoria –según el verdadero productor del disco, Tom Wilson, el mismo del Dylan eléctrico–, recoge influencias de las
performances musicales del movimiento artístico Fluxus y conserva el incidente de John Cale creando una atronadora sensación de cristales rompiéndose al arrastrar una silla metálica y tirar al suelo platos de aluminio.