Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
La música es un elemento crucial en la vida del guionista Rafa Cobos (Sevilla, 1973), ganador de dos premios Goya y corresponsable del guion de hitos de nuestro cine como “La isla mínima” (Alberto Rodríguez, 2014). Casi se podría decir que es su primera vocación. La importancia que le concede es tal que forma parte fundamental de sus guiones: “Las típicas trampas que hace el guionista cuando quiere convencer al director de que vaya por un camino”.
“El hijo zurdo” (2023) es su primera serie de televisión como director además de guionista –dirige dos de sus seis episodios– y está protagonizada por María León, con Tamara Casellas, Alberto Ruano, Marisol Membrillo y los jóvenes Hugo Welzel, Numa Paredes y Germán Rueda como principales actores del reparto. En la serie, la música persigue –y consigue– introducir al espectador en el turbio ambiente que pretende mostrar formando parte de la propia narración, a la que dota de un tono y ritmo que configuran un todo.
Después de ver la serie y el tipo de música que introducías –Bronquio sobre todo, además de Dalila o Califato ¾, entre otros nombres–, me ha sorprendido tu lista de reproducción porque es muy clásica, casi diametralmente opuesta a la música andaluza actual que se erige en protagonista de “El hijo zurdo”. Incluso hay elementos muy chocantes, como Michael Nyman o Bach.
Efectivamente, la lista de escucha es muy convencional, muy clásica. Creo que yo soy muy clásico, eso es indiscutible, y cuando pensaba cómo iba a ser la playlist tenía claro que no iba poner cosas que tuviera que pensar dos veces: iba a ser una cosa como a vuelapluma, intuitiva, que mostrara cuáles eran los temas por los que he transitado en determinados momentos de mi vida y por los que puedo seguir transitando. Algunos en realidad los aguanto más y otros viajan conmigo en un plano romántico. Ya no los escucho habitualmente, pero sí han formado parte de mi educación sentimental y de mis procesos, tanto del vital como del más relacionado con el hecho de escribir y el hecho de escribir cine.
En cuanto a Bronquio, todo empezó porque al principio iba a hacer una cabecera para la serie, con un tema que tienen él y Rocío Márquez. Pero al final, por formato, no me interesó hacer cabecera. Me parecía mejor empezar de una forma más seca, pero Bronquio ya se quedó ahí. Y a partir de ese punto, cuando consideré que había que darle una capa distinta a la serie, pensé fundamentalmente en la escena musical sevillana más alternativa. Pensé en grupos inéditos o casi y así fue como se fue conformando. Dalila es una chica que tiene un tema en el segundo capítulo que es maravilloso. Califato ¾ son sevillanos y Curro Morales está, además, en Narco. También está La Plazuela, que ha petado con el último disco pero que tampoco eran muy conocidos. Creo que la música le da una dimensión distinta a la serie y hace que esta sea, musicalmente, un poquito más disruptiva. La serie, narrativamente, transita por un espacio un poquito más convencional, pero musicalmente está remando en otra dirección y eso hace que amplifique el discurso y que el subtexto se pueda digerir mejor.
Uno de los nombres que figura en la lista es el de Julio de la Rosa, que también está en la serie y en muchas de las películas de Alberto Rodríguez de las que tú has sido guionista, como “7 vírgenes” o “Modelo 77”. ¿Es amigo tuyo?
Julio de la Rosa es muy amigo mío. Pero lo es ahora. Fue a raíz de “7 vírgenes” (Alberto Rodríguez, 2005) cuando lo conocí, precisamente. Julio estaba ahí porque también es muy amigo de Alberto; creo que se conocían de estudiar juntos Comunicación Audiovisual en Sevilla. Y desde “7 vírgenes” he coescrito con Alberto los guiones de todas sus películas y Julio ha sido el que ha hecho la banda sonora de todas. Ya tenemos una relación de mucho tiempo y con él he pasado grandes y malos momentos. Lo conozco mucho. En la serie Julio es el que ha hecho la música más incidental, pero en mi lista he puesto un tema suyo como homenaje a lo mucho que lo admiro y a lo mucho que me gusta su música.
A Julio lo considero una persona fuera de lo normal y no solo como músico. Lo considero como poeta, como novelista, como cuentista, como cineasta. Es decir, es superlativo. Y el cabrón todo lo que hace lo hace bien. Y además tiene una capacidad de trabajo inagotable, porque no para de producir y no para de producir en todas las direcciones. Es decir, cuando quiere hacer una novela, hace tres; cuando quiere hacer un corto, hace tres; cuando quiere hacer un videoclip, hace cinco. Y todo, como te digo, lo hace bien. Soy un gran admirador suyo como músico, como escritor, pero también como persona. Me parece un tío excepcional, con una lucidez y una sensibilidad fuera de lo normal.
¿Y cómo es tu relación con la música?
Yo he sido músico durante muchos años. He tocado la guitarra desde mi adolescencia y con Julián Villagrán he tenido varios grupos, como Esperlecos, una palabra de argot. Mi abuelo era músico y mi hermano menor es pianista y profesor de piano. La música siempre ha estado ahí. De hecho, creo que la música y la literatura cinematográfica se retroalimentan y hay una especie de ritmo interno de las secuencias que creo que es muy musical, que tiene mucho que ver con la construcción del discurso musical. Hay un par de detalles que son muy graciosos: mi abuelo se llama Luis Cobos, pero no es el Luis Cobos famoso… Y a mí, que me llamo Rafael, me llaman desde pequeño Falete… pero tampoco soy el Falete famoso. Soy una especie de sándwich musical espurio.
Mi abuelo tocaba la flauta, el clarinete y el saxofón y se ganaba la vida como músico, fundamentalmente en bandas de Semana Santa y en espectáculos taurinos. Tuvo una banda que fue muy famosa en su época, la Banda Tejera, que era una especie de banda municipal permanente, casi del régimen.
¿Y cómo es que dejaste la música y llegaste al cine?
Simultaneando con otro tipo de cosas, algunas más lícitas que otras, durante mucho tiempo quise ser músico. Hay una corriente que electrifica los dos lenguajes y los acerca mucho. He tenido muchos grupos con Villagrán. El primero fue Esperlecos, después hicimos una banda de versiones que no tenía ni nombre, porque lo que hacíamos era tocar en fiestas de amigos. Lo más próximo que hicimos musicalmente fue… no sé si recuerdas un grupo sevillano de los años noventa, Parachokes…
¿Los del disco que salían desnudos en la portada, tapados con un parachoques? ¡No jodas que tú estabas ahí!
No, pero mi hermano y yo y otros amigos íbamos a ser algo así como la continuación de Parachokes. Nos cogió el mismo productor, Josele, el humorista. Yo sustituía a un músico, Charly Cepeda, pero aquello se truncó. Fue lo más cerca que estuvimos de ser un grupo dedicado profesionalmente a la música. Yo era el mayor, ¡y tenía 18 años!
¿Has echado alguna vez de menos seguir vinculado a la música?
Sigo tocando con frecuencia. Lo último que tuve fue un grupo con compañeros del cine: un sonidista, un script, el codirector que ha hecho la serie conmigo… Pero me echaron porque perdí la disciplina… Al final la poesía me tiraba un poquito más que la música. La literatura y el cine se fueron decantando como prioridades.
Además de haber podido decidir como director de los capítulos de esta serie, ¿como guionista escribes en el guion lo que tiene que sonar?
Sí, claro. Son las típicas trampas que hace el guionista cuando quiere convencer al director de que vaya por un camino. Eso es un clásico. El guionista, cuando está escribiendo, ya tiene una proyección –sobre todo si le interesa la música– de por dónde puede ir. Es verdad que hasta que no entras en la edición y empiezas a darle forma y sentido a la película la música no se manifiesta todavía. Es en la edición donde normalmente termina de revelarse. Y así ha sido con “El hijo zurdo”. Ha sido un proceso continuo de descubrimiento en el que íbamos probando. El propio proceso fue el que determinaba qué tenía que estar y qué no; no fue una construcción apriorística. Si tu pregunta era esta, fue la propia naturaleza del montaje la que fue invocando el tipo de música.
¿Te decías al ver imágenes “¡joder, aquí tiene que sonar Bronquio!”?
Te diría que, por ejemplo, el tema que hay de Califato ¾ sí estaba en el guion. Hay algún tema más que al final no ha entrado porque se ha caído en edición, pero que sí estaba en el guion. Hay cosas que sí están anunciadas y que tienen vocación de estar desde el propio proceso de escritura. Pero otras muchas no.
¿Conocías previamente todas las canciones que aparecen en la serie?
Todas menos una, que fue reveladora. Darío García, el montador, que también es músico y amigo, me dijo “tienes que escuchar a esta chica” y me descubrió a Dalila. Cuando la escuché sentí que ahí estaba parte de la naturaleza del proyecto y que era una línea muy interesante para explorar. Y, sobre todo, me daba el tono que buscaba la serie. Fue a partir de ahí cuando se fueron colocando el resto de piezas, con esa máxima de que fuera música fundamentalmente sevillana, si no andaluza, y que fuera inédita o casi inédita. Estos eran los requisitos que estábamos buscando. Y está también Bazofia, que es otro grupo sevillano.
Dado el clasicismo de tu lista de reproducción, esta banda sonora es bastante rupturista.
Nace del propio discurso de la serie. Cuando la termino estoy satisfecho y muy contento porque se había corporizado lo que había en mi cabeza, pero sentía que la serie necesitaba una marcha más, un espacio que la revitalizara, que la actualizara y que en cierto modo la modernizara. Y una de las líneas de acción para revertir el tono de la serie es la música. Teníamos una línea narrativa convencional más grave, más solemne, y la música tenía que apuntar en otra dirección, ser más disruptiva y más canalla en el sentido amplio de la palabra. Que fuera un contrapunto y recuperara esa especie de “neofolclore”, de reivindicación de lo identitario, que me parece que también es interesante.
Lo que imagino es que tu lista de reproducción es una lista que señala cuáles son tus orígenes: una foto fija de tu pasado, no de tu momento actual… En mi caso, por ejemplo, en mis orígenes están los Beatles y ahora no los escucho nunca, pero los sigo considerando piedras angulares.
Efectivamente, es una lista emocional, de educación sentimental. A lo mejor algunos no: Bach es un espacio al que uno va y viene desde joven y del que dudo que me canse. Hay otros que me cansan, claro. Yo tengo un recuerdo muy vívido de la primera vez que escuché The Clash. Evidentemente ahora los escucho poco y cuando lo escucho lo normal es que no me ponga “London Calling” (1979), que sin embargo forma parte de mi educación. Hay grupos como Cream que sí los escucharía porque creo que está en otro orden de cosas. Pero si pienso en The Police, “So Lonely” me acompañó emocionalmente en mi crecimiento en una fase de mi vida, pero no porque sea una playlist que conviva conmigo a día de hoy, sino que forma parte probablemente de lo que soy en el proceso de construcción.
En una hipotética lista actual tuya, ¿a quién pondrías que no está en la que has puesto?
Tendría que volver a pensarlo, porque me obligaría a dar una respuesta un poquito más reflexionada. Pero Bronquio creo que está en un espacio que me interesa mucho a nivel musical, personal y como músico de cine. Ese sería un ejemplo perfecto.
¿Y por qué en el mundo del cine se recurre siempre a los nombres de siempre? Antes era José Nieto y luego Alberto Iglesias y Roque Baños.
Es evidente que son muy buenos, aunque a lo mejor son más convencionales. Sin embargo, creo que ahora hay una tendencia a hacer que la música, si no juega un papel distinto, desaparezca. Yo no soy buen amigo del cine musicalizado y no soy muy partidario de incorporar canciones a la ficción. Pero está dándose el caso de músicos que vienen de otros sitios, que aportan otras cosas, y eso hace que el lenguaje sea mucho más efervescente. Santi Amodeo, que hizo hace poco una película que fue muy bien, “Las gentiles” (2021), es el que de alguna forma me inoculó a mí a Bronquio, que hace una música que está yendo por unos derroteros que hacen que el discurso narrativo sea muchísimo más rico. ∎