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Vulk no han dejado de ser ese puñetazo vasco que hacía suyas las inquietudes de bandas míticas del punk como Minutemen, Wire, Mission Of Burma o Fugazi. Los cambios de ritmo frenéticos, la sensibilidad melódica como primer rayo de sol tras una tormenta de ruido, un campo magnético provocado por electrones desbocados. La violencia como una forma de amor hacia la reivindicación, como una oportunidad para conectar cuerpo y alma en una causa común. La espontaneidad del directo para capturar su esencia en las grabaciones. Cada una de las rarezas, cada uno de los tópicos que han construido el sonido del cuarteto vasco a lo largo de sus dos primeros largos, “Beat Kamerlanden” (2017) y “Ground For Dogs” (2018), se vuelven a dar cita en su tercer trabajo sin demasiados tapujos.
Y sin embargo, “Vulk no es”. “Vulk ez da” supone una compleción del ciclo que se encuentra ya en otro universo. Y cuando Vulk no es, misterios de la identidad, suena más Vulk que nunca: más accesible pero a la vez más contundente, más siniestro, más rápido y más reivindicativo. Un cóctel (molotov) sacado de una extraña, urbana y contemporánea mezcla entre Zarama (en general, el sonido Bizkaia) y Parquet Courts, con salidas que conectan hasta con el lado glam de Fat White Family o con el músculo de IDLES, desbordando por los cuatro costados la etiqueta de post-punk y su propia personalidad. No por nada es, además, el primer álbum de la banda escrito íntegramente en euskera, cerrando una progresión que ha ido desterrando el inglés como lengua vehicular. También es el primero en el que lo punk se lee entre líneas, en el sentido de las letras, en el espíritu y en la actitud, mientras que en el sonido lo que escuchamos se acerca más al rock en sus preceptos más clásicos, un poco en la línea de lo que hacen Iceage, con unas guitarras hiperactivas, eminentemente melódicas y mucho más claras.
“Hamar lagun baten kontra” pone todas las cartas sobre la mesa desde el primer segundo: directa y brillante, tiene algo hasta de la contundencia azucarada de los Héroes del Silencio de Phil Manzanera y marca la tónica activista del largo, exhortando al compromiso social, a la conciencia de clase y a la acción. El disco entero, desde aquí, parece estar construido a modo de viaje del héroe revolucionario y no resultaría descabellado para acompañar una lectura de “Un hombre” (1979) de Oriana Fallaci. Un hombre comprometido, retratado en la más oscura “Militantzia sutsua”, consciente de que el sacrificio personal es el principio de una revolución social, decidido a abandonar su propia vida, su casa y las comodidades por una causa superior (“Agurra”, sutil interludio industrial). Un hombre de ideales, beligerante con el enemigo y derrotista que usa, en “Etsai, orpoan”, las palabras del poeta vasco Alejandro Bilbao (Erramun Maruri). Un hombre en contra de las esclavitudes a las que el progreso nos ha abocado… modelos de belleza y amor líquidos, trabajo, miedo o conformismo. Ahí están “Lanaren kanta”, la más rock vasco de todas, sobre cómo vemos escurrirse el tiempo en nuestras manos mientras curramos, o la destartalada “Gaua eta odola”, un poco black midi, que enfrenta los peligros del fanatismo.
Pero también un hombre, en definitiva, humano, víctima de las pasiones del amor, como en la velocísima “Mailua”, y con la fe ferviente de que es en el otro (o con el otro) como alcanzamos la verdadera realización personal: ya sea a través del amor (en “Amodioa kartzelan” una historia de amor salva al protagonista de toda una vida entre rejas), ya sea a través de la amistad como llama que alimenta el fuego de la cooperación, de la lucha (“Laguna”). ∎