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“Vulk ez da” (Montgrí, 2022) significa “Vulk no es”. Además de nombrar el álbum, titula el tema final del disco, con un texto elusivo que concluye con estas palabras: “Solo escucho vuestro llanto / y lo siento / pero no es / Vulk no es / Admiráis tarde la belleza / La antigua y la actual”. “Obviamente es una negación que suscita preguntas, pero a los primeros que queríamos que nos generase preguntas es a nosotros mismos: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?”, explica por correo electrónico el grupo de Bilbao.
Pero, ante todo, sí se puede decir que la de Vulk es una historia de amistad, la que une a dos licenciados en Bellas Artes de 30 años –Andoni de la Cruz (voz y guitarra) y Julen Alberdi (guitarra)– y otro en sonido, de 29 (el bajista Alberto Eguiluz). Con el batería Chavi Marco como cuarto miembro, comenzaron desde muy temprano a llamar la atención dentro de la escena underground con dos álbumes muy seguidos, “Beat Kamerlanden” (2017) y “Ground For Dogs” (2018). La amistad fue la que llevó también a que ambos discos fuesen coeditados por Meyo Records –sello creado por dos personas vinculadas a ellos desde los inicios, Elías Monreal y Jon Hervás– y por Elsa Records, puesto en marcha por Álex López Allende, de la sala donostiarra Dabadaba. Allí fue precisamente donde el grupo coincidió por primera vez con Cala Vento. Los catalanes se quedaron tan flipados con su post-punk vibrante y potente que les propusieron llevarlos de teloneros en varias fechas y, en última instancia, publicar con su sello, Montgrí, este nuevo álbum.
Entretanto, pasaron unas cuantas cosas que han ralentizado el proceso y el disco ha tardado casi cuatro años en ver la luz. La maldita pandemia, claro, es la principal, pero también la marcha del batería, que ha sido sustituido por Jangitz Larrañaga, un estudiante de Historia de 25 años. “Veníamos de la dinámica de tocar, componer y grabar muchos años con Chavi. Entonces, cuando entró Jangitz fue como empezar de nuevo otra vez, pero con varias lecciones aprendidas”, apunta la banda. El cambio ha sido más profundo, ya que Jangitz es vascoparlante, como Andoni, y eso los ha animado a dejar de alternar euskera e inglés para cantar ya solamente en su lengua materna. Casual o no –ellos no quieren concederle más importancia–, si en su álbum anterior habían adaptado un poema de William Blake, ahora lo hacen con “Etsai, Opaen”, escrito por el vizcaíno Erramun Maruri en 1925. Buscaron un texto que encajara con la música que estaban componiendo y se toparon con un poema salvaje, intemporal, sobre la naturaleza depredadora de un mundo en que el grande se come al chico y este, al más chico. “Tres muertes en una hora / y de tres clases entre sí subordinadas”.
Algo hay en estas letras –de tensa angustia existencial y esa sensación de que todo es una confrontación permanente con uno mismo y con el entorno– que podría recordar a los textos de Martxel Mariskal para Lisabö, pero también sería una comparación demasiado fácil. En la playlist con influencias del disco que la banda ha elaborado, aparecen desde grupos euskaldunes como Zarama o castellanoparlantes como Fasenuova y La URSS a referentes anglosajones de diferentes generaciones: de Wire a Death Grips, pasando por The Ex, DNA, Killing Joke, Gang Of Four, LCD Soundsystem o Fugazi. Precisamente a estos últimos es a quienes más se pueden parecer en su idea de banda en directo, frontal, sin trucos ni aditivos innecesarios. Tan importante como este álbum son unos videoclips con una intencionalidad muy clara. “Es un ejercicio de transparencia, queremos mostrar una banda tal como es y con lo que hace: tocar”, argumentan ellos. “El disco está grabado con todos los músicos tocando a la vez, y para los vídeos también nos parecía clave esto. Lo que hemos hecho ha sido ‘embellecer’ el proceso sin quitarle ninguna capa; en los vídeos se puede ver a todo el mundo trabajando, a los cámaras, técnicos… Y a la vez le hemos dado importancia al concepto de directo, que el público pueda percibir de manera clara lo que hacemos, cómo sonamos y cómo sonaremos cuando toquemos en su ciudad”.
En su corta trayectoria, el cuarteto ha pateado lo que queda del circuito vasco de gaztetxes, centros sociales que “siempre han sido un punto de encuentro clave, además de generadores de cultura, lugares de conciertos alejados de la vertiente comercial, algo totalmente necesario”, pero que, aseguran, “llevan años en decadencia, no necesariamente por ellos mismos, sino por la represión del Estado”. También ha recorrido las salas de toda la Península y festivales pequeños y grandes, incluyendo FIB, Bilbao BBK Live y Primavera Sound, donde volverá a actuar este año. Sin embargo, Vulk son bastante críticos con el circuito de festivales, donde no sienten que encajen tan bien. “Se están comiendo al resto de eventos relacionados con la música, y eso es nefasto”, opinan. Si se prestan a acudir, argumentan, es “básicamente porque nos dan dinero y difusión. En este país parece que tu obra se legitima cuando tocas con un cartel publicitario bien grande detrás. Pero también lo hemos hecho por probar, porque nos gusta tocar y nos gusta ver bandas. Con este disco quién sabe si les parecerá horroroso a los grandes festivales que cantemos en un idioma minoritario o si tratarán de fetichizarlo. Seguramente lo que pase es lo de siempre: si vendes entradas, accederás. Y ya. El dinero manda en estos ámbitos”.
Su directo, por cierto, también ha comenzado un recorrido internacional por países poco habituales. “En Filipinas estuvimos diez días que fueron increíbles, vivimos la experiencia completa. Conocimos Manila y también la selva, allí aprendimos a usar instrumentos tradicionales e improvisamos con músicos locales, de rock filipino y de folclore. Y recientemente hemos estado en Skopje, Macedonia, en un viaje más exprés que el anterior pero igualmente divertido. Tocar es la excusa perfecta para viajar y conocer gente, porque te abre muchas puertas, sobre todo la más importante, la de la timidez de hablar con otras personas y conectar realmente con ellos a través de la música”, concluyen. ∎