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Discurso amoroso. Foto: Óscar García
Discurso amoroso. Foto: Óscar García

Entrevista

Agustín Fernández Mallo: “Todos, no solo yo, creamos con los residuos de los demás”

Conversamos con el padre de la trilogía “Proyecto Nocilla”, quien ahora cartografía los microamores cotidianos en “El libro de todos los amores”. Esta novela atípica supone su regreso a la narrativa.

11. 03. 2022

¿Qué amor puede haber en un billete de 20 euros?”, se pregunta Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967).¿Y en un pelo?”, sopesa mientras –esta sí, esta también– deshoja la margarita de los microamores y explica lo que lo ha llevado a escribir El libro de todos los amores” (Seix Barral, 2022), otra novela expandida y remezclada –pura poesía con el antifaz de la prosa bien calado– con la que sigue enriqueciendo una trayectoria generosa en desafíos mayúsculos, títulos revolucionarios y novelas que son en realidad pequeños big bangs filosóficos, literarios y científicos.

Otro viaje alrededor de su propia órbita del que regresa acompañado de una pareja que, entre cientos de amores cotidianos y aforismos a dos voces, asiste al fin del mundo (o, mejor dicho, de UN mundo) entre los canales de Venecia. “Lo que plantea el libro es que las ideologías nos manejan a través de discursos que son siempre amorosos. Llegados a cierto punto, si no nos damos cuenta de eso puede haber una especie de colapso. Pero no es un libro distópico: creer que el mundo se puede acabar es tan ingenuo como pensar que existió alguien que lo creó”, explica el autor de Nocilla Dream” (Candaya, 2006), “Nocilla Experience” (Alfaguara, 2008) y “Nocilla Lab” (Alfaguara, 2009).

¿Por qué el amor?

Fíjate que legislamos el mal y lo limitamos, porque parece muy lógico, pero no legislamos el bien, y el amor es una clase de bien. La idea del libro es un poco ver qué ocurre cuando pensamos acerca del amor como un objeto que toma diferentes configuraciones en todos los ámbitos, ya sea económico, político, musical, ético… Es un catálogo de microensayos de cómo yo veo el amor en mi cotidianidad. Pero sin ser un tratado académico. Además, cuando hay una inflación de amor puede llegar a ser contraproducente. La mayoría de las barbaridades que el humano le ha hecho a otro humano es siempre por amor al prójimo.

Creo que fue Vázquez Montalbán quien dijo que todo lo que no es novela negra es novela de amor.

No conocía esta idea, pero no le falta razón. Sí que desde luego hay un momento en que todo habla del amor. Incluso en el propio capitalismo, lo que en el libro llamo “emocapitalismo”: ya no puedes vender algo sin apelar a las sensaciones y el amor. O en la música. El amor ha ido tomando silenciosamente unos territorios que estaban sin tomar. ¿Y por qué silenciosamente? Porque siempre hablamos del mal, pero nunca del bien. Y hay que tener cuidado, porque cuando algo crece se puede convertir en un monstruo, un organismo hipertrofiado.

Como esa planta que explicas que Japón regaló a Estados Unidos en 1876 y que crece sin control sobre el terreno.

Eso es. Ahora que dices lo del mundo vegetal, es algo que está muy presente en el libro, pero no porque me guste, sino porque la idea del libro se me ocurrió leyendo que el botánico Tadeo Haenke tuvo que definir nuevos colores para poder catalogar flores. Al ver las fotografías de los pantones que hizo es cuando pienso: “Lo que me gustaría a mí hacer es un pantone del amor, una catalogación de los lugares en los que yo veo amor”.

“El amor ha ido tomando silenciosamente unos territorios que estaban sin tomar. ¿Y por qué silenciosamente? Porque siempre hablamos del mal, pero nunca del bien. Y hay que tener cuidado, porque cuando algo crece se puede convertir en un monstruo, un organismo hipertrofiado”

¿Has contado el número de amores que salen en el libro?

No, pero me ha dicho alguien que son como doscientos y pico.

¿Y en todos estos amores has estado? ¿Configuran tu manera de entender el amor en el momento en el que escribías el libro?

Un poco las dos cosas. No puedes escribir de nada que no esté en ti, que no hayas experimentado de alguna manera. Aunque uno puede estar unas veces en directo y otras en diferido. Y, desde luego, eso no agota todos los amores que pueda haber. De hecho, creo que tenía como cien más, pero para formar el libro y equilibrarlo no me apetecía ponerlos.

Dices que “El libro de todos los amores” es más poético que académico. ¿Cómo hay que leerlo?

Como una novela expandida a otros géneros y registros. En realidad, así es como he hecho siempre todo lo que he escrito: expandir el registro y construir otra clase de novela. Porque yo tengo claro que escribo para mí, no escribo pensando en el lector. No busco agradar ni tampoco desagradar. Pero, ojo, que no es un alarde de autenticidad: no sé escribir de otra manera. Yo no escribo lo que quiero, escribo lo que puedo. No podría escribir de otra manera. Así que supongo que hay que leerlo como todos mis libros; como una especie de investigar el mundo desde muchos puntos de vista.

“Al final, saber escribir es saber relacionar cosas. Y ¿qué es eso sino una forma de amor?”. Foto: Óscar García
“Al final, saber escribir es saber relacionar cosas. Y ¿qué es eso sino una forma de amor?”. Foto: Óscar García

Y luego, apunta de pronto Fernández Mallo, está el tema de los vinilos. La gran esfera compuesta por millones de discos de vinilo que contiene todo el porvenir. Es como una pelota de baloncesto cortada en la que la cara A de cada vinilo encaja con la cara B del otro”, explica el autor de “Trilogía de la guerra” (Seix Barral, 2018). Y en esta bola se cuenta y se data el futuro de la humanidad. Así que el mundo futuro no está en servidores ni en el metaverso, sino en algo tan primitivo como el vinilo”. En “El libro de todos los amores”, añade Fernández Mallo, esto se traduce en la idea de que todo en el planeta Tierra tiene surcos y microsurcos. “Todo, sí, desde el hocico de un perro a una mesa, el suelo, mi propia piel… Y si todo tiene surcos, alguna música albergará. Lo que aún no sabemos es qué aguja podrá extraer esos sonidos”, añade.

Siempre se destaca tu doble condición de físico y escritor; de hombre de ciencias y también de letras. ¿Cómo conviven esas dos encarnaciones después de tanto tiempo? ¿Ha empezado a ganar la partida el poeta y novelista?

Sigue habiendo la misma pulsión, pero va cambiando la forma en que voy tratando las dos cosas. En el “Proyecto Nocilla” lo abordaba de una manera más rústica, más radical en un sentido más experimental. Ahora ya no podría hacer eso, pero porque tampoco quiero, aunque las dos dimensiones siguen estando presentes. Van cambiando de forma de relacionarse. Ahora quizá son más miscibles, como el café con leche, y antes eran bloques en contacto.

Es curioso: casi todos tus libros arrancan con un viaje cuando en el fondo dices que no te gusta demasiado viajar.

Cero. Además, el viaje como lo entendemos hoy es una ilusión, un intento de fingir que somos exploradores del siglo XIX. Ya todo está visto y mapeado: no necesito ir a Venecia para disfrutarla ni sentirla. Es más: es un poco subdesarrollado el tener que ir a tocar la materia para sentir algo. Lo que ocurre es que como no me gusta nada viajar y los escritores tenemos esta vida absurda en la que nos obligan a andar girando por el mundo, cuando llego a un lugar intento reproducir las condiciones más parecidas a mi casa: estar en la habitación del hotel, escribir y ver la televisión. Por eso acabo escribiendo mucho en los viajes.

¿En algún momento has tenido la sensación de estar escribiendo contra tus primeros libros? Algo así como un intento de marcar distancia con el “Proyecto Nocilla” y todo lo que significó…

De coger distancia no, pero sí de explicarlo mejor. Mucha gente lo había leído superficialmente… A mí me decían: “A ti te gusta el rock urbano y la poesía urbana”. Y yo pensaba: “Pero si ‘Nocilla Dream’ habla de mística todo el rato, se cita más a San Juan de la Cruz que a cualquier otro”. Intenté que la gente se diera cuenta de que lo que hay en esos libros es una profundización en nuestra realidad desde un punto de vista científico y filosófico, que no se quedaran solo con la pátina pop. Porque, además, no se habla tanto del pop como de la basura del pop; cosas que el pop ya no usa y yo retomo. Por eso luego escribí “Teoría general de la basura” (Galaxia Gutenberg, 2018) para explicar que todos, no solo yo, creamos con los residuos de los demás. No con la excelencia, sino con la basura. ¿Qué hizo Cervantes? Ir a los residuos de los libros de caballerías. ¿Qué hizo Einstein? Ir a los residuos de Newton.

“Todo, sí, desde el hocico de un perro a una mesa, el suelo, mi propia piel… Y si todo tiene surcos, alguna música albergará. Lo que aún no sabemos es qué aguja podrá extraer esos sonidos”

Vamos, que calificarlo de pop al final fue contraproducente. Sobre todo cuando lo pop servía para hablar de gente tan diferente como Kiko Amat o Rodrigo Fresán.

Es que no tiene nada que ver. Es algo más complejo que funciona en red y que tiene una característica: que no cumple ninguno de los preceptos básicos que se supone que debe tener un libro para funcionar. Por ejemplo, no tiene conflicto. Así que, sí, me molestaba la etiqueta porque podía dar pie a otras interpretaciones. Aún hoy a veces hay que explicarlo.

Tampoco debió ayudar que se intentase orquestar toda una generación alrededor de eso.

Eso ya molestó a mucha gente, porque los supuestos miembros de la “Generación Nocilla” nos enteramos, como suele decirse, por la prensa. Lo que sí que había era una corriente de una nueva narrativa que miraba la contemporaneidad de una forma transversal, uniendo por ejemplo el cómic con la alta filosofía. Pero de ahí a llamarlo “Generación Nocilla”… Nosotros mismos nos reíamos. Pero, bueno, ahí ha quedado. Yo no puedo estar luchando contra eso. A mí lo que me interesa es escribir y seguir progresando en mi mundo poético. Porque, si te fijas, todo lo que hago parte de la poesía. Siempre parto de imágenes poéticas, de metáforas, de horizontes que aún no entiendo. Es como un sistema vivo. Al final, saber escribir es saber relacionar cosas. Y ¿qué es eso sino una forma de amor? ∎

Love is in the air

AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO
“El libro de todos los amores”
(Seix Barral, 2022)

Agustín Fernández Mallo odia viajar, así que se ha ido a Venecia, ciudad en la que nació el capitalismo –ahí, explica, se firmó el primer cheque–, para alumbrar el Gran Apagón y buscar el amor debajo de las piedras, dentro de los bolsillos, entre las monedas sueltas que acaban abandonadas en el fondo de la maleta. Así, a dos velocidades y entre esos dos registros –el de la peripecia novelesca y el del catálogo de amores cotidianos– avanza el tan extraño como estimulante “El libro de todos los amores” (2022), retorno del gallego a la narrativa después de “Teoría general de la basura” (Galaxia Gutenberg, 2018) y “La mirada imposible” (WunderKammer, 2021).

Una novela que, como explica su propio autor, nace de la poesía y de la necesidad de relacionar ideas aparentemente inconexas. Y que se sirve del verso libre y el axioma líquido para conjugar microensayos, antropologías de naturaleza borgiana, pedazos de historia, aforismos encajados en diálogos mínimos y pinceladas de sociología. Otra ventana abierta a la peculiar manera de mirar el mundo de Fernández Mallo, que, además de seguir la pista a dos turistas que acabarán convertidos en una suerte de Adán y Eva contemporáneos, reflexiona sobre el amor como motor y palanca que mueve el mundo. Algo que, concluye, no tiene por qué ser necesariamente bueno. ∎

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