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Esto no es una novela negra. O no es solo eso. Más difícil, sin embargo, es definir lo que realmente es. ¿Miedo y asco en Benidorm? ¿Un thriller cubista repleto de elipsis que parece que alguien haya deshojado al azar? ¿El reverso (aún) más tenebroso e inquietante del “Todo bajo el sol” de Ana Penyas? Veamos. Esther García Llovet (Málaga, 1963) aterrizó en Benidorm en 2019 para escribir un reportaje sobre los moradores de las alturas, gente que vivía en lo alto de esos rascacielos que se clavan en la costa levantina como monstruosas estacas de aluminio y hormigón, y el flechazo fue instantáneo. Venía la autora de firmar su “Trilogía instantánea de Madrid”, formada por “Cómo dejar de escribir” (2017), “Sánchez” (2019) y “Gordo de feria” (2021) y aquel desbarajuste de edificios a medio terminar, hooligans beodos y jubilados abrasados; ese chiquipark a gran escala en el que millonarios rusos y mafiosos ingleses se enredaban en estudiadas coreografías se le antojó un escenario inmejorable para ambientar una nueva trilogía.
Nacía así la “Trilogía de los países del Este”, cuya primera entrega nos llega ahora bajo el título de “Spanish Beauty”. Pura retranca, paletadas de ironía ya desde la meta, para colarse por las alcantarillas y el subsuelo de Benidorm, “la ciudad que nunca duerme, la ciudad con todos los husos horarios a la vez”. La ciudad de “los libros de Tom Clancy de segunda mano, hinchados por la humedad, crujientes de arena”; de la arena en la almohada, en el tanga, en la paella, en la ducha; de las vomitonas, meadas y canciones de Tom Jones. La ciudad en la que, en fin, se dejó de hacer historia para hacer sangría. Ahí es donde ha ido a parar Michela, policía se da por hecho que corrupta que despacha los vermús de tres en tres y a la que su padre, un profesor de historia contemporánea, engendró a orillas del Mediterráneo mientras trabajaba en un libro sobre la mafia inglesa.
Este dato es doblemente relevante, ya que “Spanish Beauty”, con sus carreras ilegales de motos de agua y sus conciertos en edificios en ruinas, con sus fiestas chic y sus matones feos (mucho más efectivos que los guapos porque, escribe García Llovet, “solo tienen una manera de sacudirse la rabia que llevan dentro por ser feos”), tiene que ver tanto con la búsqueda del espectro del padre, fantasma que recorre todo el esqueleto de la novela, como con los intentos por recuperar un mechero que perteneció a los legendarios Kray Twins, superestrellas del crimen organizado en el Londres de los 50 y 60.
Ese cotizado encendedor es, de hecho, el lubricante que engrasa los mecanismos de una novela escrita a detalladas y en la que todo es puro músculo en tensión. Ni rastro de grasa, mucho menos de tonterías narrativas, en 120 páginas (para qué más) de escritura tensa y enjuta, de diálogos puntiagudos y descripciones aceradas que se asoman al abismo de las deudas pendientes y a los bajos, bajísimos, fondos de una ciudad que si luce oscura y retorcida, es porque negras son también las intenciones de quienes la habitan. ∎