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Andy de Headspace se presenta, en el primer capítulo de la animada “Guía Headspace para la meditación” (Netflix, 2021), explicando que dejó sus estudios para hacerse monje budista en el Himalaya y aprender de los sabios. Allí debió de encontrar algún gurú de Silicon Valley, porque al volver montó una app que mueve millones vendiendo paz mental por 12,99 euros al mes. Como no nos dice su apellido, lo busco en Google y lo primero que me sale es una foto suya haciendo malabarismos con naranjas en una charla TED. Ahí creo que está todo lo que hay que saber sobre Andy (Puddicombe), sobre cómo su empresa entiende el negocio de la espiritualidad y cómo su serie usa la animación para vendernos el interior de nuestra cabeza.
Hay un giro perverso en esa ideología que explota el budismo cargándose todo su sistema ético (como denuncian Ronald Purser en“McMindfulness: How Mindfulness Became The New Capitalist Spirituality” o Eric Rommeluère en“Sentarse y nada más”), pero lo que nos interesa ahora es la animación. Porque “Headspace” no está sola: YouTube está plagado de canales similares como Project Better Self o Improvement Pills. La diferencia es que en la serie de Andy la animación es profesional y hasta bonita. Y no será la última autoayuda animada: de momento, tenemos otra serie de Headspace, “Guide To Sleep”, en el horizonte. Entiendo que la industria de la espiritualidad rápida adore este medio, que tiene recursos casi inagotables para la abstracción, la metáfora y el pensamiento visual. Además, la creciente aceptación de la etiqueta “animación para adultos” les ha allanado el camino. Pero ¿por qué caen en el charco creadores que no tienen apps que vendernos?
Ahí está “The Midnight Gospel” (Netflix, 2020), otra serie animada de Netflix que toma la psicodelia de “Yellow Submarine” (George Dunning, 1968), “Belladonna Of Sadness” (Eiichi Yamamoto, 1973) o Masaaki Yuasa y la pone a decorar un pódcast lleno de perogrulladas existenciales, como ese conocido que te cuenta que se ha apuntado a un curso de sanación cuántica. En esta colaboración entre el podcaster Duncan Trussell y Pendleton Ward (sí, el de “Hora de aventuras”: al menos tienes garantizado el festín visual), un joven tecno-nómada solitario viaja a dimensiones delirantes y conversa con sus invitados (en realidad, cortes del pódcast de Trussell) sobre drogas, magia, cristianismo, budismo y otros tics new age. La serie es tan “Karma Cola” que acaba con un cameo del gurú Ram Dass. Lo más irritante es que su apuesta estética casi la salva: las imágenes están desconectadas de los diálogos y, con el volumen quitado, “The Midnight Gospel” es fascinante. Lo malo es que su poderío hace que evidencias como “valora el tiempo con tus seres queridos” parezcan revelaciones profundas. Ni siquiera de pequeños nos tomábamos en serio las moralejas finales de He-Man o el Capitán Planeta, y míranos ahora.
Ahí están también, aunque nos duelan, algunos ramalazos de los últimos Pixar, que al ver que le salían bien las lecciones tradicionales (“tu familia y tus amigos son importantes”, “cuida el planeta”) se apuntó a los Grandes Temas con “Del revés” (2015) o “Soul” (2020), ambas de Pete Docter. Lo que tienen que decirte sobre ellos ya te lo sabes. Que la tristeza es parte de la vida es algo que solo hace falta recordarle a una cultura obsesionada con la felicidad. Y que las pequeñas cosas dan sentido a nuestra existencia lo sabía ya Groucho Marx y su pequeño yate. Con Pixar, que son unos maestros del medio capaces de hacer concreto lo intangible, tienes neurociencia pop y psicología baratilla hasta aburrirte: en “Soul” hacen literal la “zona de flow”, uno de los axiomas de la psicología positiva. Y nos los tomamos tan en serio que sirven de droga de entrada: una búsqueda rápida me devuelve el libro “Find Your Spark. A Journal Of Gratitude And Self-Discovery Inspired by Disney And Pixar’s Soul”, que nos vende una “herramienta para la positividad y el mindfulness”. “Buscando a Nemo” (Andrew Stanton, 2003) como terapia holística.
Pixar no tiene la culpa de que ahora Headspace nos prometa alcanzar nuestro potencial ilimitado con “meditaciones supercortas”, como tampoco Pendleton Ward no es responsable de que californianos ricos discutan de budismo para sentirse superiores. Pero ambos han contribuido a que la etiqueta “animación para adultos” se asocie más a Mr. Wonderful y la espiritualidad de mochilero que a películas que se atreven con la ambigüedad y complejidad del mundo. Ninguno de ellos tampoco ha inventado las charlas TED o la meditación para ejecutivos, pero uno no puede evitar retorcerse un poco al pensar que están aguantando la puerta a malabaristas que nos pretenden vender, con dibujos sonrientes y sin más esfuerzo que pagarles, nuestra propia vida interior. ∎