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Anoche, por fin, Fuerza nueva presentaron en directo en Barcelona (Teatre Coliseum) su disco de debut, casi dos años después de su publicación. Ya era hora. Quedó claro y meridiano que Niño de Elche y Los Planetas lo están haciendo muy bien. A Morente le habría encantado.
“Pinochet, un ejemplo”. Así rezaba el titular de portada de la revista homónima del partido político Fuerza Nueva en mayo de 1977, ilustrado con una foto de Juan Carlos I y el dictador chileno dándose la mano, sonrientes ambos. J aún no había cumplido ocho años y faltaban casi siete y medio para que naciera Niño de Elche. Fuerza Nueva no murió como partido en 1982, porque su pensamiento y su ideario siguen vivos y arraigados en gran parte de nuestra sociedad. Españoles, Franco no ha muerto, a Franco, es triste decirlo a estas alturas, pero es lo que hay, aún tenemos que matarlo. Para recordarnos eso y mucho más ha nacido Fuerza nueva, la alianza entre Los Planetas y Niño de Elche, que anoche, que era 13 de mayo de 2021, presentaron en el Teatre Coliseum de Barcelona el disco que publicaron el 12 de octubre de 2019. Es decir, han hecho falta nada menos que diecinueve meses, diecinueve, para poder restregarle en su cara a la capital catalana el mejor retrato-canción actualizado y rojo de sus vergüenzas. Porque eso es “Canción para los obreros de Seat”, que sonó cuando el concierto andaba por su ecuador, y cómo andaba, y lo hizo con una autoridad impecable y la fuerza de cada palabra atravesándonos las mascarillas. “¿Dónde están los mejores?”, cantaba Niño de Elche mientras Florent se lo gritaba a sí mismo fuera de micrófono. Y, sí, aquello era una pregunta colectiva que funcionaba, tal vez solo durante ese momento, pero algo es algo: el breve instante en que nos sentíamos señalados por, en nuestro conformismo, no hacérnosla más a menudo.
Da igual el nombre de la droga, si la droga es buena, y a esta de anoche, que fue muy buena, podemos llamarla “flamenco-rock lisérgico”. En su puesta en escena barcelonesa, además, esa lisergia no se mostró solo como una cuestión sonora: las proyecciones y juegos de luces crearon unos tintes lynchianos que sumaron en la alteración de estados de ánimo. Nos alucinaron, como si el escenario formase parte de alguna escena descartada de “Inland Empire”. O como si cuando, en los bises, Eric Jiménez –que dio una masterclass– y Banin se pusieron sendos capirotes de nazarenos, ambos acabasen de salir de un sueño sobre la Semana Santa del agente Cooper en “Twin Peaks”. Que, en México, “Carretera perdida” llevase el título de “Por el lado oscuro del camino” da una idea de a lo que me refiero.