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Proveniente de las artes maléficas grindcore desplegadas en “Scum” (Earache, 1987), el primer álbum de los pioneros Napalm Death, Justin Broadrick apenas contaba 17 años cuando grabó su nombre con letras de oro en el gran libro del post-metal. Tras un bautismo de fuego de tales dimensiones, llegó el momento de abrir camino por su cuenta a través de Godflesh, formación en la que G. C. Green siempre ha sido su mano derecha. La misma junto a quien fue cocinando la revolución en la sombra que se estaba fraguando en aquellos tiempos, con unos referentes completamente inesperados proveniente de Suiza, país del que a mediados de los ochenta surgieron Celtic Frost y The Young Gods, dos grupos fundamentales para entender la progresión de los estándares metal hacia renovadas sendas de expresión punk, opulencia operística, el funk, el hip hop y la fría contundencia industrial. Todos estos elementos fueron absorbidos por una hornada de grupos que, desde los extremos punk y metal, fundieron sus inquietudes en furiosas declaraciones de estilo como el tejido por Godflesh en “Streetcleaner”, su primer LP. No en vano, cuando hablamos de este álbum lo estamos haciendo de uno de los pilares inquebrantables que sostienen el templo de la revolución post-metal. Su relevancia está a la altura de los dos primeros largos de The Young Gods y de “Into The Pandemonium” (Noise, 1987), de Celtic Frost, seguramente la obra más transgresora y visionaria que nos proporcionó la liturgia metal en aquellos tiempos de digresión constante contra las fórmulas establecidas.
Tras la publicación de “Streetcleaner”, la fama de Godflesh fue creciendo como la espuma, sustentada en una puesta en escena propicia para alcanzar el éxtasis de la depravación.
La segunda mitad de los años ochenta fue favorable para concentrar la rabia de la generación asociada a los hijos bastardos de Ronald Reagan en furiosas demostraciones punk de pulsión devastadora. De dicha cosecha, formaciones como Big Black, Swans o Unsane constituyeron los resortes de la rama más agresiva de lo que fue considerado como post-hardcore. Violencia inteligente que cruzó el charco hasta la Inglaterra thatcheriana, donde Godflesh fue hilando un camino discográfico impoluto en el que resulta imposible encontrar fisuras o bajones creativos pronunciados a lo largo de una trayectoria en la que el peso de sus trabajos menores, en formato EP, conforman una más que interesante vía de conocimiento de su lado más experimental, con logros tan sustanciosos como “Slavestate” (Earache, 1991), “Merciless” (Eearache, 1994) y “Decline & Fall” (Avalanche, 2014).
Tras unos primeros años apoyados por el impacto demoledor de la caja de ritmos, para la ejecución de su cuarto álbum, “Songs Of Love And Hate” (Earache, 1996), decidieron dotar de pulso humano la rítmica de sus composiciones. Pocos años después, la siguiente mutación del grupo lo llevó a sumergirse en los ritmos hip hop y en la abstracción electrónica por medio de un golpe de timón tan arriesgado como “Us And Them”. Las canciones que conforman este trabajo llevan al paroxismo la idea del telegrama lírico como forma expresiva para los medidos exabruptos vocales escupidos por Broadrick.
Ejemplos discográficos como estos últimos prueban la fertilidad creativa de un Broadrick para quien su camino siempre vino marcado por la incapacidad para centrarse en un único proyecto, estilo o forma de plasmar tan apabullante crisol de influencias. Él mismo lo llegó a reconocer a ‘Popmatters’ en 2020: “Mucha gente me preguntará: ‘¿Por qué tantos proyectos?’. Y la respuesta es que constantemente necesito escapar. En última instancia, estoy escapando de mí mismo. Esto es tan personal y revelador para mí que cuando hago un álbum es tan agotador y he estado tan completamente inmerso en él que llego al punto de la obsesión, por lo que necesito pasar a otra cosa. Claramente, la ambigüedad es una parte enorme de mi música. No deseo ultraliteralizar a dónde estoy tratando de llegar, porque en realidad no lo sé. Realmente no sé a qué estoy tratando de llegar. Una vez que termino con algo siempre surgen más preguntas y apenas tengo respuestas. Creo que esa es la condición humana: buscamos y buscamos y buscamos y buscamos, y morimos (risas). Cuestionamos y cuestionamos, y nada se revela realmente, de todos modos. Al menos eso es lo que yo creo”.
Las diferentes personalidades de Broadrick se han ido multiplicando con los años. Proyectos como Techno Animal, Jesu, Pale Sketcher, Zonal, JK Flesh o FINAL. Tantas manifestaciones artísticas fueron demasiadas para poder seguir con cierta estabilidad rutinaria en el día a día de Godflesh.
El 10 de abril de 2002 Godflesh comenzó un paréntesis discográfico de una década. La decisión de Green de no girar más y sobre todo las limitaciones que generaban en Broadrick formar parte de un grupo con etiqueta post-metal motivaron una decisión en la que también tuvo que ver la depresión en la que el líder cayó tras la ruptura con su pareja tras trece años de noviazgo.
La disolución de Godflesh vino acompañada de la de Techno Animal, hasta aquel entonces su proyecto paralelo más relevante. Que la última canción de “Hymns” (Music For Nations, 2001) se titulara “Jesu” fue toda una premonición. Ese mismo nombre fue su vehículo creativo principal a partir de 2004, un proyecto influenciado principalmente por Red House Painters. Slowcore de tintes post-metal también con ecos de los primeros Low. Precisamente fue Zak Sally, por entonces bajista de la formación mormona, quien acabó poniendo en contacto a Broadrick con Mark Kozelek (Red House Painters, Sun Kil Moon) y ambos acabaron grabando “Jesu / Sun Kil Moon” (2016) y “30 Seconds To The Decline Of Planet Earth” (2017), dos de los álbumes más bellos e infravalorados de lo que llevamos de siglo.
El retorno a las hostilidades de Godflesh tuvo su primer capítulo en noviembre de 2009, gracias a una reunión en directo entre Broadrick y Green. El camino se fue allanando poco a poco hasta 2014, con la llegada de un banquete doble de cinco tenedores: el EP “Decline & Fall” (Avalanche, 2014) y el álbum “A World Lit Only By Fire” (Avalanche, 2014). En ambos trabajos el grupo recupera la agresividad pedregosa de sus comienzos, con la novedad de la fijación de Broadrick por tocar con una guitarra de ocho cuerdas. Que tres años después prosiguiera el segundo ciclo de Godflesh con una obra maestra como “Post Self” acabó por asentar la nueva vida de un grupo otra vez en estado de gracia, que sigue publicando discos y girando. Esos conciertos son citas sagradas con una liturgia que aún entiende la experiencia en vivo como un ritual de exorcismo por el cual Godflesh ha dejado grabados algunos de los capítulos más intensos del post-metal ortodoxo. El mismo desde el cual ampliaron el angular que previamente ya habían manejado formaciones como Big Black y The Young Gods hacia grupos de pulsión mecánica en su éxtasis eléctrico como Ministry, Scorn e incluso Nine Inch Nails, quienes le deben mucho más que una simple retribución moral al libro de estilo escrito por Broadrick y Green. Ambos forman las dos partes de un viaje inmersivo por la cara salvaje de la metodología metal. ∎
Dentro de los diferentes rostros mostrados en “Post Self”, para esta ocasión es como si Godflesh hubieran sido absorbidos en la odisea “Loveless”(1991) orquestada por My Bloody Valentine. Magma de éxtasis desde el cual se aproximan más que nunca a luminosidad sacra ya explorada en Jesu, ampliándola en orgánico cinemascope.
¿Se puede ser más contundente que en esta muestra de electricidad marmórea, encolerizada? Complicado, la verdad. Broadrick y Green en su versión más reconocible, en un retorno discográfico que los volvió a aupar a la realeza post-metal gracias a expresiones de poderío tan intimidantes como esta.
Hip hop industrial para la máquina, en un ejercicio que no anda muy lejos de lo que propuso Consolidated a principios de los noventa. Sin duda, el gran hallazgo de este corte es la introducción de un estribillo que suena como un sample de Public Enemy, insertado en el engranaje con frescura casi intimidante.
La ya de por sí espaciosa toma de este corte en su cuarto álbum adquiere connotaciones mecánicas en un ejercicio dub ciertamente frío y ajeno a la pulsión. Godflesh para el sound system del infierno, donde los recitados vuelven a mostrar el gusto por el rap bélico urdido a finales de los ochenta.
Mientras Sepultura publicaba “Roots” (1996), Godflesh se acercaba más que nunca al pálpito tribal de la versión más amazónica de los brasileños por medio de salvajadas como esta, en la que reluce sobremanera la introducción del componente humano a las baquetas, ya que Bryan Mantia fue batería del grupo entre 1994 y 1996.
Diecisiete minutos de inmersión dub psicótica. Todo un tour de force en la versión más fabulosamente jodida de entre todas las reinvenciones de repertorio realizadas por el grupo. No se puede llegar más lejos que en este adentramiento total y absoluto en el lado oscuro de la liturgia jamaicana del space & rhythm.
El gusto de Broadrick por propuestas como Red House Painters se traduce tanto en la forma de cantar el estribillo como en la progresión instrumental, emocional y, en cierta manera, sosegada de esta canción. Aquí está el germen de lo que será Jesu, la otra cabeza más representativa de la hidra Broadrick.
Con el groove metal industrial como forma ejecutante, así es como Godflesh componen uno de los logros más recordados de su primera etapa, en la que Broadrick invoca las sombras de la herida sangrante de su mundo. Autoexorcismo para el cual la caja de ritmos y el bajo de Green suenan como una máquina de demolición.
Primera incursión seria en materia electrónica. Nunca sonaron tan cercanos a Big Black como en esta brutalidad, marcada por parones industriales de poder agónico, donde nos transportan al credo religioso de sus oraciones ballardianas. O cómo debe ser el black metal en la era cyborg. Inconmensurable.
El imaginario lovecraftiano de Godflesh queda subrayado en letras como “You were dead from the beginning” (“Estabas muerto desde el principio”). Idea central de un universo del cual esta paliza en slow motion es la primera piedra y el faro que alumbra el camino labrado en cada una de las diferentes metamorfosis llevadas a cabo por el grupo. ∎
El debut de Justin Broadrick y G. C. Green como Godflesh entra dentro del olimpo de las obras capitales del post-hardcore industrial más violento, junto a “Songs About Fucking” (1987), de Big Black, y “Cop” (1984), de Swans. A diferencia de los primeros, la velocidad terminal no es una opción. Godflesh atacan por medio del estrangulamiento post-metal de apisonadoras en slow motion como “Like Rats” y “Christbait Rising”, en las que la virulencia mostrada se ahoga entre ritmos y riffs regidos bajo la densidad marmórea de un entramado instrumental brutal y la agonía de ultratumba exhalada en el canto de Broadrick.
En el cuarto asalto discográfico de Godflesh –contamos los álbumes y EPs–, los ritmos cocinados son más limpios y atléticos, con demostraciones de pura agilidad metal como “Mothra”. El groove metal se hace presente en varios momentos de un camino labrado en su inconfundible salvajismo matemático del ritmo, donde los nueve minutos de “Monotremata” funcionan como portal directo hacia el ascetismo vocal de un Broadrick que alcanza la condición onírica. Lujuria del sufrimiento expuesta en diez invitaciones a perderse en el éxtasis enfermizo de logros como “Pure”, “Spite” y “Don’t Bring Me Flowers”.
Tras haber dotado de pulso humano al bestial “Songs Of Love And Hate”, surge su versión de remezclas dub, un artilugio que reinventa dicho álbum mediante un esfuerzo sin parangón al adoptar una postura totalmente renovada respecto al guion original. El filtro utilizado es la materia dub industrial. Todo un hallazgo que reincide en la consolidación del grupo como una de las manifestaciones más inteligentes que ha dado jamás la escena metal. A ello ayudan azotes vanguardistas incontestables como “Circle Of Shit (To The Point Dub)”, “Almost Heaven (Helldub)” y “Gift From Heaven (Breakbeat)”.
En la trayectoria del grupo nos topamos con toda clase de inflexiones destinadas a un renacimiento total de su libro de estilo. Al mismo suman un surtido de ritmos cercanos a las bases de The Prodigy, bases hip hop que se aproximan a Consolidated y cierta sonoridad de corte arábiga. El resultado final rezuma frescura por los cuatro costados. Un clásico oculto, emparentado con otras obras revolucionarias de idiosincrasia post-metal electrónico como “Evanescence” (1994), de Scorn. Para el recuerdo, momentos sublimes como “Whose Truth Is Your Truth”, “I, Me, Mine”, “Endgames” y la titular del álbum.
Estamos ante el compendio de (casi) todo lo realizado por Godflesh anteriormente: un trabajo capaz de invocar hechizos dream metal o absorber las enseñanzas de la electricidad orgiástica de My Bloody Valentine, todo al mismo tiempo. Asimismo, a lo largo del trayecto nos sumergimos en la receta illbient que el propio Broadrick forjó con Techno Animal. Y Godflesh nos retrotraen a la esencia misma de la pulsión de metal industrial de sus inicios. No sobra ni un gramo en esta travesía repleta de canciones capitales de su repertorio, como “The Cyclic End”, “Post Self”, “The Infinite End” y “Parasite”. ∎