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Es un miércoles cualquiera del mes de mayo y James Holden disfruta de su primer día libre en muchas semanas. Ha estado dando un paseo por Ginebra, Suiza, y ahora descansa en la habitación del hotel. Amenaza con bajar en un rato a comer una fondue, justo cuando acabemos esta entrevista vía Zoom. Pelo recogido y canoso, casi se nos había olvidado que aquel chaval que deslumbró al mundo en 1999 con el hit technero “Horizons” se ha hecho mayor. Para esta gira viaja ligero: el ordenador con los programas informáticos que usa para hacer el directo, un modular con los controles correspondientes, algunas percusiones… y una flauta: “Estoy practicando mucho con ella”. Hace una prueba desastrosa delante de la cámara y se ríe. “No consigo dar con las notas adecuadas, pero quiero ser como Evan Parker”, sugiere, entre más risas, avisando de que él se siente músico y no productor, “por las connotaciones capitalistas que encierra esa palabra”.
Presentar las nuevas canciones está siendo muy satisfactorio y se nota: Holden está de buen humor, con ganas de conversar sobre música y más allá. Glasgow, Múnich, Berlín, Londres, Milán… y también España y Portugal: Barcelona (hoy, Razzmatazz 3), Madrid (mañana, Changó), Santiago de Compostela (24 de mayo, Capitol) y Oporto (25 de mayo).“Lo único que me preocupa ahora mismo es que Camilo Tirado, el percusionista con el que viajo y que participa en el directo, se acaba de ir a casa a ver a sus hijos. Entonces voy a hacer los próximos shows con otro músico que más adelante también me dejará por ir a ver a su familia”, explica, para luego adentrarse en un tema que verdaderamente le apasiona: el encuentro entre la música electrónica y el jazz.
Pero antes de tan intenso tema, será mejor un poco de contexto. Las doce canciones que forman “Imagine This Is A High Dimensional Space Of All Possibilities” (Border Community, 2023) ofrecen el lado más naíf de un músico que comenzó a serlo desde un dormitorio a los 19 años y gracias a los proto-Ableton de finales de los años noventa, como el software gratuito y libre Buzz, mientras estudiaba Matemáticas en Oxford. Fue una manera muy punk de aparecer en la escena musical de entonces y de dar luz a otra forma de hacer música que ahora ya se ha democratizado y está totalmente asimilada: a solas y con una computadora. Poco dado a producir sin más, Holden se dedicó luego a editar canciones sueltas, producir a otros y a pinchar por todo el mundo música desprejuiciada, siempre con la mirada puesta en los sonidos ácidos y místicos de las raves de los años noventa.
“Cuando empecé, tenía un acceso muy limitado a discos, casi todo eran cintas de casete que copiaba de la música de un profesor del colegio. Orbital, The Future Sound Of London, especialmente el disco ‘Lifeforms’, y recopilatorios de música electrónica europea. La radio solo era buena algunas veces por las noches, así que no tenía mucho más que escuchar. Creo que estos discos, eso que sentía escuchando esas cintas, también está de alguna manera en el nuevo disco”, reflexiona, poniendo sus ojos azules más allá de la pantalla.
En 2006, llegó su esperadísimo LP de debut,“The Idiots Are Winning” (Border Community), “el más deslumbrante desde ‘Music Has The Right To Children’ de Boards Of Canada” según el periódico ‘The Guardian’, que empujaba la IDM un poco más allá, añadiendo texturas vintage y orgánicas a modo de collages sonoros atemporales. El segundo álbum, “The Inheritors” (Border Community, 2013), dio solidez a la propuesta: la mezcla entre lo pastoral y los ritmos de baile, utilizando antiguos sintetizadores con modernos programas informáticos, confrontando, por tanto, lo analógico y digital. Canciones como “Renata” o “Blackpool Late Eighties” articulan un sonido único que, de hecho, ha tenido su continuidad a lo largo de los años, sin ir más lejos con la aclamada Caterina Barbieri o, digamos siendo un poco menos dogmáticos, toda la magia publicada desde 2016 por el pope Fergus Clark en el sello de culto de Glasgow 12th Isle. La relevancia de ese segundo trabajo se hizo notar: fue el disco del año para ‘Resident Advisor’. También la habilidad de su autor para crear música con modulares, diseñando su propio software ad hoc. Tras colaborar con Floating Points y el maestro marroquí Mahmoud Guinia, llegó “The Animal Spirits” (Border Community, 2017), donde Holden añadió vientos y percusiones a sus temas, influenciado por el trompetista Don Cherry y su obra “Organic Music Society” (1973).
Y en esas nos vemos ahora. Porque en la búsqueda por diseñar la banda sonora para la rave perfecta en un universo paralelo donde el tiempo es circular, Holden sigue con la vista puesta en el jazz y en el encuentro de este con los sonidos sintéticos. Algo que el krautrock ya avanzó y cuya influencia también podemos ver en la música actual de Holden, nostálgico de cuando los discos solamente eran y podían ser archivos sonoros de actuaciones en directo.
“Creo que cuando digo que me gusta ese encuentro entre la electrónica y el jazz la gente no es capaz de imaginar el resultado. Hay una cualidad en el jazz que, probablemente, es lo que yo busco en la música en general. Cuando estudiaba en Oxford, la gente que me rodeaba que venía de colegios privados estaba obsesionada con el jazz de los años veinte, probablemente para demostrar que eran personas de gustos sofisticados. Lo detestaba. Solo muchos años después me puse a escuchar jazz y di con Pharoah Sanders y, particularmente, Don Cherry. Hay muchos vídeos suyos en YouTube con la Organic Music Society y toda su familia tocando. Me dejaba hipnotizado. Y esa es la cualidad que me interesa y lo que busco en la música: que me hipnotice”, explica. Y a continuación, aclara: “Descubrí el jazz después de empezar a hacer directos. Y también después de que me diera cuenta de que prefiero que el tiempo en las canciones sea libre, que se rompa y burbujee. Porque, además, hubo un momento en el que me di cuenta de que todo esto va de expresarse manejando cosas con las manos en vivo. Y el jazz aglutina exactamente todo esto que acabo de decir. Por eso conecté entonces y no antes. Pero, claro, también me toca hacer que la gente lo sienta y comprenda, ¡no solo yo!”. Lo dice riéndose, recordando que, en cualquier caso, él montó su propio sello para, precisamente, ser libre y contar su propia historia sin cortapisas.
“Hago música por las noches. Casi todas empiezo de forma muy seca, haciendo una secuencia y de ahí construyo o trabajo o aplico la tecnología ad hoc para que vaya creciendo. Puede pasar que vaya a ninguna parte o que añadiendo un teclado o una batería despierte en mí una emoción, una sensación… Y una vez que eso pasa, que conectas con lo que has construido, ya todo fluye más fácilmente. En este disco tengo que decirte que la mayoría de las canciones ya estaban ahí desde el inicio, es decir, que casi no las he tocado después. Para mí es muy importante mantener hasta el final el espíritu real de la ‘performance’ que originó el ‘track’, cuando estaba todo sonando a la vez y fue construido. La vida orgánica de grabar algo que está sucediendo en ese momento: para mí, es la esencia que me conecta a la música, a la que hago yo y a la que hacen otros”, afirma.
En su nuevo disco hay field recordings, percusiones y texturas retrofuturistas. También el sonido de los viejos sintetizadores que ha ido comprando, a los que ha sumado un software de IA, modulares, baterías, teclados y violín. Holden aprendió a tocarlo de niño y lo demuestra en el arranque de “Worlds Collide Mountains Form”, un tema de folk cósmico y ruidoso lleno de energía. “Contains Multitudes” dura nueve minutos pero nunca pierde punch: distorsiones y drones hacen un excelente trabajo para proporcionar dinamismo. “Continuous Revolution” es una composición trance donde la mente se evade y viaja, con los sintetizadores anticipando un final épico. “In The End You’ll Know” juega a comprimir el sonido ambient, subiendo y bajando los volúmenes del fondo de la canción. Cuando entra la melodía, el corazón pega un vuelco.
“Solamente publico discos cuando hay una idea sólida y completa. Este álbum nace de estar yo con mi viejo sintetizador y las percusiones solos durante la pandemia, que fueron tiempos difíciles, sin poder girar. Me acordé de cuando tenía 16 años y empecé a hacer música, viviendo en un pueblo donde lo máximo a lo que podía aspirar era a ganar dos libras a la hora por lavar platos. Veías las noticias, con la sociedad británica escandalizada por las ‘raves’ y yo soñaba con escapar de ese lugar e ir a una. Justo antes de la pandemia tuve la sensación de que la música ‘dance’ donde yo tenía una carrera y donde me encontraba no tenía que ver con ese sueño adolescente. Y en la pandemia volví a esa sensación que, en un primer momento, hace ya tantos años, me empujó a hacer música. El disco anterior ya iba de eso, pero si te soy sincero no me dejé llevar del todo. En este álbum no me he sujetado, no he pensado en que algo sonara diferente o ‘cool’”, confiesa. “He aprendido, lenta y dolorosamente, después de años de no hacer muchos discos, qué no hacer sobre las canciones para que no pierdan la magia. Ahora sé cómo fluir a la hora de producir. Las canciones son como plantas y es fácil matarlas intentando hacerlas mejores”, explica, respondiendo a la pregunta sobre cómo sabe cuándo una canción está terminada o no.
Sobre su pasión por la música sin voz solo puede decir que hasta las canciones de The Smiths le transmitirían más sin la voz de Morrissey –“especialmente ahora con esas ideas políticas que apoya”– y que no está de acuerdo con aquellos que ya empiezan a afirmar que la música electrónica lleva dos décadas sin evolucionar. “La democratización que trajo el avance de la tecnología, con el PC y el ‘free software’ y que también ha permitido el desarrollo de nuevos estilos... La gente dice que la música electrónica no ha cambiado en veinte años, pero están equivocados. Eso es porque solo miran a Norteamérica y Europa. Hay más escenas, hay más mundo”, dice.