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Si yo, que tengo una experiencia personal infinitamente más interesante que esta gente, no me intereso en absoluto por lo que me pasa, puedes imaginar lo que me importa lo que les pase a ellos. Se tiene que salir un poco del propio Instagram. (…) Pero si tu ídolo eres tú mismo...”, le contaba Albert Serra a otro Serra, este periodista y llamado Xavi, en una estupenda entrevista en ‘Ara’. Respondía así el director de “Pacifiction” (2022) a una pregunta sobre la tendencia del cine catalán a la autoficción, a hacer películas basadas en experiencias personales. Este comentario de Albert Serra me habría parecido otra de esas reflexiones lúcidas en mitad de la ametralladora de titulares escandaliza-señoras que suelen poblar sus declaraciones, pero en este caso su sensatez me tocó la fibra. Estaba a punto de empezar a rodar una serie inspirada en mi paso por la autoescuela y muchas de las escenas estaban sacadas directamente de la realidad. De mi realidad.
¿Soy fan de mí mismo? ¿Por qué pienso que mi vida personal puede interesar a gente más allá de mi círculo familiar y de amistades? ¿En qué me diferencio de aquellos que retuitean halagos o no tienen pudor alguno en asegurar que son la hostia? ¿Soy distinto del que busca followers, likes y casito? La autoficción domina muchas de las narrativas actuales. No es un género nuevo, pero sí que vive de manera clara una era de esplendor que va más allá de las “novelas del yo”. Si uno se fija en el cine de grandes directores contemporáneos, hay bastantes que están dedicando sus últimas obras a contarnos su infancia. Las películas más recientes de Kenneth Branagh, James Gray o Steven Spielberg nos dan la turra con el relato de su niñez. No las he visto, quizá sean buenas, pero no me cabe ninguna duda de que algo de turra contendrán. Desconfío porque soy de los que se saltan la parte de la infancia cuando leo memorias de personas ilustres. Evito la turra porque quiero ir al turrón. Quiero leer cosas de las partes de la vida que me interesan del personaje. Y por nostalgia, por ser chapas o por lo que sea, normalmente esos primeros capítulos iniciáticos suelen ser los más largos y llenos de detalles, como si todo autobiografiado quisiera tener su Rosebud.
“Escribe sobre lo que conoces” es la lección más básica de cualquier taller de escritura. Un cliché que muchas veces funciona. A mí me pasó: solo empezaron a gustarme mis propios guiones (y a gustar a más gente) cuando partía de mis vivencias. Exageradas siempre. Llevadas al extremo, para que interesen. O para hacerme más el interesante, como ese personaje de “Dobles vidas” de Assayas, un escritor de autoficción que cambia un escarceo sexual en un cine donde proyectaban “El despertar de la fuerza” (lo que pasó en su vida) por la misma aventura erótica en un pase de una película de Haneke (lo relatado en el libro). A este personaje, interpretado por Vincent Macaigne (que en “Irma Vep” repite como alter ego de Assayas), le reprochan tanto su entorno como sus lectores que vampiriza la realidad para aprovecharse de las confidencias y la intimidad de sus seres más cercanos y exhibirlas públicamente. Esto recuerda al caso reciente de Emmanuel Carrère y “Yoga”, con su exmujer reclamando que borrara las páginas del libro que aludían a ella. A un nivel más bajo, a mí también me pasa: mi madre siempre me dice “lo cascas todo”.
Pero si hago un poco de corta-pega es porque no me veo con talento para fabular, explorar o especular como hacen otras y otros que escriben. Me impresionó algo que dijo Carlos Vermut en la época en que acababa de estrenar “Diamond Flash” (2011), su primer largometraje. En un coloquio posterior a la proyección, Vermut dijo que él escribe precisamente sobre lo que no conoce. Eso explica las mejores cosas de su obra, como sus personajes femeninos tan intrigantes. Vermut y otros como Albert Serra tienen capacidad para el misterio. Muchos no sabemos hacer eso y nos dedicamos al costumbrismo, a lo cotidiano. Disfrazamos de modestia nuestra vanidad, la que cree que tenemos cosas interesantísimas que contar. Y en cierto modo hacemos como aquel fan que confundía los términos al acercarse a pedirle un autógrafo a un famoso y le decía: “Yo soy tu ídolo”. ∎