Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Desde que tengo uso de razón, el cine español ha estado en crisis”. Esta es una frase que hace años oía con frecuencia, incluso yo mismo la soltaba en alguna entrevista. “Cine español”, sinónimo de “recesión”, como aquel dicho que aseguraba que expresar tu preferencia por “el cine americano” era una redundancia. No dudo que el cine patrio siga en crisis, sobre todo después de una pandemia que vació salas que no han vuelto a llenarse salvo que Marvel o Santiago Segura estrenen película. También sé de buena tinta lo complicado que es levantar un proyecto de largometraje. Cuesta años encontrar el dinero para financiar una peli y lo normal es que la hagas varios años después de lo que tenías previsto. Y luego están las plataformas, que con tanta serie, tanta peli de estreno casi directo que está en cines y a las dos semanas la tienes disponible en la tele…
Algunas quejas son nuevas, otras son de toda la vida, pero lo mejor que nos ha pasado a los del cine es que la hostelería ha resultado ser el gremio más drama queen del mundo laboral español. En dos años han acumulado más lloros que todas las lágrimas que los cineastas hemos derramado desde que se filmó la salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza en 1897.
Pero me pongo en la piel de una ciudadana o ciudadano medio, aquellas personas que en colectivo forman nuestro público potencial, y me es muy complicado creer que el cine en salas está en crisis si cada viernes se estrenan diez, quince, veinte largometrajes. Muchos de ellos son españoles. Hace años, estrenar la misma semana dos películas españolas era raro, era plantear un absurdo enfrentamiento fratricida, un duelo a garrotazos y acceso guerracivilista entre dos películas que se iban a comer el terreno una a otra en las salas, en los medios, en las marquesinas de autobús. Pero ahora ya no hay fecha buena para estrenar, porque no te salvas de ir acompañado de una docena de estrenos.
Cada viernes se estrenan muchas películas mientras las salas cierran para convertirse en supermercados. La mayoría de los cascos urbanos de las ciudades de provincias ya no tienen cines. Suerte hay si el centro comercial de la periferia tiene multisalas en las que programan treinta y cinco pases diarios de los Minions. Desde luego, el panorama no es alentador, pero, por otro lado, ya lo he dicho: hay casi más estrenos semanales que espectadores. Para ser exactos, en España se exhibieron el pasado año 2105 películas.
De todas formas, creo que el lloriqueo del oficio se ha atenuado porque también las plataformas han dado trabajo a muchos. Ahora mismo buscas recursos humanos (producción, fotografía, sonido…) para un rodaje y te las deseas para componer un equipo técnico. Lo difícil que es encontrarlo está dando pie a que jóvenes con poca experiencia puedan meter la zarpa en el negocio, lo más complicado en una industria como la audiovisual, en la que si entras en el bucle laboral y demuestras cierta pericia es bastante factible que te puedas ganar la vida haciendo decorados, maquillando a actores o sujetando una pértiga para grabar diálogos.
Pero hay profesionales que no llegan a fin de semana porque el teléfono no suena, y por ello, por respeto a esos que tienen motivos sobrados para quejarse, está bien que lloremos menos. Y que recordemos, como dijo una vez el cineasta Víctor García León, que hacer cine no es un derecho, sino un privilegio. Y que en un mundo en que cada día se estrenan decenas de pelis y series, lo contrario al éxito no es el fracaso, sino la irrelevancia. ∎