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Fregando cuidadosamente los platos pensé en el SEO. Son las siglas de search engine optimization: que se trate de un importado acrónimo yanqui ya debería inducirnos a pensar que su origen es el mismo que el de muchos y diversos males de nuestro mundo contemporáneo (aunque, de entrada, no tengamos nada en contra de los acrónimos, o no tanto). Me pregunté, al no ser yo periodista (y dice mi amigo Théo que el escritor que se mete a periodista ejerce lo literariamente equivalente a la prostitución), si también habría de pensar al escribir columnas en posicionamientos, optimización para Google, estrategias de visibilidad y herramientas de marketing online. Pensé, con un vaso de vidrio incoloro del IKEA en la mano izquierda, en todos los periodistas que (¡al revés!) se meten a escritores: me pregunté si su vocación no sería, desde un primer momento, la de hacer libritos. Vocación frustrada, claro, por la realidad, los precios del alquiler, el mercado laboral, la bobaliconada que llamamos “ascensor social”, etcétera. Los periodistas metidos a escritores son, para mí, los culpables de lo que Marta Sanz ha llamado en ocasiones la “gentrificación de la escritura”, la dictadura del estilo plano y anglófilo. Sé que no es verdad, ojo: hay fantásticos periodistas que se hacen escritores (y hay obras periodísticas que son obras literarias). Pero mis intuiciones y prejuicios son muy testarudos. Un libro no puede emplear los mismos mecanismos del SEO; más que otra cosa, porque los libros no se venden según la indexación de contenidos. O un poco sí. Intentemos, no obstante, mantener la ilusión de que lo inevitable no lo es: hay formas de que Amazon no se coma a las librerías independientes; unidas todas ellas podrán competir con el gigante, pues en la Biblia está escrito que David y su honda vencen a Goliat, consiguen arrancarle la cabeza y exhiben públicamente su victoria en el Paseo de Recoletos.
La literatura, como Facebook, también funciona a través del marketing por hipersegmentación. El filósofo Pau Luque afirmaba en una entrevista reciente no creer que hubiera tantas lecturas como lectores: ¿qué te voy a recomendar yo a ti, lector, que escape de la procesión de autores cual monos de feria, que no desaparezca de la mesa de novedades en dos meses? Los que escriben lo hacen para ganar unas cantidades miserables de dinero. La última Premio Nobel de Literatura, que también ha sido poeta laureada por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, Premio Pulitzer de poesía y no sigo contando premios, vendía, en España, unos doscientos ejemplares de sus poemitas. Y aquellos que pueden permitirse la escritura sin beneficios económicos como objetivo son malvados burgueses que viven de las rentas y de la explotación de terceros, hoy que la moda parece dirigirse hacia una literatura plebeya (que no proletaria) con el sufrimiento como piedra angular. Pareciera, por mis palabras, que estoy descontenta con la escritura de los famélicos, de los esclavos sin voz o sin pan: no, no es así; es fantástico, ¿sabían ustedes que mi madre ha trabajado de camarera de piso toda su vida, es decir, de kelly? Mierda: creo que ese es otro anglicismo (pero no acrónimo, gracias a Dios). Lo que me produce bruxismo es la mercadotecnia identitaria que convierte la subversión en herramienta para optimizar sus resultados literarios, es decir, sus réditos económicos. Encantada, yo, con que quienes den vidilla a la industria lo hagan desde perspectivas otrora inauditas. Pero los éxitos en raras ocasiones se deben al contenido de los libros (y quizá “Panza de burro” de Andrea Abreu, por ejemplo, sea una feliz excepción a esta norma): la mayor parte del tiempo un libro tiene éxito por el mensaje que vehicula, por las polémicas aleatorias e ideológicas y por la fama y tonterías de quien lo firma. O por motivos que los estudios de mercado no saben del todo adivinar (¿tendrá algo que ver el SEO?). Si medimos por calidad y no por cantidad, le daremos la razón a Pau Luque: algunas lecturas, sencillamente, no tienen sentido; de hecho, la mayoría no lo tienen. Como sucede en todo mercado o como sucede en toda industria. La literatura, de alguna manera, sobrevivirá (y también sobrevivirá a la COVID-19). No estoy muy preocupada por si vende más el escritor de superventas Mariano Rajoy que Louise Glück. Me preocupan pocas cosas, dos o tres. Cultísimo lector, he aquí tu misión: cómprame a mí, anda, que soy joven, guapa, tengo las manos bonitas y estudio francés. ∎