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Firma invitada / Escalera de incendios

Instinto básico

18. 01. 2022

L

a vida requiere algo de técnica y bastantes dosis de confianza. Técnica es tener dieciocho años y poder entrar en la discoteca; confianza es aparentarlos. Yo no sé si la ciencia ha localizado la confianza, seguramente sea difícil de encontrar, como el alma, pero cuando la localicen verán que hay gente que la trae a tope de serie y otra que la ejercita. Los ricos vienen con ella de fábrica, el dinero da muchísima confianza.

Manuel, mi profesor de equitación, un hombre recio que fuma en mitad de la pista mientras nos arenga y nos corrige las posturas, me dijo un día que la técnica ya la tenía, que ahora me faltaba la confianza. Nos ha jodido, Manu. La confianza es una cosa esotérica, pero está relacionada con tener morro, que también es una cosa de pobres: si no tienes nada, ya solo te queda echarle morro, a lo Lázaro de Tormes. Cuando yo montaba a caballo con dieciséis años tenía las dos cosas, saltaba y galopaba como una amazona, caerme no entraba en mis cálculos, y, si eso pasaba, no me rompía nada; yo creía en la evolución, que, en la vida, a medida que uno se hacía mayor iba ganando técnica y confianza; lo primero es pura física, por narices acabas sabiendo cocinar, comprar, manejarte con los bancos y con la sanidad pública, incluso criar hijos, pero el ejercicio de la confianza es un asunto espinoso.

La confianza tiene mucho que ver con la intuición. O, más bien, la intuición es una buena herramienta si vas bien de confianza: confías en ti y obedeces a tus intuiciones. Yo hay días que puedo quedarme sin aperitivo porque me cuesta elegir entre vermú y cerveza. Es una metáfora, yo jamás me quedaría sin aperitivo.

El 9 de enero de 2021 el fotógrafo Rafael Trapiello salió a retratar Madrid bajo la nieve de Filomena; madrugó y se plantó en la Gran Vía, que acogió aquellas batallas de bolas de nieve que imagino que a Galdós le gustaría que alguien incluyera en alguna novela. Paseando por esa ciudad blanca y fantasmal, contempló desde Callao el edificio Carrión, normalmente iluminado por los neones de Schweppes. Esta vez Madrid parecía un dibujo al carboncillo, un esbozo. Sintió que tenía la foto, pero, como cuenta Trapiello, algo lo paralizó, “muy típica, qué foto tan típica voy a hacer”, pensó, y se giró renegando de la instantánea. Sin embargo, sintió una llamada, de pronto pensó que se iba a arrepentir de no tirar esa foto. El fotógrafo volvió sobre sus pasos y, desde donde la Gran Vía tuerce su codo en Callao hacia la plaza de España, casi a la altura del Palacio de la Prensa, Rafael Trapiello hizo caso a su instinto y disparó una fotografía en blanco y negro que tengo la suerte de que cuelgue sobre mi cama. Una de las últimas copias que quedaban en venta.

Nunca antes le había comprado una fotografía a nadie, yo también actué por instinto. Ahora, cuando miro la foto, me acuerdo de Manu. “Ya tienes la técnica, ahora solo te falta la confianza”. 

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